ALOCUCIÓN DE MONS.VICENT RIBAS EN SU ORDENACIÓN EPISCOPAL

ALOCUCIÓN DE MONS.VICENT RIBAS EN SU ORDENACIÓN EPISCOPAL

Vivo y viviré por la Iglesia. Estas palabras de beato Francisco Palau i Quer [Mis relaciones (744, 29)] son las que he elegido para mi lema episcopal. Con ellas me identifico, con ellas me defino, y con ellas quiero expresar lo que es y será mi ministerio episcopal. Y con ellas quiero referirme a mi presente como obispo de esta querida diócesis de Ibiza y Formentera y a mi futuro, pues el mismo padre Palau dice de sí: Vivo y viviré por la Iglesia; vivo y moriré por ella. También yo, después de un presente incondicional en el que ni un solo día deje de decir ni de poner en práctica que vivo por la Iglesia, pueda decir: y moriré por ella y en ella.

En esta Iglesia pensada y deseada por Jesucristo y transmitida a sus apóstoles por la presencia y la fuerza del Espíritu Santo somos llamados a continuar la obra misionera encomendada por el propio Jesús a quienes eran sus discípulos y también a nosotros, sus discípulos en este presente histórico. Un presente de retos y oportunidades puestos de manifiesto en esta convocatoria especial que el Papa Francisco ha hecho del Sínodo de los Obispos. En su misión de confirmarnos en la fe, el sucesor de Pedro nos dice que caminar juntos es la misión propia y específica de todos los bautizados. “Juntos” indica comunión, participación, encontrar, compartir, escuchar y experimentar que nada podemos los unos sin los otros. “Juntos” significa que pastores y fieles, que obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y los laicos somos uno: el Pueblo santo de Dios. “Juntos” significa tomar conciencia de la esencia sinodal de la Iglesia y que se ha de reflejar en quienes la formamos. Cada uno en la vocación y en la responsabilidad a la que ha sido llamado. “Juntos” supone decir, sin miedos ni reticencias, yo contigo y tú conmigo en la misión del anuncio y transmisión de la Buena nueva de la salvación, en la misión litúrgica de prolongar en el tiempo los signos de la presencia viva y eficaz de Jesucristo por la acción del Espíritu, en la misión de ser instrumentos de comunión para construir la comunidad en la que Cristo, el Señor se hace presente, y en la misión de la caridad y de la ayuda fraterna que nunca puede faltar en quienes decimos tener por norma el mandato del amor.

Gracias, Santo Padre, por este Sínodo de los Obispos que en sus distintas fases irá recogiendo el sentir y el pensar de quienes han oído esta llamada a vivir la experiencia sinodal desde el ámbito de las parroquias, de las diócesis, de las conferencias episcopales; en los niveles locales, continentales y universal, para llegar a esa fase conclusiva que tendrá lugar en Roma en el año 2023.

¡Gracias, Santo Padre!

¿Qué mejor inicio de mi ministerio episcopal que en este tiempo ilusionante y esperanzador del Sínodo de los Obispos?

Sin duda alguna, con la gracia de Dios, los frutos de este Sínodo nos abrirán a todos nuevos modos de vivir con mayor fidelidad y con una auténtica actitud de servicio nuestra condición cristiana y eclesial. Algo que ya se vislumbra en los signos de los tiempos que vivimos.

Hasta hace escasamente una hora era el administrador diocesano de esta Iglesia particular de Ibiza y Formentera. Durante un año y nueve meses hemos vivido en sede vacante. El pasado día 13 de octubre la Santa Sede hacía público mi nombramiento como obispo de la sede ebusitana. Y en esta mañana, por la imposición de manos del Nuncio de Su Santidad en España y de los demás obispos y la unción con el crisma me he convertido en el pastor de esta pequeña porción del Pueblo de Dios. Deseo renovar mis palabras de gratitud al Papa Francisco por haberle dado un obispo a la diócesis de Ibiza y Formentera. Gracias, Santo Padre, en nombre de los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles cristianos laicos. Gracias en nombre de las personas que tienen responsabilidades de gobierno en las administraciones insulares y locales de nuestras islas. Gracias en nombre de todos, vivan aquí o sean visitantes estacionales, que han manifestado su alegría por la noticia del nombramiento del nuevo obispo de Ibiza.

También mi gratitud personal por haberse fijado –Santo Padre– en mi persona, una vasija de barro, para regir esta porción del Pueblo de Dios. Después de sesenta y un años la diócesis de Ibiza y Formentera vuelve a tener un obispo ibicenco. El último obispo oriundo de nuestras islas fue mons. Antonio Cardona Riera, el “bisbe Frit”, que estuvo al frente de nuestra diócesis desde 1935 hasta 1960. Los quince primeros años como administrador apostólico y los diez últimos como titular de la sede ebusitana.

