Un año más tenemos la suerte y la alegría de reunirnos en este templo para celebrar la Santa Misa con motivo de la fiesta de San Antonio, titular de este templo parroquial. Esta fiesta hace que nos reunamos ahora participando en la celebración de la Santa Misa, escuchando la Palabra de Dios, y acercarnos a Jesús a través de la sagrada comunión y admirar la figura de San Antonio.

Entre los santos más populares de todos los tiempos está San Antonio. Muchas poblaciones celebran con festejos especiales la memoria de San Antón, con bendición de animales domésticos o de compañía, con jornada festiva.

Hemos escuchado la Palabra de Dios, y muy particularmente el Evangelio de San Mateo 19, 16-26. Ese Evangelio nos narra la historia de un joven que preguntó el camino de la vida eterna. Jesús se lo indicó pero ese joven no lo aceptó: era rico y eso era la cosa más importante para él.

Jesús se lo dice muy claro: “ si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos». El joven reacciona y pregunta: “¿Cuáles mandamientos?” Jesús tiene la bondad de enumerar los mandamientos que el joven tenía que conocer: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.”  Pero Jesús le recuerda los mandamientos que hablan respecto de la vida junto al prójimo! ¡No menciona los tres primeros mandamientos que definen nuestra relación con Dios! Para Jesús, sólo conseguiremos estar bien con Dios, si sabremos estar bien con el prójimo. De nada adelanta engañar. La puerta para llegar hasta Dios es el prójimo.

La observancia de los mandamientos prepara a la persona para que pueda llegar a la entrega total de sí a favor del prójimo. Jesús pide mucho, pero lo pide con mucho amor. El joven no acepta la propuesta de Jesús y se fue, “porque tenía muchos bienes”.

Un joven que escucha la palabra de Jesús, no la pone en práctica y así no consiguió seguramente su salvación. Nosotros, escuchando la palabra de Dios en las celebraciones de la Santa Misa, en la lectura de la Biblia, en las catequesis y cursos de formación hemos de acogerla, tratarla y cumplirla.

Y un maravilloso ejemplo de eso fue San Antonio Abad, y al pensar hoy en él, en su vida, en sus enseñanzas, en sus obras, que eso nos anime a ser así.

«Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana. Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los Apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de la venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio:

«Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo.»

Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una parte para su hermana.

Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio:

«No os agobiéis por el mañana.»

Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.

Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.

Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía los libros.

Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.» […]

Se convirtió, escuchando la palabra de Dios y poniéndola en práctica en un Maestro de vida:  Su ejemplo personal y su palabra aconsejaban el ayuno, la oración, la señal de la cruz, la vivencia de la fe. Enseñaba, por propia experiencia, que el demonio tiene miedo a los ayunos, las vigilias y oraciones de los ascetas.

Y decía que la mejor actitud ante las insidias del maligno demonio son, principalmente, el amor encendido a Jesucristo, la paz del corazón, la humildad, el desprecio de las riquezas, el amor a los pobres, la limosna…

La enseñanza de Antonio cautivaba a quienes acudían a él. Y, poco a poco, fueron formándose comunidades que tenían como norma el estilo de vida de Antonio. En su ermita se encontró plenamente con el Señor el año 356.

Cuando hablamos de San Antonio decimos siempre la palabra Santo. Los santos, como me gusta decir muchas veces, son personas que han vivido de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio, convirtiéndose así en maestros y modelos para la humanidad y, concluida su peregrinación en esta tierra, son poderosos intercesores a favor nuestro. Recordemos, pues, las cosas de su vida y que ello influya en la nuestra, en la de cada uno, y también rezándole, que él interceda por nosotros desde el Cielo.

Hoy en día en el mundo se cree más por lo que se ve. Por eso, nuestra fe en Dios tiene que manifestarse en nuestras obras, en nuestros hechos concretos. La fe pues tiene que ser probada, demostrada y no sólo dicha. Debe ser algo evidente y comprensible por todos. El mundo creerá si nosotros los cristianos ponemos en práctica los compromisos de nuestro Bautismo como hizo Jesús, como hizo San Antonio, como han hecho los santos, pues llamados a ser santos no son sólo algunos: somos todos.

Y hoy es también el Día de esta Parroquia. Un día para fomentar la conciencia de nuestra pertenencia a la Iglesia, concretada en la vinculación de cada uno a su propia parroquia. Cada uno hemos sido llamados a ser miembros del Pueblo de Dios, un pueblo cuyos miembros han de estar unidos en el amor recíproco y que tiene el encargo de servir y transformar hacia el bien el mundo, con la ayuda y la luz del Evangelio.

El servicio que está llamado a dar una parroquia es decisivo e insustituible. En todo el año cada parroquia nos ofrece la celebración de la Eucaristía, el anuncio de la Palabra de Dios, la práctica de los Sacramentos, el ejercicio de la caridad. En cada parroquia se dan las catequesis de los niños que se preparan para recibir la Primera Comunión, de los jóvenes que se preparan para recibir el Sacramento de la Confirmación, la formación cristiana de las parejas que piensan contraer el Sacramento del Matrimonio en los próximos meses; los catequistas y responsables de evangelización adquieren su formación para ejercer del
mejor modo posible su servicio, las actividades de las Caritas en cada parroquia promueven que el amor y la ayuda que Dios quiere dar y ofrecer llegue a través de los fieles.

La parroquia, una vez iniciada nuestra fe, la mantiene y fortalece. Formando parte de una parroquia, hemos de preguntarnos: ¿qué hacemos nosotros por la vida de la parroquia? ¿En qué colaboramos y qué aportamos?

Esta fiesta, pues debe provocar en cada uno una reflexión de la pertenencia a la propia parroquia, reconocer con gratitud lo que hemos recibido de Dios y usarlo y ofrecerlo al servicio de la comunidad parroquial. Por ello es una buena ocasión de preguntarnos: ¿en qué puedo servir y ayudar?

Que la celebración, pues, hoy, un año más de la fiesta de esta Parroquia nos ayude a todos a aprender más de San Antonio, a quererlo más y a ser miembros vivos de la Parroquia

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