El 27 de enero de 1873, a las 8,30 de la mañana se celebraba una Santa Misa en la capilla de Seminario de Barbastro. Presidió aquella celebración el Vicario Capitular de la diócesis. En ese marco diez mujeres, tras un retiro espiritual de tres días, vestían el hábito religioso de una nueva congregación religiosa. Al día siguiente, la que de entre todas era cabeza visible, Teresa Jornet e Ibars, que cuatro días después sería nombrada primera Superiora de la comunidad,- superiora seguiría por veinticinco años- escribe así al sacerdote Saturnino López Novoa lo siguiente: “No se cómo decirle la gran alegría que hay en nuestros corazones al vernos ya con el santo hábito…Dios nos dio una serenidad para todo que no la esperaba. ¡Gracias a Dios y a nuestro respetable P. Fundador…!”.
Queda así constancia de que dos personas enamoradas de Dios y de los ancianos habían dado todos los pasos necesarios para concretar una estructura, una Congregación, que sirviera para dar mucha gloria a Dios y hacer mucho bien a los hermanos que, cargados del peso inevitable de los años, merecen y tienen derecho a una asistencia digna.
En efecto, la Sagrada Escritura, que hace frecuente referencia a los ancianos, considera la vejez como un don que se renueva y que debe ser vivido cada día en la apertura a Dios y al prójimo. Ya en el Antiguo Testamento se considera al anciano sobre todo como un maestro de vida: «¡Qué bien dice la sabiduría a los ancianos…! La corona de los ancianos es su rica experiencia, y el temor del Señor, su gloria» (Eclo 25, 7-8). 92, 15-16). Siendo personas así, han de ser atendidos y escuchados: : «No desprecies las sentencias de los ancianos» (Eclo 8, 11), «pregunta a tu padre, y te enseñará; a tus ancianos, y te dirán» (Dt 32, 7); y el de asistirles: «¿Hijo, acoge a tu padre en su ancianidad, y no le des pesares en su vida. Si llega a perder la razón, muéstrate con él indulgente y no le afrentes porque estés tú en la plenitud de tu fuerza» (Eclo 3, 14-15).
No menos rica es la enseñanza del Nuevo Testamento, donde San Pablo presenta el ideal de vida de los ancianos mediante consejos «evangélicos» muy concretos sobre la sobriedad, dignidad, buen sentido, seguridad en la fe, en el amor y en la paciencia (Cf. Tit 2, 2).
Años después, este mismo día del 27 de enero del año 1974 –hace ahora 41 años- el Papa, el Beato Pablo VI, declaraba Santa a Teresa Jornet diciendo de ella que la podemos tomar como orientación para nuestra vida espiritual, pues es una de las figuras que dejan una impronta propia y profunda de su paso por el mundo, legando a la Iglesia y a la sociedad el sello de su personalidad siempre lozana e inmarcesible: servir, inmolarse por los demás, será la faceta distintiva de la espiritualidad de Santa Teresa Jornet.
Esta fecha pues, nos recuerda y nos invita a celebrar que se abrió un camino, una forma de estar en el mundo, la de la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, y que ese camino, esa forma de vivir lleva, si se es fiel, a la santidad. La llamada universal, la invitación a todos a ser santos, como Santo es Dios, se concreta en diversas formas. Si bien la santidad en la Iglesia es la misma para todos, ella no se manifiesta de una única forma. Cada uno ha de santificarse en la forma de vida al cual ha sido llamado, siguiendo en él al Señor Jesús, modelo de toda santidad Y una de esas formas, los hechos que celebramos hoy lo confirman, es esta Congregación.
Es maravilloso pensar, y por eso damos hoy gracias a Dios, que en esta fecha, hace 142 años, Dios se sirvió de algunos de sus hijos, en concreto de un sacerdote, Saturnino López Novoa, y de una mujer, Teresa Jornet e Ibars, para abrir un camino que llevara a la santidad. Las Hermanitas que en estos años han ido entrando y perseverando en la Congregación han de tener esto claro: han entrado en un camino de santidad, y eso, por encima de todo, es lo que han de buscar, un camino de santidad concretado en dar gloria a Dios y servir a los hermanos.
Estas dos personas, una ya santa y la otra en camino de reconocimiento –el pasado 8 de julio fue declarado Venerable- buscaron la santidad y la justicia y enseñan un promueven un camino de santidad.
