La fiesta de San Lorenzo nos reúne aquí, en este templo dedicado a su figura para celebrar su fiesta, contemplar su imagen, aprender de sus enseñanzas y ejemplos y pedirle, como santo, como intercesor por nosotros ante Dios, que también nosotros podamos responder con satisfacción, alegría y generosidad a lo que Dios nos vaya pidiendo y proponiendo para nuestro bien y el de las demás personas. Se trata de un santo y mártir muy popular a pesar de ser lejano en el tiempo, pues murió en el año 258 pero su memoria está viva en el pueblo cristiano.

Yo, desde niño, fui animado a celebrar, vivir y aprender las cosas buenas de este santo: en mi pueblo hay una ermita en la montaña dedicada a San Lorenzo y hoy se celebra allí la fiesta como aquí, con Misa, procesión y después actos festivos. Mis padres, mis tíos, mis abuelos nos llevaban allí a mí y a mis hermanos a que la celebráramos y aprendiéramos cosas buenas de este santo. Y en mis años de servicio en Roma en muchas ocasiones iba al templo dedicado a San Lorenzo, donde se venera su cuerpo.

La fiesta de este Santo en esta población tiene diversas actividades. Una de ellas es esta celebración de la Santa Misa, momento en el que escuchamos la Palabra de Dios para ayuda y enseñanza nuestra, nos acercarnos más a Jesús y reforzamos esa presencia y cercanía con la Sagrada Comunión. Así hacia San Lorenzo y así fue un servidor de Dios y de las demás personas, especialmente las más necesitadas, y así nos corresponde ser también a nosotros como cristianos.

Era San Lorenzo, aunque nacido en España, era uno de los siete diáconos de la Iglesia de Roma, cargo de  gran responsabilidad, ya que consistía en el cuidado de los bienes de la Iglesia para la distribución de limosnas a los pobres.

En el año 257 el emperador Valeriano publicó un decreto de persecución en el cual ordenaba que todo el que se declarara cristiano sería condenado a muerte. Al año siguiente, el 6 de agosto el Papa San Sixto estaba celebrando la santa Misa en un cementerio de Roma cuando fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos por la policía del emperador. Cuando este era llevado al cadalso, su diácono Lorenzo lo seguía, llorando y pidiendo morir por Cristo.

La antigua tradición dice que cuando Lorenzo vio que al Sumo Pontífice lo iban a matar le dijo: «Padre mío, ¿te vas sin llevarte a tu diácono?» y San Sixto le respondió: «Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás«. Lorenzo se alegró mucho al saber que pronto iría a gozar de la gloria de Dios. En esa persecución, Lorenzo empezó a repartir todos los bienes de la Iglesia entre los pobres para evitar que cayeran en manos de los perseguidores.

Así, ya esa noche, Lorenzo visitó a los mendigos, lisiados, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba, y repartió entre ellos los bienes de la iglesia.

El alcalde de Roma, que era un pagano muy amigo de conseguir dinero, llamó a Lorenzo y le dijo: «Me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios, y que en sus celebraciones tienen candelabros muy valiosos. Vaya, recoja todos los tesoros de la Iglesia y me los trae, porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar«.

Lorenzo le pidió que le diera tres días de plazo para reunir todos los tesoros de la Iglesia, y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba con sus limosnas. Y al tercer día los hizo formar en filas, y mandó llamar al alcalde diciéndole: «Ya tengo reunidos todos los tesoros de la iglesia. Le aseguro que son más valiosos que los que posee el emperador».

Llegó el alcalde muy contento pensando llenarse de oro y plata y al ver semejante colección de miseria y enfermedad se disgustó enormemente, pero Lorenzo le dijo: «¿por qué se disgusta? ¡Estos son los tesoros más apreciados de la iglesia de Cristo!»

El alcalde lleno de rabia le dijo: «Pues ahora lo mando matar, pero no crea que va a morir instantáneamente. Lo haré morir poco a poco para que padezca todo lo que nunca se había imaginado. Ya que tiene tantos deseos de ser mártir, lo martirizaré horriblemente».

