El rito de la paz

            El gesto de darse la paz, según las rúbricas del Missal romà, n. 142 (p. 500), se propone “si parece oportuno” (y, además, se prescribe que dicho signo pueda adecuarse a las costumbres del lugar). Por tanto, responde a la externalización de la preparación interior que hemos de realizar quienes nos acercamos a recibir la comunión, y tiene su fundamento en las palabras del Señor:

Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda (Mt 5, 23-24).

Por tanto, lo que verdaderamente hemos de conservar es esa preparación interna que nos dispone y hace dignos de comulgar el cuerpo de Cristo. Que nadie olvide que el gesto de la paz no es un gesto social, como lo es el saludo, sino la adecuación de nuestro interior a la exigencia del amor mutuo: En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros (Jn 13,35).

La recepción de la sagrada comunión en la mano

            Respecto a la recepción de la sagrada comunión en la mano, ha de considerarse un gesto igual de digno que la recepción en la boca, antiquísimo (ya lo observamos en las catequesis de Cirilo de Jerusalén, s. IV, por ejemplo), y permitido por la instrucción de la S.C. para el culto divino Memoriale Domini (1969). No debería invocarse el derecho absoluto a recibirla en la boca, ni hay por qué considerarse indigno de acoger el cuerpo de Cristo en las propias manos.

En cambio, sí es preceptivo el amor al prójimo, que incluye el deber de velar y proteger el bien integral del hermano. Por tanto, ante esta situación, en la que se están adoptando medidas sanitarias y sociales extraordinarias, todos debemos poner de nuestra parte y colaborar desde la virtud de la prudencia, el sentido común, y nuestra responsabilidad comunitaria. Tengamos mucho cuidado de no caer en la temeridad o falta de conciencia de la gravedad de la situación. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2288) pide precisamente cuidar de la vida y de la salud física de los ciudadanos.

No olvidemos que la verdadera indignidad no viene de nuestras manos sino de nuestros pecados, como afirma el apóstol san Pablo: De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación (1Cor 11, 27-29).