CARTA DEL ADMINISTRADOR DIOCESANO CON MOTIVO DE LA APERTURA DEL SÍNODO

CARTA DEL ADMINISTRADOR DIOCESANO CON MOTIVO DE LA APERTURA DEL SÍNODO

CAMINANDO COMO IGLESIA, CAMINANDO JUNTO AL PAPA FRANCISCO.
Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión.

1.- El Papa Francisco nos convoca a “caminar juntos”: ¿Qué es un sínodo?

La palabra sínodo, derivada de los términos griegos σύν (que significa “juntos”) y ‘οδος (que significa “camino”), expresa la idea de “caminar juntos”. Lo que equivale a llevar a cabo una acción conjunta. El objetivo de este gran sínodo que ha convocado el Papa Francisco “no es producir documentos”, sino suscitar sueños, profecías y esperanzas. El sínodo pretende ser sobre todo una herramienta para animar la escucha y consulta del Pueblo de Dios. Si en sínodos anteriores el peso de la reunión descansaba sobre obispos y sacerdotes, la novedad de este sínodo es que el Papa Francisco ha querido que los fieles cristianos sean verdaderos protagonistas de este sínodo, y no porque se hable de ellos, sino porque ellos hablen, sean escuchados y puedan proponer de manera conjunta y decisiva aquello que sea para el bien de la Iglesia, recurriendo a la autoridad del sensus fidei de todo el Pueblo de Dios, que es «infalible “in credendo”».

El sensus fidei es fruto de la gracia y acción del Espíritu Santo que actúa sobre el creyente para que comprenda y crea. Es, al mismo tiempo, un concepto nuevo y un concepto muy antiguo. Presente en la conciencia eclesial desde su aparición, fue sucesivamente asimilado por la tradición teológica hasta convertirse en un punto central en la enseñanza del Vaticano II. El sensus fidei se inserta ante todo en el horizonte peculiar de la comprensión de fe como llamada al seguimiento, que hace al discípulo cada vez más afín al maestro.

En una palabra, el sensus fidei apela a la forma del conocer personal que precede al conocimiento reflejo; es fruto de la gracia y acción del Espíritu Santo que actúa sobre el creyente para que «comprenda y crea». Así pues, el sensus fidei nace de la experiencia cristiana de participación de la vida teologal y permite tener una comprensión cada vez mayor del misterio que tan sólo la inteligencia refleja consigue proponer. el sensus fidei conforma la infallibilitas in credendo que tiene la Iglesia en su conjunto. Garantizado por la asistencia del Espíritu Santo, el sentido de la fe permite un discernimiento permanente de la Iglesia y de cada creyente de testimoniar y de vivir, actuar y pensar en fidelidad a Jesucristo. Es el instinto sobrenatural que nos hace compartir y pensar la misma fe según el sentir de la propia Iglesia. En esta perspectiva, resulta esencial la participación de los fieles laicos. Ellos constituyen la inmensa mayoría del Pueblo de Dios y hay mucho que aprender de su participación en las diversas expresiones de la vida y de la misión de las comunidades eclesiales, de la piedad popular y de la pastoral de conjunto, así como de su específica competencia en los varios ámbitos de la vida cultural y social. Por eso es indispensable que se los consulte al poner en marcha los procesos de discernimiento en el marco de las estructuras sinodales. Es entonces necesario superar los obstáculos que representan la falta de formación y de espacios reconocidos en los que los fieles laicos puedan expresarse y obrar, y de una mentalidad clerical que corre el riesgo de mantenerlos al margen de la vida eclesial. Esto exige un compromiso prioritario en la obra de formación de una conciencia eclesial madura, que en el nivel institucional se debe traducir en una práctica sinodal regular (Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, n. 73).

A esta cuestión primera y principal también habrá que dedicar un tiempo de reflexión a lo largo del itinerario sinodal como si fuese uno más de los diez núcleos temáticos propuestos.

2.- El sínodo que quiere el Papa Francisco

(cf. Documento preparatorio de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 07-09-2021. Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión, nn 25-30).