Y encendieron una parrilla de hierro y ahí acostaron al diácono Lorenzo. San Agustín dice que el gran deseo que el mártir tenía de ir junto a Cristo le hacía no darle importancia a los dolores de esa tortura.

Los cristianos vieron el rostro del mártir rodeado de un esplendor hermosísimo y sintieron un aroma muy agradable mientras lo quemaban. Los paganos ni veían ni sentían nada de eso.

San Lorenzo sufrió la muerte de un mártir, como se lo había anticipado el papa Sixto II, el día 10 de agosto de 258. El  poeta Prudencio dice que el martirio de San Lorenzo sirvió mucho para la conversión de Roma porque la vista del valor y constancia de este gran hombre convirtió a varios senadores y desde ese día la idolatría empezó a disminuir en la ciudad. San Agustín afirma que Dios obró muchos milagros en Roma en favor de los que se encomendaban a San Lorenzo. El santo padre mandó construirle una hermosa Basílica en Roma, siendo la Basílica de San Lorenzo la quinta en importancia en la Ciudad Eterna.

En esta fiesta se nos propone un evangelio luminoso. Jesús nos recuerda que uno debe vivir de una buena manera, y esa manera es dejar fuera la comodidad y el egoísmo  para ser eficaz. El Evangelio siempre nos pide un cambio y un compromiso.

En la figura del grano que muere en la tierra la muerte es la condición para que se libere toda la energía vital que contiene; la vida allí encerrada se manifiesta entonces de una forma nueva. Jesús afirma con esto, que el hombre posee muchas más potencialidades de las que aparecen, y que solamente el don de sí hasta el fin las libera para que ejerzan toda su eficacia.

También nos dice “El que  ama su vida la perderá, pero el que ofrece su vida por los demás la salvará». Estas palabras retratan a la perfección al diácono Lorenzo.

El temor a perder la vida es el gran obstáculo a la entrega. Poner límite al compromiso por apego a la vida, es condenarla al fracaso; pues este apego por el amor a la propia vida lleva, muchas veces a no querer reconocer situaciones de injusticia, al silencio cómplice ante la realidad.  Por el contrario, estar dispuestos a arriesgar la vida, desafiando la hostilidad de la sociedad injusta, no significa frustrar la propia existencia, sino llevarla a su completo éxito. El que ofrece su vida por los demás, ama de verdad, se olvida del propio interés y seguridad, lucha por la vida, la dignidad y la libertad.

En este día os invito a que veamos lo que hay detrás de la imagen de San Lorenzo. Allí hay una vida gastada en el servicio. Allí hay un diácono, o sea, un servidor. Desde ahí San Lorenzo nos está invitando a servir, a estar abiertos a las necesidades de los hombres y mujeres de hoy, de los pobres, de los marginados y excluidos por esta sociedad nuestra que llamamos del bienestar. Allí hay una vida entregada por ser fiel a su opción. Allí hay un mártir. Que amó dándose  sin escatimar, hasta desaparecer, si es necesario. Sólo quien no teme a la muerte puede entre­garse hasta el fin, llevando su vida a su completo éxito

No sé si a alguno de nosotros le tocará vivir ese martirio “rojo”. Pero si pienso que, a todos, nos toca vivir ese otro martirio del día a día, del trabajo responsable, de la honradez y sinceridad, de la coherencia, de la fidelidad, del cumplimiento de la palabra, del vacío, a veces, de nuestras propuestas, criterios y planteamientos, del compartir, de la acogida.

En San Lorenzo podemos ver a un cristiano, un miembro de la Iglesia que se comprometió con ella y desde ella sirvió a los pobres. Sentirse Iglesia no es sólo estar bautizado. Sentirse Iglesia es vivir con tal sensibilidad que nada de lo que en ella pasa, de bueno o de malo,  pueda resulta indiferente ni extraño. Sea así nuestra vida, y San Lorenzo, que lo hizo nos ayude en ese buen propósito.

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