Tras él, los obispos que han regido nuestra diócesis han venido de fuera. Al “bisbe Frit” lo sucedió un obispo mallorquín y después hemos tenido seis obispos valencianos. ¡Qué gran labor realizaron todos ellos!

Mons. Planas, que erigió nuevas parroquias y lugares de culto ante el crecimiento demográfico que trajo la migración, especialmente desde la península.

Mons. Úbeda, que aplicó las nuevas directrices de un recién celebrado Concilio Vaticano II, relanzó la acción caritativo social impulsando Cáritas diocesana y las Cáritas parroquiales, construyó la Casa de la Iglesia y comenzó la construcción de la Residencia “Reina Sofía”. En su tiempo de gobierno ocurrió el terrible accidente aéreo en el que perdieron la vida 104 personas y del que el próximo día 7 de enero se cumplirán cincuenta años. Mons. Úbeda al tener conocimiento de tan terrible suceso puso todos los medios diocesanos para colaborar con las autoridades y atender a las familias de las víctimas.

Mons. Gea, prosiguió los trabajos de implantación del Concilio Vaticano II en nuestra diócesis, dio un nuevo impulso a la pastoral vocacional, buscó ampliar la presencia religiosa contemplativa en la diócesis y concluyó la construcción de la residencia de ancianos “Reina Sofía”.

Mons. Ureña, que renovó y adaptó a los nuevos tiempos y a las nuevas necesidades las estructuras y servicios diocesanos, confirió responsabilidades diocesanas a los laicos, atendió el crecimiento de la ciudad de Ibiza con la creación una nueva parroquia y dio un gran impulso a la pastoral vocacional.

En el tiempo de Mons. Ureña, el Señor hizo que surgiese en mí la vocación sacerdotal.

Querido D. Manuel, aún recuerdo vívidamente su ordenación episcopal en la plaza de la Catedral y que yo viví de cerca por ser integrante del grupo folclórico que participó en ella. ¿Quién nos iba a decir a usted y a mí que, con el paso de los años, asistiría a mi ordenación episcopal? Aquel joven que dudaba en su vocación porque no se creía con fuerzas suficientes y al que usted animó a seguir adelante, hoy, por la misericordia de Dios, le sucede en esta querida diócesis. Para usted, al igual que para mí, es la primera Iglesia particular de la que hemos sido nombrados obispos para ser sus pastores. Su tiempo en el gobierno de Ibiza fue corto, escasamente tres años. Pero tiempo suficiente para descubrir que una de las grandes virtudes que deben adornar a un obispo es su fidelidad a la Iglesia y la obediencia al Santo Padre. ¡Gracias, D. Manuel, por tan estimable testimonio ratificado con el paso de los años!

A mons. Ureña le sucedió mons. Salinas que impulsó la renovación de la catequesis, fomentó la formación de adultos, consolidó la educación de impronta social con la construcción del colegio “Santo Domingo Savio” en la ciudad de Ibiza, puso las bases del nuevo Museo diocesano y, constituyó la Fundación Isidor Macabich destinada a fortalecer y coordinar los colegios diocesanos y otras realidades educativas

D. Javier, usted me ordenó de diácono y de presbítero, y pensó que mis inicios en el ministerio sacerdotal los realizara en la parroquia de Santa Cruz en la ciudad de Ibiza junto a un gran sacerdote y párroco, D. Juan Torres Tur. Desde que lo conocí, lo primero que nos mostró, como una de las cualidades de un obispo, es su simpatía, su alegría de espíritu. Esa alegría que ha sabido conservar en toda circunstancia. ¡Cuánta alegría hay que poner siempre en la vida de las personas! Porque la alegría nos hace estar en el Señor (cf. Flp 4,4).

Mons. Cortés fue el siguiente obispo. Constituyó la Fundación “Ignacio Wallis” para la atención de los Mayores, renovó y consolidó la residencia de ancianos “Reina Sofía” y volvió a poner de relieve la necesidad de una pastoral de jóvenes y vocacional actualizada y comprometida.

D. Agustín, usted me nombró cura párroco de San Miguel, San Mateo y Santa Gertrudis. Y me encargó la pastoral vocacional y me dio la responsabilidad de ser arcipreste. En estas parroquias he vivido uno de los periodos más felices de mi vida, porque puse en práctica esa virtud que vi en usted y debe estar presente en la vida de todo obispo: la humildad. Cuando se es humilde, allí donde se esté, se halla la felicidad, porque se descubre que no hay mejor sito para uno mismo que donde ha sido enviado.

