1. Nos reunimos en esta tarde en la celebración de la fiesta de la Santa Cruz, titular de esta parroquia del centro de esta ciudad. Cuando el Obispo Mons. Antonio Cardona Riera hizo construir este templo en los años cuarenta del siglo pasado, la dedicó a la Santa Cruz. Y con esa dedicación para todos los fieles y para quienes la visitan la contemplación de la Santa Cruz es una buena ayuda y enseñanza para nuestra vida.

Este año, la celebración de la fiesta de la Santa Cruz tiene lugar dentro del Año Jubilar de la Misericordia, que estamos celebrando desde el pasado mes de diciembre. Y como nos enseña el Papa Francisco, Dios es amor, Él nos amó primero y nos ama siempre. Y la cruz es una expresión más del amor de Dios.

Cuando nosotros leemos la palabra de Dios en la Biblia, cuando la escuchamos en las celebraciones de la Misa, cuando se nos habla sobre ella, se ve siempre que Dios es amor, que Dios ama, que Dios no busca el mal para nadie, sino el bien para todos, sin excluir a nadie. Pues, bien, la Cruz es una expresión maravillosa y estupenda de ese amor de Dios.

2. Cuando entramos en esta templo y dirigimos nuestra mirada hacia el lugar principal, el altar, vemos la imagen de la Cruz que lo preside y la Cruz nos deja para nosotros un mensaje maravilloso, el mensaje de que Dios es amor, que actúa con misericordia y el rostro principal, la manifestación más clara de esa misericordia es la vida y la actuación de Jesús: “ En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr. Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, 1)

Mirando, pues, la Cruz, nos viene a la cabeza, al pensamiento las palabras que el protagonista principal de la Cruz, Jesús pronunció en las horas en que estuvo clavada en ella. Son unas palabras que recuerdan y cumplen lo que Jesús había dicho y hecho en los casi tres años anteriores a su presencia en la cruz.

En efecto, Jesús pasó por el mundo haciendo el bien y nunca el mal, buscando siempre el bien de cada persona, sin excluir a nadie, practicando el verdadero y buen amor, la misericordia y eso nos alegra cada vez que lo contemplamos. Y en la Cruz Jesús no cambia, sino que sigue siendo el mismo: el que perdona, el que facilita el ir a la vida eterna, el que nos confía a la protección del Padre, el que disfrutando de la presencia y de la compañía de María nos la da a todos como Madre nuestra.

Mirar la Cruz de Jesús, pues es toda una enseñanza para nuestra vida, una enseñanza que nos recuerda y aclara quien es Jesús y qué hacía Jesús y qué cómo hemos de ser nosotros y qué es lo que tenemos que hacer. Mirar la Cruz, pues, cada vez que entremos en esta Parroquia, cada vez que la veamos por ahí, cada vez que la contemplemos en nuestras casas, en nuestros lugares de trabajo, en las cruces que con devoción llevamos sobre nuestro cuerpo nos muevan a ser como Jesús: Dios se hizo hombre, se hizo persona en Jesús enseñándonos así a las personas cómo tenemos que actuar, como tenemos que ser, y acogiendo pues esa enseñanza cumplamos la indicación de Jesús: “Amaos unos a los otros como yo os he amado”; “”Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”.

3. ¿Qué amor, que misericordia tuvo Jesús en la Cruz? Ese amor y esa misericordia hemos de practicarla también nosotros para efectivamente amarnos unos a los otros como Él nos ha amado. Jesús va a la cruz condenado por el mal; podría haberse opuesto, pues es Dios y tiene todo el poder; pero no se echo atrás, ante esa condena injusta que le pusieron porque Él no había hecho mal a ninguno sino a todos bien, lo acepta y nos enseña que no tengamos miedo a nada, que seamos fuertes haciendo lo que tengamos que hacer por el bien de los demás, especialmente los más necesitados.

Y juntamente con eso, las Palabras que Jesús dice desde la Cruz.

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen: no pide que los castigue, sino que los perdone.

Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lucas, 23: 43. Es la respuesta de Cristo a la súplica «acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino» del ladrón arrepentido. Con ello se interpreta que le asegura la salvación sin que para ello haya obstáculo en sus pecados anteriores, por la fe que ha puesto en Jesucristo.

Mujer, Ahí tienes a tu hijo. […] Hijo, ahí tienes a tu madre.

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Es la última frase que se atribuye a Jesucristo, y se interpreta como un ejemplo de la confianza que debe tener un cristiano ante la entrada en el mundo espiritual: las postrimerías.

Que la fiesta de la Santa Cruz dentro del Año de la Misericordia nos haga aprender con claridad y  fuerza lo que la Cruz fue para Jesús y, en consecuencia, lo que la Cruz ha de ser para nosotros. Que entrando cada vez en este templo y viendo la Cruz, ello nos mueva a cumplir en nuestra vida lo que cumplió Jesús en su vida terrena y en la cruz. La conclusión de ello fue la resurrección, la vida eterna, la entrada en el Cielo. Si nosotros lo hacemos también tendremos ese cumplimiento. Que esta fiesta nos mueva a ello.

Al acabar la Misa saldremos en procesión para que este mensaje no se quede aquí dentro, sino que llegue a otras personas. Que las personas que nos vean, pues, vean que tratamos de actuar y hacer las cosas como las hizo Jesús; de lo contrario la procesión seria una hipocresía: que llevando, pues la Cruz y honrándola demos ese buen mensaje de la Cruz a nuestros hermanos ahora y siempre

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