SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Capilla de la Sagrada Familia 23 de junio de 2017

Encontrándonos al final de curso, en esta Solemnidad de Sagrado Corazón de Jesús, que como decía el Siervo de Dios el Papa Pio XII: “Cristo destinó su corazón como signo y garantía de la misericordia y de la gracia para las necesidades de la Iglesia en nuestros días”. Habiendo hecho un curso más de evangelización, liturgia y caridad, hoy delante del Corazón de Jesús le damos gracias de lo que buenamente hemos podido hacer, y le presentamos nuestras propuestas para una Iglesia mejor y más efectiva, asumiendo para ello los compromisos que nos corresponden y podamos llevar adelante. Ello cumpliendo lo que nos indicaba en Papa Benedicto XVI en el Año Sacerdotal: “promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo”.

 1. Hoy la liturgia de la Iglesia católica se concentra, con una adoración y un amor especial, en torno al misterio del Corazón de Jesús. Es sabido, y así lo habéis hecho en algunas parroquias, que este mes de junio está consagrado especialmente al Sagrado Corazón de Jesús, como el mes anterior lo hemos tenido dedicado a la Virgen María. Con nuestro culto y acercamiento al Sagrado Corazón le expresamos nuestro amor y adoración.

Más que mis palabras, aunque os las diga sintiéndome de cada uno, sin excepción hermano y amigo, dejemos que nos hablen las palabras de la Biblia, las Palabras de Dios.

En la primera lectura, Deuteronomio, 10, 6-11 se nos ha presentado un pueblo declarado pueblo de Dios. El ser pueblo de Dios radica en que Dios lo consagró, lo introdujo en su esfera, lo hizo su propiedad. La razón de que Dios lo eligiera fue su amor, el cual no busca otras razones más allá de sí mismo. Esa iniciativa gratuita de Dios es la que constituye la grandeza de este pueblo entonces.  Pero ese amor no quedó restringido para siempre a ese pueblo, sino que con la venida y las obras de Jesús se extiende a todos los pueblos, y así, ahora Ibiza y Formentera están llamadas a ser también pueblo de Dios. En este momento concreto la vivacidad y la eficacia de que Ibiza y Formentera sean y vivan como pueblo de Dios nos ha sido especialmente conferida a nosotros: es nuestra tarea y nuestra responsabilidad.

En la segunda lectura, 1 Jn 4, 7-16, el autor ha hablado ya del mandamiento decisivo, que es el amor a Dios, pasa ahora al segundo e inseparable mandamiento, el amor fraterno. Juan no pierde de vista un momento la situación de la comunidad cristiana. Por eso se refiere concretamente al amor fraterno, sin excluir a nadie. Los que aman como Dios ama son Hijos de Dios, vienen de Dios lo mismo que el amor que en ellos se manifiesta.  El que no ama de esta manera no tiene nada en común con Dios y tampoco puede conocerlo. El conocimiento de Dios es inseparable del amor que viene de Dios.

Ciertamente Dios había dado antes pruebas de su amor, pero sólo en Jesucristo nos da la prueba definitiva. Ahora conocemos que el amor no es sólo una propiedad más entre otras propiedades divinas, sino la misma esencia de Dios; pues nos da lo mejor que tiene y nos lo da sin reservas, nos da su «Hijo único».

El amor que viene de Dios y se manifiesta plenamente en Jesucristo es amor desinteresado, porque es amor a los hombres precisamente cuando éstos eran aún enemigos de Dios. Fue entonces, en el momento preciso, cuando Jesucristo murió en sacrificio de propiciación por nuestros pecados.

El compromiso de ese amor Jesús lo reafirma en las promesas que apareciéndose como Corazón a Santa Margarita María Alacoque hizo y están en vigor y os recuerdo para que las recordéis siempre a los hermanos:

1)  Les daré todas las gracias necesarias para su estado de vida.

2)  Les daré paz a sus familias.

3) Las consolaré en todas sus penas.

4) Seré su refugio durante la vida y sobre todo a la hora de la muerte.

5)  Derramaré abundantes bendiciones en todas sus empresas.

6) Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de misericordia.

7) Las almas tibias se volverán fervorosas.

8)  Las almas fervorosas harán rápidos progresos en la perfección.

9) Bendeciré las casas donde mi imagen sea expuesta y venerada.

10) Otorgaré a aquellos que se ocupan de la salvación de las almas el don de mover los corazones más endurecidos.

11)  Grabaré para siempre en mi Corazón los nombres de aquellos que propaguen esta devoción.

12) Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos aquellos que comulguen nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final: No morirán en desgracia mía, ni sin recibir sus Sacramentos, y mi Corazón divino será su refugio en aquél último momento.

2.      Finalmente, en el Evangelio de San Mateo 11, 25-30 nos presenta el corazón de Jesús como manso y humilde, siendo ello expresión de su amor. Y siendo nosotros sacerdotes nos podemos preguntar: ¿cómo es, como actúa nuestro corazón? La gente a la que servimos y tratamos qué se pregunta de nuestra forma de ser del corazón.  ¿Cómo debe ser el corazón de un sacerdote?

Todo cristiano está llamado a la imitación de Cristo, pero de modo especial los sacerdotes. Quien ha sido llamado al sacerdocio invierte muchos años de formación para estar a la altura de las necesidades de las personas. Lo más importante para un sacerdote es formar su corazón para que sea como el de Cristo. Esto lo hace Dios en el corazón del sacerdote después de muchos años de contemplación y del esfuerzo por imitar las virtudes de Cristo.

Hay tres lugares para conocer, amar e imitar a Cristo: en el Evangelio, en la Cruz y en la Eucaristía. En estos tres lugares descubrimos con facilidad las virtudes que avalan el Corazón de Cristo, especialmente su mansedumbre y su humildad, que son la puerta por donde pasa su amor hacia nosotros.

¡Qué grande ejemplo nos da Cristo en el Evangelio, que no vino a ser servido sino a servir! ¡Cuánto podemos aprender de la contemplación de Cristo clavado en la Cruz, donde su amor llega hasta el extremo y no se ahorra nada para que nos salvemos! ¡Cuánta sencillez y cuánta humildad de Cristo que ha querido quedarse entre nosotros para acompañarnos y hablarnos en esos bellos momentos de silencio íntimo ante la Santísima Eucaristía!

En estos tres lugares, el sacerdote encuentra un modelo que imitar y son los lugares privilegiados para dejar que Cristo, sus miradas, sus palabras, sus gestos, penetren su propio corazón y haga de él un reflejo vivo de su Amor.

San Pablo nos invita a tener los mismos sentimientos de Cristo (Fil 2,5). Cuanto más el corazón de un sacerdote está lleno de los sentimientos de Cristo, tanto más amará a las almas como las ama Cristo. Cuantas más horas acompañe a Cristo, tanto más fácilmente las personas podrán descubrir el amor tan infinito con que Dios las ama, pues Dios quiere dar a conocer su Amor a través del corazón de sus sacerdotes.

El Corazón de Cristo es un tesoro de amor que llevamos en vasijas de barro (2 Cor 4, 7). Nos maravillamos que el Señor haya elegido instrumentos tan pequeños para hacer presente su amor entre los hombres. Parecería como si esto fuera una especie de limitación que Cristo mismo ha querido poner a su amor. Por esta razón, vemos lo importante que es para el sacerdote dejar que Cristo modele su corazón. ¡Jesús manso y humilde de Corazón, haz mi corazón semejante al Tuyo!

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