Iluminado por la Palabra y fundado en la Tradición, el camino sinodal está enraizado en la vida concreta del Pueblo de Dios. En efecto, presenta una particularidad que es también una extraordinaria riqueza: su sujeto –la sinodalidad– es también su método. En otras palabras, constituye una especie de taller o de experiencia piloto, que permite comenzar a recoger desde el comienzo los frutos del dinamismo que la progresiva conversión sinodal introduce en la comunidad cristiana. Por otra parte, no se puede evitar la referencia a las experiencias de sinodalidad ya vividas, a diversos niveles y con diferentes grados de intensidad: los puntos de fuerza y los éxitos de tales experiencias, así como también sus límites y dificultades, ofrecen elementos valiosos para el discernimiento sobre la dirección en la que continúan avanzando. Ciertamente se hace referencia a las experiencias realizadas por el actual camino sinodal, pero también a todas aquellas experiencias en las que se experimentan formas de “caminar juntos” en la vida ordinaria, incluso cuando ni siquiera se conoce o se usa el término sinodalidad.

2.1.-La pregunta fundamental

La pregunta fundamental que guía esta consulta al Pueblo de Dios, como se ha recordado en la introducción, es la siguiente:

En una Iglesia sinodal, que anuncia el Evangelio, todos “caminan juntos”: ¿cómo se realiza hoy este “caminar juntos” en nuestra diócesis y en cada parroquia? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro “caminar juntos”?

Para responder se invita a:

–Preguntarse sobre las experiencias en nuestra diócesis y en cada parroquia que hacen referencia a la pregunta fundamental;

–Releer más profundamente estas experiencias: ¿qué alegrías han provocado? ¿qué dificultades y obstáculos se han encontrado? ¿qué heridas han provocado? ¿qué intuiciones han suscitado?

–Recoger los frutos para compartir: ¿dónde resuena la voz del Espíritu en estas experiencias? ¿qué nos está pidiendo esa voz? ¿cuáles son los puntos que han de ser confirmados, las perspectivas de cambio y los pasos que hay que cumplir? ¿dónde podemos establecer un consenso? ¿qué caminos se abren para nuestra diócesis y para cada parroquia?

2.2.-Diversas articulaciones de la sinodalidad

En la oración, reflexión y coparticipación suscitadas por la pregunta fundamental, es oportuno tener presente tres planos en los cuales se articula la sinodalidad como «dimensión constitutiva de la Iglesia»:

–el plano del estilo con el cual la Iglesia vive y actúa ordinariamente, que expresa su naturaleza de Pueblo de Dios que camina unido y se reúne en asamblea convocado por el Señor Jesús con la fuerza del Espíritu Santo para anunciar el Evangelio. Este estilo se realiza a través de «la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la Eucaristía, la fraternidad de la comunión y la corresponsabilidad y participación de todo el Pueblo de Dios, en sus diferentes niveles y en la distinción de los diversos ministerios y roles, en su vida y en su misión»;

–el plano de las estructuras y de los procesos eclesiales, determinados también desde el punto de vista teológico y canónico, en los cuales la naturaleza sinodal de la Iglesia se expresa en modo institucional a nivel local, regional y de la Iglesia entera;

–el plano de los procesos y eventos sinodales en los cuales la Iglesia es convocada por la autoridad competente, según procedimientos específicos determinados por la disciplina eclesiástica.

Aunque son distintos desde el punto de vista lógico, estos tres planos se interrelacionan y deben ser considerados juntos en modo coherente, de lo contrario se transmite un testimonio contraproducente y se pone en peligro la credibilidad de la Iglesia. En efecto, si no se encarna en estructuras y procesos, el estilo de la sinodalidad fácilmente decae del plano de las intenciones y de los deseos al de la retórica, mientras los procesos y eventos, si no están animados por un estilo adecuado, resultan una formalidad vacía.

Además, en la relectura de las experiencias, es necesario tener presente que “caminar juntos” puede ser entendido según dos perspectivas diversas, fuertemente interconectadas. La primera mira a la vida interna de las Iglesias particulares, a las relaciones entre los sujetos que las constituyen (en primer lugar, la relación entre los fieles y sus pastores, también a través de los organismos de participación previstos por la disciplina canónica) y a las comunidades en las cuales se articulan (en particular las parroquias).

