La importancia del Bautismo de Jesús en el río Jordán, que hoy celebramos, es un hecho importante que recogen los tres Evangelios sinópticos y también el de San Juan. Hoy hemos leído el de San Lucas, que también lo recuerda en su libro de los Hechos de los Apóstoles.

El Bautismo de Jesús puede ser definido como una segunda gran Epifanía o manifestación de Jesús, después de aquella que tuvo lugar en los Reyes Magos. La Epifanía es la manifestación de la identidad de Jesús y de su específica misión. Y si nosotros estamos llamados a ser imitadores de Jesús, aquí se ha de ver también nuestra identidad y nuestra misión en el mundo y en la Iglesia.

El detalle importante sobre el que podemos reflexionar no es el uso de agua, sino lo que la voz misteriosa del cielo proclama: “Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto”. Es una revelación divina que proclama que Jesús es el Hijo predilecto de Dios, elegido para una misión particular, única.

Por eso es que en el episodio del Bautismo de Jesús tiene lugar la bajada del Espíritu Santo, y con ello Jesús queda consagrado como Mesías, como mensaje de la buena noticia del Espíritu Santo; y así, con esa fuerza, durante toda su vida en esta tierra Jesús predicó e hizo milagros, perdonó, murió pero resucitó por obra del Espíritu Santo. Toda la vida de Jesús, es pues, expresión de esa acogida del Espíritu Santo.

Por eso, consciente de esa presencia del Espíritu Santo, Jesús un día, predicando en la Sinagoga con las Palabras del Profeta Isaías: “Él espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”, Él acabará diciendo: “Hoy se cumplen estas palabras que habéis escuchado”.

Jesús es pues el consagrado y guiado por el Espíritu Santo para cumplir la misión, querida por el Padre, de liberar de las fuerzas del mal, de elevar moral y espiritualmente a la humanidad. Y esa misión, con la fuerza del Espíritu Santo Jesús la cumplió.

En el Bautismo de Jesús en el Jordán podemos descubrir también nosotros la identidad de nuestro bautismo. En efecto:

En nuestro propio bautismo recibimos nosotros el Espíritu Santo y por obra del Espíritu Santo quedamos regenerados y renovados, hechos nuevamente hijos de Dios, partícipes de su vida divina. Y así quedamos consagrados a una misión que es la misma de Cristo: llevar al mundo la alegre noticia de la salvación, liberar al hombre de la esclavitud, pasar por la vida haciendo el bien.

Celebrando hoy el bautismo de Jesús pues, reafirmemos nuestra fe en Él, viéndolo como Hijo de Dios, consagrado por el Espíritu Santo como Mesías y Salvador y agradezcamos a Dios el don de nuestro bautismo. Procuremos tomar cada vez mayor conciencia de nuestra realidad de bautizados y de nuestra responsabilidad en este sentido.

Importante es tener esto presente porque si alguien nos preguntara: ¿Por qué eres cristiano?, la respuesta a esta pregunta tendríamos que darla más con los hechos que con las palabras. Sí, somos cristianos porque hemos sido bautizados, pero ¿cuántos cristianos viven de acuerdo con lo que es el bautismo? El cristiano, después de su bautismo, ha de tenerlo muy claro: vivir con Cristo y como Cristo y no sin Cristo o contra Cristo.

Si la frase “tener fe” es fiarse de alguien, nosotros por la fe en Dios nos tenemos que fiar de Dios siempre y en todas las cosas, y así el verdadero cristiano es aquel que tiene una perfecta unión entre la fe y la vida, entre las palabras y las acciones, entre lo que escucha de Dios y lo que hace.

Hoy en día en el mundo se cree más por lo que se ve. Por eso, nuestra fe en Dios tiene que estar manifestada por nuestras obras, por nuestros hechos concretos. La fe pues tiene que ser probada, demostrada y no sólo dicha. Debe ser algo evidente y comprensible por todos. El mundo creerá si nosotros los cristianos ponemos en práctica los compromisos de nuestro Bautismo como hizo Jesús cuyo bautismo en el Jordán hoy celebramos

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