Mons. Juan ha sido el último obispo de Ibiza. Erigió la nueva parroquia de la Sagrada Familia en Sant Antoni, consolido las estructuras diocesanas, trajo a la diócesis nuevas formas de vida consagrada, abrió la residencia sacerdotal e inició el proceso de beatificación por declaración de martirio del Siervo de Dios Juan Torres Torres y de veinte sacerdotes diocesanos durante la persecución religiosa del año 1936.

D. Vicente, usted me nombró cura párroco de mi querida parroquia de Santa Eulalia y después confío en mí haciéndome su Vicario general. Junto a usted he compartido las grandes responsabilidades en el gobierno diocesano y he aprendido a darle todo el valor al derecho a la hora de tomar decisiones. Gracias, por su confianza y por todo lo que directa e indirectamente me ha enseñado.

Caminar juntos, es lo que expresa la palabra sínodo. Y aquellos que caminan juntos son los que hacen visible la sinodalidad en la que tanto empeño ha puesto el Papa Francisco. La sinodalidad es una disposición para comprobar la fidelidad al Evangelio o, mejor dicho, la coherencia con el Evangelio. La comunidad de los discípulos está en un camino de discernimiento hacia una fidelidad renovada al Evangelio.  En este sentido, la sinodalidad es el antídoto contra cualquier intento o tentación de estatismo infructuoso. En palabras del Papa Francisco: liberarnos de lo que es mundano, de nuestras cerrazones y de nuestros modelos pastorales repetitivos; para interrogarnos sobre lo que Dios nos quiere decir en este tiempo y en qué dirección quiere orientarnos [Homilía apertura Sínodo de los obispos (10 octubre 2021)].

Pero caminar juntos exige saber el camino que vamos a recorrer o estamos recorriendo.

Este camino ya está indicado por el propio Jesucristo cuando dice de sí que él es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Pero el camino que es Cristo, como bien señaló el Papa san Juan Pablo II, se funde con el camino del ser humano. Por ello, en la encíclica con la que inauguraba su pontificado en el año 1979 escribía: Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino «hacia la casa del Padre» y es también el camino hacia cada hombre. En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. […] Este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención (Redemptor hominis, nn. 13.14).

El ser humano, por ser el camino de la Iglesia, es también el camino que los bautizados debemos recorrer en la realización de la misión que Jesucristo nos confió. Y este recorrido no admite esperas. Pues Jesús, cuando iba de camino, se encontró con más de uno que quería acompañarlo y que antes de hacerlo tenía otras prioridades. A todos ellos, el Señor les responde lo mismo: sígueme. Aquellos que no siguieron a Jesús, seguramente prefirieron justificarse a sí mismos pensando lo importante que era todo lo que les impedía recorrer junto a Cristo el camino del ser humano.

Si algo puedo decir de mí, aparte de ser una vasija de barro, es que, desde que tengo memoria, no he dejado de ser caminante con total entrega a todos los hombres y mujeres que el Señor ha ido poniendo en mi vida, tanto antes de ser sacerdote como después.

Y ese camino está significado en los dos presbíteros que son mis acompañantes en esta celebración.

Mons. Lucas Ramón, Deán del Cabildo catedralicio de Ibiza, representa a todos los sacerdotes diocesanos, a los religiosos y a las religiosas, a los diáconos y a los seminaristas.

En el día que se hizo público mi nombramiento ya lo dije y hoy quiero volver a repetirlo: Mi nombramiento no es un reconocimiento a mi persona, sino a la labor de todos, especialmente de los sacerdotes. Debemos estar muy orgullosos de nuestros sacerdotes. Hoy, el elegido he sido yo para gobernar nuestra diócesis. Mañana puede ser otro para éste u otro cargo. El clero ibicenco está preparado para lo que la Iglesia, por medio del Santo Padre, le pida. Pues todos los sacerdotes, como nos dice el Señor en el Evangelio, somos siervos inútiles que hacemos aquello que se nos manda. Gracias a todos los sacerdotes. Uno por uno os agradezco vuestra entrega, vuestro servicio, vuestra disponibilidad y vuestro testimonio. Durante estos años, primero como Vicario general y, después, como Administrador diocesano he procurado atenderos, escucharos, ayudaros y serviros. Si no lo he hecho en el modo y la forma que vosotros esperabais os pido perdón. Y también os pido que sigáis entregándoos a la causa del Evangelio, con valentía y entusiasmo, con total dedicación al ministerio que nos fue confiado.

