Las lecturas que se han proclamado este domingo quieren hacer dos finalidades: primero hacernos repensar, meditar, profundizar más aún con la mente y el corazón el Misterio del Verbo Encarnado, para que después nosotros lo reproduzcamos en nuestro comportamiento en la vida; y segundo presentar ante nuestros ojos el designio maravilloso de Dios con respecto a la humanidad, que es un proyecto de salvación que Dios ha llevado a cabo por medio de Jesucristo.

Jesucristo es la Sabiduría del Padre. En el Antiguo Testamento esa sabiduría venía manifestada en la Sagrada Escritura, que como luz divina quería iluminar y guiar al Pueblo de Israel. En el Nuevo Testamento esa sabiduría se manifiesta más plenamente: La sabiduría divina, como nos enseñan los autores inspirados por el Espíritu Santo, es Jesucristo, el Hijo unigénito del Padre (Jn 1,14.18), encarnado o hecho hombre.

Dios se ha revelado en Cristo, el Padre ha enviado al mundo a su Hijo único en la condición humana; se trata de un Dios que se acerca al mundo, entra en el mundo, que se solidariza con el mundo.

Si la Navidad nos presenta como Dios viene hacia los hombres –y viene con amor-, si Dios se ha dirigido al hombre, al hombre le corresponde dirigirse de la misma manera hacia Dios. Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda ser hijo de Dios, verdadera y realmente hijo de Dios, no sólo simbólicamente. Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda llegar a Dios.

Dios se ha hecho hombre, ha asumido nuestra condición humana, nuestro modo de ser, para que nosotros seamos capaces de ser como Él, es decir, capaces de vivir, de pensar, de amar, de gozar como Él. Lo ha dicho claramente San Pablo en la 2ª lectura: “Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos”.

Dios ha venido, y ante esa venida celebrada estos días nos tenemos que preguntar:

-¿Hemos sido iluminados en estos días, hemos entendido alguna cosa buena sobre la Navidad? ¿Qué ha sido para nosotros: una celebración exterior, una simple fiesta, o ha sido un momento de gracia, una experiencia profunda de Cristo?

-¿Qué cosa puede decir, revelar al mundo, y en concreto a nuestra sociedad en estas Islas, el hecho de que hayamos celebrado la Navidad, que Cristo ha venido, que hemos acogido su presencia.

Demos testimonio, luminados por Cristo, con nuestras obras, con nuestra caridad y con una vida llena de virtudes, de nuestra misión y nuestro compromiso de cristianos.

Hoy tenemos aquí ante nosotros a dos miembros de esta Iglesia diocesana de Ibiza y Formentera que están respondiendo, desde hace varios años, a la llamada de Cristo a seguirle en el camino del sacerdocio y que esta tarde son instituidos acólitos. La llamada que Jesús dirige a todos de seguirlo tiene para ellos un efecto particular. Ellos han recibido una llamada especial y con su vida van declarando su voluntad de corresponder a la misma con generosidad y alegría. Concluyen hoy la recepción de los ministerios laicales y dentro de unos meses recibirán el diaconado y después el presbiterado.

Jesús llama a todos, y esa llamada general tiene que ser contestada por todos. Jesús llama a estar con él, a escucharle.

El encuentro con Cristo, queridos José María y Vicente, vosotros lo sabéis, se concretiza en una experiencia personal íntima y profunda con la persona de Jesús, orientando hacia Él vuestra vida, haciendo del Evangelio vuestra regla, vuestro modo de pensar, haciendo que vuestro estilo de vida se parezca lo más posible al suyo. En una palabra, en vivir como discípulos, como verdaderos discípulos.

Ello quiere decir que tenemos el compromiso de ser como Él. No podemos tener dos modelos de vida; unos ratos el nuestro, otros ratos el de Cristo. Vivir siempre como seguidores de Cristo, sumo y eterno sacerdote.

Preparándose para el sacerdocio, valorad bien e id cumpliendo las virtudes recomendadas por la Iglesia a sus ministros, el estilo de vida que los corresponde: la bondad del ánimo, la gentileza del trato, la sinceridad, la  rectitud, la firmeza del animo, la fidelidad de la palabra dada, la constancia, la justicia.

Ante los fallos y los defectos, no acostumbrarse a ellos, sino pedid al Señor que os libre de ello y comprometeos a superarlos, experimentando así la misericordia de Dios con vosotros. Y no olvidéis nunca que como discípulos de Cristo crucificado, la vida os reservará pruebas, fatigas y humillaciones. Sabed acogerlas con paciencia, afrontadlas con serenidad y superadlas con la fuerza del Espíritu Santo.

Como seminaristas que sois os vais preparando para vivir como consagrados a Dios para siempre. Para ello es necesario que os comprometáis a ser cada día más “hombres espirituales”, es decir, personas que orientan su vida al Padre, se ofrecen a Cristo y elevan oraciones de intercesión a favor de la humanidad, concretada en aquel espacio donde servís.  Para ello, alimentad vuestra fe con la escucha de la Palabra de Dios, escuchándola asiduamente, interiorizándola, saboreándola, convencidos de ella. Que la luz de de la Palabra de Dios sea la lámpara que ilumina vuestros pasos.  Para ello, reservad cada día un tiempo para la oración personal, pues escuchando a Dios podréis acoger su voluntad sobre vuestra vida.

Queridos Vicente y José María: Al ser elegidos para el ministerio de acólitos, vais a participar de un modo peculiar en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, de cuya vida es cumbre y fuente la Eucaristía, mediante la cual se edifica y crece el pueblo de Dios.

A vosotros, pues, desde ahora, se os confía la misión de ayudar a los presbíteros y diáconos en su ministerio, y distribuir como ministros extraordinarios, la Sagrada Comunión a los fieles, incluso llevarla a los enfermos. Por vuestra dedicación especial al ministerio eucarístico, debéis vivir más intensamente del sacrificio del Señor y procurar identificaros más plenamente con Él y procurar identificaros más plenamente con Él; procurad, pues, ir captando el sentido íntimo y espiritual de las acciones que realizáis, de tal manera que cada día os ofrezcáis vosotros mismos al Señor como sacrificio espiritual que Dios acepta por Jesucristo.

En vuestros ministerio tened presente que, des la misma manera que participáis con vuestros hermanos de un mismo pan, también formáis con ellos un solo cuerpo. Amad, pues, con amor sincero a este Cuerpo místico de Cristo, es decir, al pueblo de Dios, y amadlo sobre todo en sus miembros necesitados y enfermos; así llevaréis a la práctica aquel mandamiento que el Señor dio a sus Apóstoles en la última cena: “Amaos unos mutuamente, como yo os he amado”.

Queridos hermanos y hermanas, estos dos jóvenes que hoy acompañaos todos con amistad y plegaria tienen buenas intenciones y claro su propósito, pero ser fieles a Cristo y al Evangelio toda la vida no es poco, nos exige mucho. Acompañémosles, pues con nuestro afecto, con nuestros consejos, con nuestras oraciones. Y que la Virgen María, a la que invocamos en las letanías del Santo Rosario con título de Reina de los Apóstoles, que en Ibiza y Formentera veneramos con el título de Virgen de las Nieves, a ella que el pasado jueves hemos venerado como Madre de Dios y el Concilio Vaticano II con el Beato Pablo VI declaró Madre de la Iglesia, los custodie y proteja en sus buenos propósitos.

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