Don Saturnino López Novoa fue un sacerdote ejemplar, con una formación excelente y una entrega a la Iglesia sin límites. Conociendo a Dios, escucha la Palabra de Jesús y bien podía decir con San Pablo “Charitas Crhisti urget nos” “Me apremia el amor de Cristo”. Los pobres, fueran quienes fueran, encontraron en él a un padre. Centró su sacerdocio en la caridad y el servicio a los pobres. Comenzaba para él una etapa de cultivo de la vida interior, de oración prolongada pidiendo al Señor que le enseñe sus caminos y le muestre claramente su voluntad para cumplirla con ilusión y prontitud; descubre así que, además del estudio y la predicación –aspectos fundamentales de la vida sacerdotal- tiene que dedicarse a los pobres.
Don Saturnino, que ya se había dedicado a los estudiantes pobres, se da cuenta que un sector muy necesitado por las circunstancias históricas de la época son las personas mayores y en consecuencia actúa para que la Iglesia, con maternal solicitud atienda esa grave necesidad del momento. Y Dios, de diversos modos, le hace ver que su voluntad sobre él era la atención a los ancianos. Aún cuando quería descartar la idea, le venía repetidamente a la cabeza que se concretó con la fundación del Instituto de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Y en ese proceso el día de San Francisco de 1872 llegan a Barbastro diez mujeres, tenían entre 18 y 30 años, para, con Don Saturnino constituir las primeras piedras del edificio del Instituto de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Una de ellas es Teresa Jornet e Ibars. Durante algún tiempo, Teresa trabajó en las escuelas del P. Palau, su tío, llegando a residir en Ibiza, pero abandonó estas actividades poco después de fallecido el P. Palau.
Circunstancias providenciales decidieron definitivamente su vida, pues en ese mismo año de 1872; en Barbastro (Huesca) entró en relación casual con un celoso sacerdote, D. Pedro Llacera, que le dio a conocer los planes de fundación en favor de la ancianidad que inspiraban la actividad de D. Saturnino López Novoa, chantre de la Catedral de Huesca. Teresa vio abierto el camino de su vida y se ofreció inmediatamente a ser colaboradora en tal empresa caritativa, uniéndose a las primeras aspirantes del nuevo Instituto.
Don Saturnino continuo, sin embargo residiendo en Huesca. Hasta su muerte, se dedicó a la dirección y desarrollo del instituto. Buscó la colaboración de sacerdotes de toda confianza en Valencia, para que asesoraran a la Congregación, y en ocasiones se trasladó a la Ciudad del Turia. Mantuvo la dirección de su obra con amor de Padre y con plena autoridad moral.
Dos almas grandes que supieron cumplir el designio divino, la realización de una gran obra en la Iglesia de Dios para el bien espiritual y temporal de la ancianidad. El Espíritu Santo encontró esas dos almas para deponer sus dones y hacer nacer una Congregación cuya finalidad es «ser continuadoras de la misión de Cristo, que pasó por el mundo haciendo el bien»; concretada en acoger, cuidar y prodigar todo género de asistencia, inspirada en la caridad evangélica, a los personas mayores. Con la vocación que identificaron los Fundadores, más de diez mil Hermanitas en estos años han oído la llamada divina a hacer de su vida una gozosa donación de amor, en el servicio a los ancianos necesitados, al estilo de Cristo que «nos amó hasta el extremo» (Juan 13,1). Amor que se alimenta en la oración y en la Eucaristía. Y ello con una motivación cristiana, que en palabras de Santa Teresa Jornet, consiste en «cuidar los cuerpos para salvar las almas.
Dar gloria a Dios y servir a los hermanos que lo necesitan. Ese es el programa de vida cristiana. Es el camino que hay que recorrer si queremos llegar a la meta, feliz y victoriosa, de la vida eterna. El Evangelio de San Mateo (25,31-40) que acabamos de escuchar nos lo confirma. El Evangelio nos ha hablado de un juicio. Lo sabemos por experiencia que un juicio es la última palabra sobre un determinado asunto. Una vez que hay una sentencia, eso es lo que vale. En el caso del nuestra vida, de su solución definitiva, la sentencia que lo arreglará todo y lo dejará así para la eternidad es aquella que Jesucristo ha dicho claramente: “Venid, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo… Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis. Os aseguro que lo que no hicisteis a uno de estos más pequeños no me lo hicisteis a mí.”.
Jesucristo pone al mismo nivel lo que se le haga a Él y lo que se le haga a los demás. No podía ser de otro modo: cada persona, sea quien sea, está hecha a imagen y semejanza de Dios, es amada por Dios, Dios ha pensado en ella y la ha querido desde antes de la creación del mundo. Por eso, pide que se trate a los demás como se trata a Él, que se ame a los demás como se ama a Él, y más aún, como amaba Él. Por eso, cuando se conoce a Dios, no se puede sino amar como Dios ama, con un amor generoso, sin medida, verdadero y no falso.