A los religiosos y las religiosas agradeceros todo el bien que desde los diferentes carismas y compromisos con la diócesis estáis haciendo en la educación, en la atención social, en la colaboración con las parroquias, en el cuidado de la casa de espiritualidad y en la atención a los sacerdotes de la residencia. Os aseguro que en vuestro compromiso y en vuestro caminar no estáis ni vais a estar solos, el obispo os acompaña. Permitidme unas palabras especiales a las religiosas contemplativas del único monasterio existente en la diócesis. Todos los ibicencos sabemos que, cuando tenemos una importante inquietud y queremos que recen por lo que nos preocupa, acudimos a “ses monges tancades”. Vosotras sois la voz que reza por todos, las que depositáis día tras día en manos del Señor los nombres de hombres y mujeres necesitados de vuestra oración. Gracias por vuestra entrega silenciosa y callada. Gracias porque sabemos que estáis ahí y que vuestra oración nos cuida día y noche.

El otro sacerdote que me acompaña es mi gran y buen amigo Juan Ramón, cura párroco de la Parroquia de “El Buen Pastor” de Valencia. Familia y amigos se significan en este acompañamiento. Que importante son en la vida del sacerdote la familia y los amigos. Sin ellos perdemos la perspectiva del camino que debemos recorrer y podemos cometer el error de convertir la vocación en una profesión. Entonces se abandona el camino que conduce de Cristo al ser humano.

Mi familia, de la que tú también formas parte, siempre ha sido fundamental en vida. Mis padres, y al morir mi padre, mi madre; mi hermana; mis tíos y todos mis primos. Gracias a todos por haber estado siempre, en las alegrías y en las lágrimas, en todo lo bueno que la vida nos ofrece y también en los sinsabores. Habéis sido y sois un gran regalo que Dios me hecho desde que viene al mundo. Gracias por todos vuestros desvelos y vuestra ayuda incondicional.

Junto a mi familia, también en ti, se hacen presentes todos mis amigos. Los que fui conociendo durante mi infancia y mi juventud en las parroquias de San Antonio y San José. Los que hice durante el tiempo del Seminario mayor de “La Inmaculada” de Valencia y del Real Colegio Seminario de “Corpus Christi” también en Valencia. Y de los que a partir de mi ida a Valencia fui conociendo o me fuiste presentando. Y de los que posteriormente hice en las parroquias y otros espacios diocesanos en los que he estado: la Asunción de Torrent en Valencia; y en Ibiza: Santa Cruz, San Miguel, San Mateo, Santa Gertrudis, Santa Eulalia, el Colegio “Sa Real” y la Curia diocesana. A todos, porque os llevo en mi vida, os llevo en mi corazón.

Permitidme que me refiera a mis compañeros de curso en el Seminario. Aunque nuestras vidas y nuestro ministerio han discurrido por espacios diferentes siempre hemos estado en contacto. La reciente celebración de nuestro vigésimo quinto aniversario de ordenación sacerdotal nos ha permitido recuperar vivencias del pasado y proyectos de futuro. Gracias por vuestra alegría, por vuestra fidelidad en el ministerio y por vuestro discreto y sentido compañerismo.

Vull donar les gràcies a tothom. A tothom sense excepció: per la vostra presència, pel vostre esforç, perquè aquesta celebració estigués cuidada fins el darrer detall. Gràcies al President del Consell d’Eivissa per la seva presència i per haver cedit aquestes instal·lacions. Gràcies també a la Presidenta del Consell de Formentera, així com als alcaldes d’Eivissa, Sant Antoni, Santa Eulària, Sant Josep i Sant Joan. I a totes les autoritats que ens acompanyeu.

La nostra diòcesi, a través dels avatars històrics pes quals ha anat passant, testimonia la feina evangelizadora, posant de manifest, per damunt de tota circumstància, la fidelitat a l’Evangeli. Tots els fidels cristians hem de proclamar la Bona Nova en qualsevol lloc i circumstància, a través del testimoniatge de les nostres vides, la coherència amb la fe i el compromís amb les realitats que ens toquen viure en el nostre temps.

És necessari un nou impuls apostòlic, un impuls que sigui viscut com a compromís quotidià i que no pot ser delegat en uns pocs –diguem– “especialistes”, ja que ha d’implicar a tots els membres del Poble de Déu. Hem de viure coherentment amb la novetat que és Jesucrist i ser testimonis seus en el comportament diari no és feina fácil.

Quan la nostra vida és manifestació dels manaments, l’ànima es converteix en un magnífic mirall on es pot veure tot el que irradia: la santedat. Aquesta és l’única resposta que quep a la pregunta que l’Esperit no ha deixat de fer mai a la nostra diòcesi, a les nostres parròquies, a tots i a cadascun de nosaltres: com vols estar? En camí a la santedat.

Que la nostra Mare, Santa María d’Eivissa, la Verge de les Neus, ens ajudi en el nostre caminar, en el nostre compromís sinodal.