Un año más tenemos la suerte y la alegría de reunirnos en este templo para celebrar la Santa Misa con motivo de la fiesta de Santa Gertrudis, titular de este templo parroquial. Esta fiesta hace que nos reunamos ahora participando en la celebración de la Santa Misa, escuchando la Palabra de Dios, acercarnos a Jesús a través de la sagrada comunión y admirar la figura de Santa Gertrudis, aprendiendo cosas de ella.

Yo estoy contento cada año cuando vengo aquí a celebrar esta fiesta. Los primeros años acogido por Don Vicente Ribas, después por Don Antonio Ferrer Mari, y ahora, desde hace unos años por Don Jaiver Betancour, que viniendo de fuera se convenció, como lo estoy yo, de la belleza y bondad de Ibiza y de la satisfacción de pertenecer y servir a la Iglesia aquí. Y junto a los sacerdotes aquí hoy presentes, me alegro de encontrarme con los obreros, con los miembros del Coro, con los fieles de la Parroquia a los que saludo con afecto y estima. Y lo mismo de las dignas autoridades.

Hemos escuchado la Palabra de Dios tal como nos la transmite la Biblia. El evangelio de hoy nos anima a crecer en la fe, utilizando el ejemplo de una imagen agrícola. Por ello, compara nuestra fe con el sarmiento porque si la fe no nos une a Jesús Resucitado, no daremos frutos porque el sarmiento da fruto cuando está unido a la vid.

La Palabra de Dios presenta la imagen de la viña como símbolo del pueblo que el Señor ha elegido. Como una viña, el pueblo requiere mucho cuidado, requiere un amor paciente y fiel. Así hace Dios con nosotros, y así somos llamados a hacer nosotros

Para dar frutos debemos conocer a fondo la vida de Jesús, vivir lo más parecido a como Él vivió, dejarnos iluminar por el Espíritu que será quién nos de fuerzas, energía para vivir en el camino que nos ha marcado.

Las palabras que nos dirige son palabras consoladoras. Jesús nos dice que nunca estaremos solos porque el Padre nos quiere, nos cuida y protege. En el evangelio, la Iglesia encuentra  la fuerza necesaria para seguir sus pasos que no son otros que la cercanía con los más débiles, los más desasistidos de la sociedad. Nuestro testimonio hará que no se olvide su mensaje y que la Iglesia se vaya renovando y sea cercana a los problemas que la sociedad tiene en cada época.

Nos encontramos hoy, a muchas personas que no conocen el evangelio, incluso dentro de las comunidades eclesiales nos conformamos con la lectura dominical desde el ambón.
Por eso hay que animar a que las personas lean de primera mano la Palabra de Dios y la mejor opción para que nuestra fe tenga un crecimiento continuo es alimentarnos con la Palabra de Dios.

Tener fe, alimentarnos de la Palabra de Dios es algo que nos hace bien en todo: los años de nuestra vida aquí en la tierra, el trabajo, tantas cosas. Y una de las entidades que hemos de llevar bien es la vida familiar.

Pero para que la familia pueda caminar bien, con confianza y esperanza, es necesaria que esté nutrida por la Palabra de Dios. […] ¡Una Biblia en cada familia! ¡Una Biblia en cada familia!. Ante esa propuesta, uno puede decir: “Nosotros tenemos dos, tenemos tres’. ‘Pero, ¿dónde las tenéis escondidas?’ La Biblia no es para ponerla en una estantería, sino para tenerla a mano, para leerla a menudo, cada día, ya sea de forma individual o juntos, marido y mujer, padres e hijos, quizá en la noche, especialmente el domingo. Así la familia crece, camina, con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios.

Y una persona que escucho y transmitió la Palabra de Dios es Santa Gertrudis, persona de la cual podemos aprender muchas cosas, pero una de ellas, fundamental e importante ahora y siempre es escuchar, cumplir y transmitir la Palabra de Dios. Escritora y mística benedictina, nacida en Alemania en 1256. Murió en Helfta, cerca de Eisleben, Sajonia, el 17 de noviembre de 1301 ó 1302..

A los cinco años de edad ingresó en el convento de Helfta. En este rincón espiritual uno podía encontrar todo lo que puede contribuir a la santidad, favorecer la contemplación y el aprendizaje.. Así era Helfta cuando sus portales se abrieron para recibir a una pequeña niña destinada a convertirse en una de las glorias más brillantes de este convento.

A Gertrudis se le puso bajo el cuidado de su tía Santa Matilde, quien era hermana de la abadesa y estaba a cargo del alumnado. La pequeña tenía el don de ganarse los corazones, según sus biógrafos, era encantadora. Así pues, desde muy temprano creció entre Gertrudis y Santa Matilde, una buena amistad.

Se dice que Gertrudis poseía cualidades excepcionales para el estudio y a los veinticinco años de edad que recibió el impacto de su primera visión, que sería sólo el comienzo de una serie de revelaciones que tendría sucesivamente a lo largo de su vida, hasta el momento de su muerte. Hasta antes de la primera revelación, el objeto de sus estudios eran temas de ciencias naturales, literatura etc., pasado el éxtasis, comprendió que se había dedicado por entero al estudio de temas mundanos y cambió totalmente el sentido de sus estudios. A partir de ese momento, optó por dedicarse al estudio de los escritos de los santos padres, de teología y de Sagrada Escritura.

Ella pasó del alumnado a la comunidad religiosa. Por fuera, su vida era la de una monja benedictina sencilla, como las demás. Su caridad sin límites abarcaba a todos; tanto a los ricos como a los pobres, a los letrados como a los comunes, al monarca en su trono, como al campesino en su parcela; se manifestaba en una tierna compasión hacia las almas en el purgatorio, en un gran anhelo de perfeccionamiento en las almas consagradas a Dios. Su humildad era profunda.

Una de las características de la piedad de Gertrudis puede encontrarse en la devoción que tenía al Sagrado Corazón. Devoción que se encargó de propagar primero que nadie. Ya que para ella, en la Devoción al Sagrado Corazón se encontraba el símbolo de la caridad inmensa, que impulsa a “La Palabra” a hacerse “carne”, a instituir la Santa Eucaristía, a cargar con nuestros pecados y, a morir en la cruz para ofrecerse como víctima y como sacrificio al Padre Eterno. (Colección de Ritos, 3 de abril de 1825).

Cuando sintió que se acercaba su muerte, Gertrudis tendría aproximadamente 45 años de edad. Santa Gertrudis sufrió diez años de penosas enfermedades y murió el 17 de Noviembre de 1301 o 1302. Tenía alrededor de los cuarenta y cinco años.

Ni Santa Gertrudis ni su hermana fueron canonizadas formalmente, pero Inocencio XI introdujo el nombre de Gertrudis en el Martirologio Romano en 1677. Clemente XII   ordenó que se celebrase su fiesta en toda la Iglesia de occidente.

Que Cristo Jesús nos regale también a nosotros una llamarada de amor hacia Él, como la que le concedió a su fiel sierva Gertrudis.

 

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