S.I. CATEDRAL 13 DE ABRIL DE 2017

1. Hoy en toda la Iglesia nos reunimos para celebrar la institución de la Eucaristía por parte de Nuestro Señor Jesucristo en la víspera de su pasión. La Eucaristía es el alimento espiritual con el cual la persona se nutre para fortalecer su espíritu, de modo que sea fuerte y eficiente para mantener la lucha contra el pecado. Este alimento es el Cuerpo y la Sangre de Jesús y tiene el poder de transformarnos en Él.

Al banquete eucarístico hemos de venir limpios, puros, libres de toda mancha del pecado. Y esto nos viene presentado en el Evangelio del lavatorio de los pies que prepara la institución de la Eucaristía. En este episodio Jesús, el Señor y Maestro, “Jesús se pone a  lavar los pies a los discípulos”, Con este gesto simbólico Él nos quiere indicar la necesidad de ser puros, limpios, ante a aquel que está realmente presente en cada celebración eucarística: sólo así se puede tener parte con Él. No podemos, no debemos, pues, acercarnos a la mesa del Señor si no hemos limpiado nuestro interior, liberándolo de toda mancha, aunque sea pequeña, y si no estamos abiertos a la caridad fraterna, al servicio recíproco.

 

2.      En este texto del Evangelio se nos pone para cada creyente un severo examen de conciencia sobre cómo has que acercarse a la Eucaristía: si se va con las debidas disposiciones interiores, o si al contrario se va con superficialidad y con distracción. De esa actitud, en efecto, dependen también los frutos que el Pan eucarístico nos trae a nosotros. Pero se ello no nos transforma y nos santifica, es porque no hechos hecho rendir adecuadamente dicha riqueza. La característica de la comida espiritual es en efecto aquella que no lleva su fruto si el que lo recibe no se predispone adecuadamente hacia ese nutrimento. Jesucristo entra en comunión con nosotros de un modo profundísimo. Pero si esa unión no la queremos o deseamos, Jesús no nos transmite su comunicación y la comida eucarística no produce en nosotros los efectos de la santidad.

En la Eucaristía, pues, Jesús, entra dentro de nosotros para transformarnos hacia El, de un modo de hacernos capaces, como lo es Él, en ser actores de un amor infinito.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Esta expresión del Evangelio de San Juan es muy suficiente para hacernos entender el amor sin límites de Jesús hacia los suyos. Como ama hasta el final, es decir, en todos los días de su existencia es capaz de acoger un acto supremo de amor que es dar la vida por nosotros.

¡Cuántas veces hemos oído estas palabras en nuestras celebraciones: “Jesús a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”! Una frase tan notable que no hemos de perder su significado profundo, que hace emocionarse a los santos. Con ellas se ve que Dios ha cumplido su propósito redimiéndonos. Y ello hemos de pensarlo y acogerlo mucho, muchísimo porque es la cosa más grande que nos puede suceder en la vida: encontrar la salvación.

Amar la Eucaristía. Amar la Misa es vital para un cristiano, porque es de ese modo como uno así no sólo se encuentra con Dios, sino se une a Él. Por eso, es importante convenceré de que no hay nada más importante, más grande en este mundo. Y desde el Santo Sacrificio de la Misa construir y ordenar toda nuestra vida, toda nuestra jornada.

 

3.      Y al lado de este amor por la Eucaristía el Jueves Santo nos tiene que mover también al amor por el Sacerdocio, por los sacerdotes, es decir, por aquellos que han sido llamados por el mismo Jesús a hacer posible este gran milagro de la presencia de Jesús por medio de la Eucaristía: sin la presencia del sacerdote no es posible celebrar la Santa Misa. Su papel en el mundo no es un papel de mandato, de poder, sino de servicio, de la misma manera de nuestro Señor Jesucristo. En efecto la tarea de la Iglesia y del clero en ella es el de conducir a cada componente del pueblo de Dios hacia la santidad, es decir, entregarle los sacramentos de la salvación. Detrás de esto no hay ningún poder mágico excluido a los otros que haga que el sacerdote sea superior o más potente que los otros cristianos: el poder del sacerdote reside en Cristo y sólo en Él.

El sacerdote es alter Christus, el dispensador de los divinos misterios, aquel que es llamado a hacer pasar el rio de la gracia que se dirige hacia el pueblo de Dios y que lo conduce a la salvación.

El Jueves Santo, pues, el día del inicio de la Eucaristía y del Sacerdocio porque ambos van unidos: no se pueden separar uno del otro. El Sacerdote es para la eucaristía y como tal debe actuar a su imagen, es decir, ser siervo, alimento. Esto pide una capacidad de amor que Dios puede dar a estas personas que ha elegido.

Con nuestra celebración, pues, pidamos que aumente en nosotros el amor por la Eucarística y por los sacerdotes.

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