En este día, pues, el Evangelio nos ha invitado a vivir como vivió Jesús, a obrar como obró Jesús. A caminar por la vida en los años de nuestra vida terrena por camino que abrió Jesús. Vemos que en el Evangelio, cuando Jesús se encuentra con una persona, siempre la mira, la ama, y le dice: “Ven sígueme”.
Un camino que no es sino el mismo camino que recorrió Jesús, y hay que recorrerlo cómo lo recorrió Él, que pasó por el mundo haciendo el bien. Ese bien en este caso, en la Congregación por la que damos hoy gracias a Dios porque lleva ya 142 años haciéndolo, se concreta en el servicio que se ha hecho a miles y miles las personas que han podido beneficiarse de tan espléndida corriente de gracia y caridad, y así, en estas Casas que nacieron en el día de hoy se da a las personas venerables por su ancianidad, la serenidad, la alegría, la vida en un hogar. Las Hermanitas, cuidando con amor y competencia a las personas recibidas, proclaman ante el mundo la dignidad y la dimensión sagrada de la vida humana, que ha de ser siempre protegida y nunca violada o perjudicada, toda vida humana desde el inicio hasta el fin natural.
¿Qué hacer, pues, ante esa obra de amor y misericordia que busca “hacer a los demás lo que se hace a Dios”? Pues retomando la carta que he citado antes de Santa Teresa Jornet al día siguiente de la vestición del hábito:¡Gracias a Dios y a nuestro respetable P. Fundador…! Y ese es el sentido de nuestra celebración en esta Eucaristía. Dar gracias a Dios.
Dar gracias a Dios es la consecuencia lógica por parte del hombre en respuesta a lo que Dios hace por él. Con esta benemérita Congregación Dios ha creado un camino en el que muchas Hermanitas han sido felices en la respuesta generosa que han dado y han encontrado una vida gozosa; muchos benefactores han encontrado el medio para poner en acto la capacidad de ser generosos que Dios les ha dado; muchas personas mayores han encontrado un hogar, la atención adecuada, el cariño y la satisfacción de sus necesidades. Por ello, todos los que han sido beneficiados por Dios –en nuestro caso por lo que es esta Congregación- deben estar dispuestos a la alabanza, a la acción de gracias y a testimoniarlo ante los demás. Todos hemos sido visitados y ayudados por Dios en esta Congregación, que además nos ha ayudado a descubrir aquí su presencia y su potencia.
Un niño es salvado muchísimas veces por la intervención de sus padres en su infancia. Lo mismo nos ocurre a nosotros; tal vez no hemos sido protagonistas de ningún milagro extraordinario, pero si lo pensamos bien, nuestra vida, día a día, es una sucesión de milagros ordinarios que Dios nos va haciendo, empezando por el gran hecho de nuestro bautismo.
Decirle gracias a Dios es como reconocerle a Él como el dador de todo nuestro bien, como nuestro Creador, en definitiva, es reconocerle como Dios. Por eso, el darle gracias a Dios es lo más contrario que hay al pecado.
Dar gracias a Dios, pues, es una de las cosas más importantes que debemos hacer. Nos lo recuerda, además, Santa Teresa Jornet en la carta escrita al día siguiente de la toma de hábito con el que prácticamente empezó la vida de la Congregación y que hoy celebramos. ¿Cómo lo hemos de celebrar?, pues así, dando gracias a Dios, un gracias que hoy es colectivo, comunitario, como el de una gran familia impresionada por la fundación y reunida en torno a la misma mesa, la del altar.
Gracias a Padre por todo lo que ha hecho con la Congregación, donde Jesús es el Maestro, el guía y el modelo, sabiendo que unidos a Él podemos recibir toda clase de bienes, especialmente su amor que nos lanza también a nosotros a amar a los demás.
Que ese dar gracias a Dios sea el resultado de esta fiesta para todos nosotros; para las Hermanitas, para los trabajadores y colaboradores de sus casas, para los bienhechores, para todos los que de una forma y otra recibimos aquí ayuda y ejemplo. Será ese el resultado más perfecto del mandato del Señor que hemos oído en el Evangelio que ha sido proclamado en esta celebración: lo que se hace a otro, especialmente si es necesitado, es igual que si se ha hecho a Dios y si se hace a Dios, se recibe un premio propio de Dios.
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