Se extiende, además, al modo en el que cada Iglesia particular integra en ella la contribución de las diversas formas de vida monástica, religiosa y consagrada, de asociaciones y movimientos laicales, de instituciones eclesiales y eclesiásticas de diverso género (escuelas, hospitales, universidades, fundaciones, entes de caridad y asistencia, etc.). Finalmente, esta perspectiva abraza también las relaciones y las iniciativas comunes con los hermanos y las hermanas de las otras Iglesias y comunidades cristianas, con las cuales compartimos el don del mismo Bautismo.

La segunda perspectiva considera cómo el Pueblo de Dios camina junto a la entera familia humana. La mirada se concentrará así en el estado de las relaciones, el diálogo y las eventuales iniciativas comunes con los creyentes de otras religiones, con las personas alejadas de la fe, así como con ambientes y grupos sociales específicos, con sus instituciones (el mundo de la política, de la cultura, de la economía, de las finanzas, del trabajo, sindicatos y asociaciones empresarias, organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil, movimientos populares, minorías de varios tipos, pobres y excluidos, etc.).

2.3.-Diez núcleos temáticos para profundizar

Para ayudar a hacer emerger las experiencias y para contribuir de manera más enriquecedora a la consulta, indicamos aquí a continuación diez núcleos temáticos que articulan diversos aspectos de la “sinodalidad vivida”.

  • (1) Los compañeros de viaje

En la Iglesia y en la sociedad estamos en el mismo camino uno al lado del otro. En la diócesis y en la propia parroquia, ¿quiénes son los que “caminan juntos”? Cuando decimos “nuestra diócesis y nuestra parroquia”, ¿quiénes forman parte de ella? ¿quién nos pide caminar juntos? ¿Quiénes son los compañeros de viaje, considerando también los que están fuera del perímetro eclesial? ¿Qué personas o grupos son dejados al margen, expresamente o de hecho?

  • (2) Escuchar

La escucha es el primer paso, pero exige tener una mente y un corazón abiertos, sin prejuicios. ¿Hacia quiénes se encuentra “en deuda de escucha” nuestra diócesis y cada parroquia? ¿Cómo son escuchados los laicos, en particular los jóvenes y las mujeres? ¿Cómo integramos las aportaciones de consagradas y consagrados? ¿Qué espacio tiene la voz de las minorías, de los descartados y de los excluidos? ¿Logramos identificar prejuicios y estereotipos que obstaculizan nuestra escucha? ¿Cómo escuchamos el contexto social y cultural en que vivimos?

  • (3) Tomar la palabra

Todos están invitados a hablar con valentía y parresia, es decir integrando libertad, verdad y caridad. ¿Cómo promovemos dentro de la comunidad y de sus organismos un estilo de comunicación libre y auténtica, sin dobleces y oportunismos? ¿Y ante la sociedad de la cual formamos parte? ¿Cuándo y cómo logramos decir lo que realmente tenemos en el corazón? ¿Cómo funciona la relación con el sistema de los medios de comunicación (no sólo los medios católicos)? ¿Quién habla en nombre de la comunidad cristiana y cómo es elegido?

  • (4) Celebrar

“Caminar juntos” sólo es posible sobre la base de la escucha comunitaria de la Palabra y de la celebración de la Eucaristía. ¿Cómo inspiran y orientan efectivamente nuestro “caminar juntos” la oración y la celebración litúrgica? ¿Cómo inspiran las decisiones más importantes? ¿Cómo promovemos la participación activa de todos los fieles en la liturgia y en el ejercicio de la función de santificación? ¿Qué espacio se da al ejercicio de los ministerios del lectorado y del acolitado?

  • (5) Corresponsables en la misión

La sinodalidad está al servicio de la misión de la Iglesia, en la que todos sus miembros están llamados a participar. Dado que todos somos discípulos misioneros, ¿en qué modo se convoca a cada bautizado para ser protagonista de la misión? ¿Cómo sostiene la comunidad a sus propios miembros empeñados en un servicio en la sociedad (en el compromiso social y político, en la investigación científica y en la enseñanza, en la promoción de la justicia social, en la tutela de los derechos humanos y en el cuidado de la Casa común, etc.)?  ¿Cómo los ayuda a vivir estos empeños desde una perspectiva misionera? ¿Cómo se realiza el discernimiento sobre las opciones que se refieren a la misión y a quién participa en ella? ¿Cómo se han integrado y adaptado las diversas tradiciones en materia de estilo sinodal, que constituyen el patrimonio de muchas Iglesias, en particular las orientales, en vista de un eficaz testimonio cristiano?

