1.  Un año más, tenemos la alegría de encontrarnos en el día 8 de agosto, día que el calendario nos presenta como fiesta de San Ciriaco. Y para nosotros, gente de Ibiza y Formentera, es una aportación para el crecimiento de nuestra vida personal y social. De este Santo mártir precisamente el 8 de agosto del año 307, al principio del siglo IV de nuestra era, el Papa San Marcelo trasladó sus restos junto con los de un grupo más de 20 cristianos, que fueron martirizados por orden del emperador Maximiano Herculeo en la Vía Salaria, junto a los huertos salustianos.

Tras su martirio los restos de estos mártires fueron depositados en la Séptima milla de la Vía Ostiense, no lejos de la anual Basílica de San Pablo Extramuros, y desde ese traslado del 8 de agosto son venerados en la Iglesia de Santa María in Vía Lata, bajo el altar mayor. Sintiéndome ibicenco cristiano es costumbre mía siempre que voy a Roma ir a rezar allí y allí he llevado siempre a todas las personas de nuestras Islas que me han acompañado en estos once años que tengo la suerte y la alegría de servir  aquí.

2. ¿Quién era este Ciriaco del que XVIII siglos después de su martirio es venerado en la Iglesia? Sabemos, y así lo recogen las crónicas, que era miembro activo, diácono de la Iglesia de Roma, que vivió haciendo el bien y anunciando la Palabra de Dios. ¿Cómo era la Iglesia en Roma en aquellos tiempos en que vivió San Ciriaco?.

Para responder a esta pregunta acudimos al testimonio de  los apologistas que nos narran cómo los cristianos consiguieron transformar, en este caso mejorar, el mundo pagano con el anuncio de la Palabra de Dios y con el testimonio ejemplar de vida inspirada en esa misma Palabra. Y el testimonio era vivir la caridad fraterna y la pureza de costumbres. El ejercicio de la caridad fraterna hizo de San Ciriaco un gran apoyo de los cristianos que se encontraban condenados a trabajos forzados en medio a una situación cruel e inhumana.

Esa obra, llevada a cabo por nuestro Santo, era un reflejo de la preocupación constante de la Iglesia por los pobres y desamparados. Así lo refiere el obispo Dionisio de Corinto, cuando en una carta a fines del siglo II escribe: «Tenéis la costumbre y tradición, ininterrumpida desde el principio mismo del Cristianismo, de que ayudáis con toda clase de socorros a los hermanos; y proveéis de toda clase de recursos a innumerables iglesias, esparcidas por cada una de las ciudades, cuando están en necesidad. Y de este modo aliviáis la indigencia de muchísimos; y a los hermanos condenados en las minas les suministráis lo necesario. Y esta costumbre vuestra, el bienaventurado obispo Sotero no sólo la guarda, sino que la ha ampliado; suministrando abundantemente recursos a los santos, y aun socorriendo a los que llegan a ésa desde lejos; sin que, como padre cariñoso, a la vez los deje de consolar con santas exhortaciones«.

3.   Junto a esa solidaridad, el estilo de vida digno y las costumbres sanas distinguían a los cristianos. En un pasaje de la llamadaCarta a Diogneto (5,5) leemos: “(los cristianos) se casan como los demás y tienen hijos, pero no abandonan a sus bebés. Comparten la mesa, pero no la cama; viven en la carne, pero no según la carne; están en este mundo pero son, en realidad, ciudadanos del mundo”. A la sociedad pagana le impactaba la sanación de la familia, que las autoridades de entonces –como en ocasiones las de ahora- pretendían reformar, pero cuyas disgregaciones eran incapaces de corregir pues partían de principios equivocados y de la relajación moral de la sociedad. Así San Justino Mártir en su Apología afirma que  las autoridades romanas se preocupan por mejorar las costumbres y sanar la familia, pero las leyes con las que lo pretenden son inadecuadas e insuficientes. Pues bien, ante esa situación se imponía el reconocimiento de lo que las leyes cristianas son capaces de provocar mucho bien entre aquellos que las han acogido y los mismos principios cristianos pueden proporcionar también una ayuda valida a la sociedad civil. Y esa situación es perfectamente aplicable a la realidad actual.

