¿Es lo mismo ser creyente que ser discípulo?

«¿Dónde está Dios? Esta es la pregunta que el filósofo Nietzsche lanza a modo de un grito desesperado para encontrar respuesta en un loco: «Yo no sé dónde está Dios. Está muerto. Nosotros lo hemos matado».

Esta respuesta contrasta mucho con la que escribe D. Bonhoeffer a su novia desde la cárcel en los meses previos a su ejecución por los nazis: «No me encuentro solo, sé que Dios está conmigo. Siento su presencia en esta celda». Y con mucha más claridad y fuerza le dice: «En una época como esta, en la que no están en juego “opiniones” cristianas, sino la elección misma a favor o contra Cristo… toma aquello que te lleva a la libertad en Cristo, abandona todo lo demás».

A luz de estas palabras surge una pregunta: ¿Es lo mismo ser creyente que ser discípulo? ¿Son términos sinónimos? ¿Por qué el Evangelio habla de discípulos?

Estas preguntas no plantean cuestiones semánticas. Son preguntas fundamentales que tenemos que responder, que debemos saber responder. Y tenemos que hacerlo si queremos saber como cristianos quiénes somos, qué somos, y cuál es la realidad de la Iglesia a la que pertenecemos.

Suponiendo que no es lo mismo, ¿cómo actúa un discípulo y cómo actúa un creyente? Son muchas las cuestiones que nos planteamos. Pero todas estas cuestiones tienen un centro común, ¿qué somos cada uno de nosotros?, ¿cómo nos definimos?, ¿cómo nos reconocemos?, ¿cómo actuamos?

Aquello que nos constituye en discípulos de Jesús es la fe. Por la fe nos convertimos en creyentes: aceptamos la existencia de Dios, damos cabida en nuestra existencia a los misterios de la religión, decimos que la Biblia es la palabra de Dios y nos distinguimos por llevar un estilo de vida propio, llamado cristianismo. Dentro de ese estilo de vida propio del cristiano están las diferentes opciones de ser cristiano en la sociedad.

Muchas veces nos hemos preguntado qué hace falta para ser sacerdote o religioso o religiosa o laico consagrado totalmente al servicio de Dios. Realmente todo se inicia con lo que desde siempre se ha llamado en la Iglesia: vocación. La vocación es una llamada particular que Dios mismo hace a cada persona para abrazar un estado de vida concreto, ya sea la vida sacerdotal, matrimonial, religiosa o simplemente como soltero o soltera.

La vocación al sacerdocio es una llamada que Dios hace a jóvenes y adultos para que se consagren por entero al servicio de Dios mismo y de los demás, mediante el anuncio del evangelio, la celebración de los sacramentos, la vida del amor y el cuidado de una parte de lo que llamamos pueblo de Dios. Ser sacerdote debería verse como algo normal. Sin embargo, con nuestra mentalidad actual no nos resulta fácil entender cómo hay jóvenes que renunciando a todo viven con gozo y alegría su vida siendo sacerdotes. Con una alegría que no es fácil encontrar en nuestra sociedad. ¿Será porque hay demasiada infelicidad en las cosas que hacemos, en las decisiones que tomamos, en un vivir al que no se le encuentra demasiado sentido?

A quien así se siente, solo tengo que decirle con Bonhoeffer: toma aquello que te lleva a la libertad en Cristo, abandona todo lo demás

Vicente Ribas Prats
Administrador diocesano de Ibiza y Formentera
Párroco de Santa Eulalia y San Mateo