El recuerdo y la celebración de las fiestas de los santos son siempre para nosotros un motivo de gozo y un estímulo. Porque ellos supieron ser fieles a la llamada de Dios. Y todos nosotros estamos también invitados y llamados por Dios a la santidad, a vivir con fidelidad nuestra vida.

En el interior de este tiempo cuaresmal, celebramos hoy la fiesta de san José. Esposo de la Virgen Manía, Madre de Dios, recibió la misión de hacer las veces de padre de Jesús en la tierra, misión que cumplió con heroica fidelidad. Su gran santidad y su particular cercanía con Jesús y María le constituyen en gran intercesor nuestro ante Dios. Y es importante ver que esa paternidad no se limita a Jesús, sino a toda la mima Iglesia y por eso, primero San Juan XXIII y después Benedicto XVI incorporaron si nombre en el Canon de la Misa para que todos los cristianos lo veneremos con frecuencia.

José puede ser para nosotros un ejemplo. Podemos descubrir en su vida unas actitudes profundas que deberían ser también nuestras actitudes.

 

Un hombre capaz de acoger a Dios.

En primer lugar, José es un hombre abierto al misterio de Dios, que acoge su llamada con espíritu de disponibilidad.

Cuando Dios se manifiesta, siempre trastorna nuestra vida, siempre nos sorprende. Cuando Dios se hace presente en la vida de los hombres, lo que cuenta, lo que es decisivo no son nuestros preparativos, nuestros proyectos, sino la acogida que damos a su llamada. Cuando Dios se manifiesta, «todo es gracia» y por lo tanto, todo depende de la fe.

Esta fue la actitud de José. El supo acoger el misterio de Dios que irrumpía en su vida. Confió en la Palabra de Dios.

Confió en ella «contra toda esperanza», aceptando el riesgo que siempre supone la fe, sin verlo todo claro de una vez para siempre, asumiendo con coraje las dificultades y las oscuridades del camino que emprendía. Su confianza, su disponibilidad, su actitud de dejarse guiar por El lo convierte para nosotros en un modelo, un punto de referencia.

Ante Jesús, los hombres demasiado llenos de sí mismos, demasiado confiados en sus posturas, en sus tradiciones, en su religiosidad, se volvieron de espaldas. Por el contrario, los hombres que tenían un corazón sencillo, abierto, disponible, un corazón capaz de sorpresa y de esperanza lo acogieron. José era uno de esos hombres.

Jose, pues, se distingue por tener fe, es decir, creer en Dios, fiarse e Dios y cumplir lo que Dios le propone. Las lecturas que hemos escuchado hoy nos hablan de esa fe de San Jose. Es la fe que se alaba en la segunda lectura de hoy de la Carta de San Pablo a los Romanos según la imagen de Abraham; él tuvo fe y esperó contra toda esperanza y por eso fue padre de muchos pueblos. Con esa esperanza José fue padre de Jesús, padre de la Iglesia, padre del nuevo pueblo de Dios como imagen de la paternidad divina porque creyó.

Y con su fe es obediente a Dios. Toda su vida es así: Va  Belén y allí nace Jesús; cumple lo que le dice el ángel de irse  Egipto cuando Jesús es perseguido siendo niño, y así lo va haciendo todo: lo lleva al templo, como corresponde a un padre, l busca cuando se separa, le enseña el trabajo, etc.

 

Una respuesta fiel y generosa a la llamada de Dios.

El evangelio nos dice brevemente que José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado. Su fe se transforma y se traduce en fidelidad. Ha acogido con confianza la llamada de Dios y empieza a seguir con generosidad los caminos que Dios le señala.

Como María, también José creyó en la palabra del Señor y fue partícipe de ella. Como María, creyó que este proyecto divino se realizaría gracias a su disponibilidad. Y así sucedió: el Hijo eterno de Dios se hizo hombre en el seno de la Virgen Madre.

Como Abrahán, José es un hombre de fe: pone su confianza en Dios sin tener todas las claves del camino en que se encuentra metido. En el momento más amargo de su vida, cuando está dispuesto a dejar a María al verla encinta, le dice el ángel: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. José, habiendo despertado del sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, recibió a su mujer y ella dio a luz un Hijo, sin que la hubiera conocido, al que puso por nombre Jesús. Sencillamente.

Lo mismo que le sucederá en la huida a Egipto, sin decir ni pio. ¡Nada! Allá va, callado, sacrificado, bueno hasta la médula de los huesos, ese es José. No pone dificultades. Y José calla porque se trata de Dios. Él nos enseña la confianza en la bondad de Dios y nos señala que el camino de la Iglesia, el de todos los que trabajamos en ella, el de los sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, matrimonios, laicos, tiene que ser un camino de fe, como el de José.

Acepta la misión que Dios le da y la cumple sin ruido. No se pierde en discursos. Habla el lenguaje que mejor conoce, el que en definitiva importa: el lenguaje de los hechos. Su santidad radica precisamente en esta vida anónima y entregada, de trabajo y preocupación por la familia, vivida como una respuesta fiel y generosa a la llamada de Dios.

 

Como él, también nosotros somos llamados.

Todos y cada uno de nosotros somos también llamados por Dios.

También nosotros, queridos hermanos, si estamos aquí es porque somos personas de fe, porque creemos en lo que el Señor nos ha revelado. Él también nos ha dado una vocación: la vocación sacerdotal, la vocación al matrimonio, y las demás vocaciones, que se realiza por el don de la fe, porque Dios nos ha confiado ese ministerio, no solamente a partir de la voluntad de haber elegido a esta o esa persona como compañero o compañera de vida, sino el don que Dios nos ha confiado de ser custodio el uno del otro, el esposo de la esposa, la esposa del esposo, ser custodios de unos hijos. También cuando las cosas van mal, cuando vienen las dificultades, las crisis, los problemas, cuando desaparece la esperanza humana, debemos de acordarnos de Abraham y de José que creyeron contra toda esperanza humana.

Dios sostiene la vocación que os ha dado de ser esposos y esposas, sostiene esa misión. La paternidad es un elemento fundamental para nuestra vida. Por eso me gustaría felicitar hoy a quienes el Señor os ha dado la vocación de padres como san José.

Tenemos cada uno un lugar y una misión irremplazables en el plan de Dios. Debemos tener un espíritu atento para saber descubrir en nuestro trabajo y en nuestra familia, en nuestros ambientes y en nuestra comunidad las llamadas que Dios nos dirige a asumir, nuestra responsabilidad y nuestros compromisos.

Debemos tener también un corazón generoso que nos haga avanzar con decisión para hacer de nuestra vida una respuesta fiel y generosa a la llamada de Dios.

Que San José nos bendiga con su Hijo. Pidámosle que nos enseñe a orar, que nos conceda un trato cariñoso con Jesús y con el Jesús que está escondido en cada hermano.  Que San José cuide de nuestra fe y de nuestras virtudes, como cuidó de la vida de su Hijo, Jesús.

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