4.   Viviendo en ese Iglesia, sirviendo como diácono, San Ciriaco llevó una existencia digna y alcanzó la palma del martirio. El es un hermoso testimonio de cómo la fe cristiana se expresa en un servicio generoso, aunque a veces arriesgado, a los hermanos. Hoy, al celebrar su fiesta en nuestra Diócesis que lo tiene como Patrón, recibimos su invitación a seguir sus pasos, a llevar una existencia marcada por la escucha y el anuncio de la Palabra de vida, lo cual nos llevará a una vida honrada, digna a los ojos de Dios y de los hombres, una vida fecunda en buenas obras, en definitiva, una vida que vale la pena ser vivida. La existencia terrena de San Ciriaco acabó, como la de tantos cristianos, con el martirio, es decir, con la confesión de la fe a precio de la propia sangre. Ya el Señor nos los había anunciado en el Evangelio: “Si el mundo os odia, sabed que antes me ha odiado a mí. Si vosotros fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya. Pero como no sois del mundo, sino que yo os elegí y os saqué de él, él mundo los odia… Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros…; Pero os tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió. Me han odiado sin motivo” (Cf. Jn 15, 21-27).Y frente a ese aviso, la voz que llama a la esperanza: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

Elevemos hoy nuestra oración a Dios para que, como nuestro Santo Patrón, tengamos el valor y la fortaleza de llevar, por encima de todo, una existencia como la suya con la seguridad de sentirnos, siempre y en todas partes, unidos a Jesucristo.

5.    Siglos después, el mismo día 8 de agosto pero del año 1235 una expedición catalana-aragonesa conquistó a los sarracenos, que las habían invadido siglos atrás, las Islas de Ibiza y Formentera. Con la conquista de las Islas Pitiusas del ocho de agosto se daba inicio a una nueva etapa, caracterizada por la recuperación de la fe cristiana como motor de la vida de los habitantes de estas tierras, así como por  un nuevo régimen, una nueva cultura, lo cual creó una sociedad nueva y mejor. Con las necesarias adaptaciones derivadas del paso del tiempo, ese es el marco sociocultural del que nos sentimos satisfechos y que debemos preservar y ofrecer al conjunto de personas y pueblos que entran en contacto con nosotros.

Son muchos, pues, los siglos que nos permiten afirmar que le Pitiusses son tierras de hondas raíces cristianas, que se remontan a los primeros siglos de la difusión del cristianismo y, por tanto, son un componente esencial de nuestra historia. Privar a nuestra sociedad de ese componente es privarla de su más íntima esencia e identidad. Nuestra condición es clara al respecto:  nuestros pueblos toman nombres de santos, sus fiestas determinan el calendario de la Isla, la fe motiva las mejores obras de arte que poseemos, aparecen las obras de caridad, asistenciales y educativas propias de la religión católica, las familias se forman con las virtudes derivadas del matrimonio cristiano, las gentes crecen y se desarrollan bajo el signo del amor de Dios, los grandes hombres del mundo de la cultura tuvieron sus inspiración en el cristianismo.

Hoy, más de siete siglos después de aquella gloriosa fecha, nos encontramos con el compromiso de afianzar aquel camino emprendido. Afianzar el camino porque el cristianismo es una importante aportación a nuestra vida. Ya lo escribía Mons. Isidro Macabich cuando en el Himne a Santa María dice: “Set segles fa que dalt la host desfeta/ refloriren fe, llengua y llibertat…. Que sempre, Verge Pia, guard nostra terra tan preuat tresor.. per ser i mostrar-mos sempre, dins i fora, fills d’Eivissa, d’Espanya i de la Creu. Avui i sempre sia veu de sa nostra terra aquest clamor”.

6.    Fieles a la tradición multisecular, fuertemente consolidada, se entona hoy en esta Catedral el Himno Te Deum, con el cual,  según antiquísima costumbre en la Iglesia, se dan gracias a Dios y se le pide que nos siga bendiciendo; ésta fue la melodía con que los nuevos pobladores de Ibiza se congratularon por la empresa, sin avergonzarse de ver en ella la mano de Dios. Con esos sentimientos lo entonaremos también nosotros al finalizar la Santa Misa y lo repetiremos al llegar a la Capilla de San Ciriaco.

Mientras recordamos de un modo especial en esta Santa Misa a quienes ofrecieron su vida en aquellos memorables acontecimientos de ocho de agosto de 1235, extendemos también nuestro recuerdo espiritual y agradecimiento vivo a todos aquellos que han ido construyendo, de un modo u otro, esta sociedad de la que formamos parte nosotros, en el respeto y promoción de nuestra identidad, una identidad que hunde sus raíces en el cristianismo y los valores que del mismo se derivan. Y a la vez, inspirados por su ejemplo, asumimos el compromiso de ser nosotros protagonistas del 8 de agosto de 2016, para traer el bien, la libertad, la paz y el amor como trajeron aquellos gloriosos protagonistas de la epopeya que conmemoramos.

Un camino cierto para ello es entregarse, de forma decidida y generosa, en el servicio a todos dando así abundantes frutos de progreso integral y genuinos valores humanos y cristianos, solidaridad y paz social, respeto y colaboración, bajo la protección de la Virgen nuestra Patrona y de San Ciriaco, nuestro Patrón, venerado también en toda Europa, en Italia, en Francia, en Alemania. Así la Iglesia camine decidida en el servicio a todos, y nuestra sociedad conserve y cuide sus raíces cristianas.

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