  • (6) Dialogar en la iglesia y en la sociedad

El diálogo es un camino de perseverancia, que comprende también silencios y sufrimientos, pero que es capaz de recoger la experiencia de las personas y de los pueblos. ¿Cuáles son los lugares y las modalidades de diálogo dentro de nuestra diócesis y de cada parroquia? ¿Cómo se afrontan las divergencias de visiones, los conflictos y las dificultades? ¿Cómo promovemos la colaboración con las parroquias vecinas, con y entre las comunidades religiosas presentes en el territorio, con y entre las asociaciones y movimientos laicales, etc.? ¿Qué experiencias de diálogo y de tarea compartida llevamos adelante con los creyentes de otras religiones y con los que no creen? ¿Cómo dialoga la Iglesia y cómo aprende de otras instancias de la sociedad: el mundo de la política, de la economía, de la cultura, de la sociedad civil, de los pobres…?

(7) Con las otras confesiones cristianas

El diálogo entre los cristianos de diversas confesiones, unidos por un solo Bautismo, tiene un puesto particular en el camino sinodal. ¿Qué relaciones mantenemos con los hermanos y las hermanas de las otras confesiones cristianas? ¿A qué ámbitos se refieren? ¿Qué frutos hemos obtenido de este “caminar juntos”? ¿Cuáles son las dificultades?

  • (8) Autoridad y participación

Una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable. ¿Cómo se identifican los objetivos que deben alcanzarse, el camino para lograrlos y los pasos que hay que dar? ¿Cómo se ejerce la autoridad dentro de nuestra diócesis y de cada parroquia? ¿Cuáles son las modalidades de trabajo en equipo y de corresponsabilidad? ¿Cómo se promueven los ministerios laicales y la asunción de responsabilidad por parte de los fieles? ¿Cómo funcionan los organismos de sinodalidad a nivel diocesano y parroquial? ¿Son una experiencia fecunda?

  • (9) Discernir y decidir

En un estilo sinodal se decide por discernimiento, sobre la base de un consenso que nace de la común obediencia al Espíritu. ¿Con qué procedimientos y con qué métodos discernimos juntos y tomamos decisiones? ¿Cómo se pueden mejorar? ¿Cómo promovemos la participación en las decisiones dentro de comunidades jerárquicamente estructuradas? ¿Cómo articulamos la fase de la consulta con la fase deliberativa, el proceso de decisión con el momento de la toma de decisiones? ¿En qué modo y con qué instrumentos promovemos la transparencia y la responsabilidad?

(10) Formarse en la sinodalidad

La espiritualidad del caminar juntos está destinada a ser un principio educativo para la formación de la persona humana y del cristiano, de las familias y de las comunidades. ¿Cómo formamos a las personas, en particular aquellas que tienen funciones de responsabilidad dentro de la comunidad cristiana, para hacerlas más capaces de “caminar juntos”, escucharse recíprocamente y dialogar? ¿Qué formación ofrecemos para el discernimiento y para el ejercicio de la autoridad? ¿Qué instrumentos nos ayudan a leer las dinámicas de la cultura en la cual estamos inmersos y el impacto que ellas tienen sobre nuestro estilo de Iglesia?

3.- Un modelo sinodal en el evangelio: los caminantes de Emaús (Lucas 24, 13-35).

La narración nos sitúa recorriendo un camino. Dos discípulos habían salido de Jerusalén y se dirigían a Emaús. Entre Jerusalén y Emaús, dice el texto, hay una distancia aproximada de doce kilómetros (60 estadios, en concreto 12,07 km.). Estos discípulos se dirigían a la pequeña aldea. El texto nos da unos rasgos de lo que sería, de un modo amplio, su perfil psicológico y su contexto cultural:

—Sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocer a Jesús.

—Iban hablando de la muerte de Jesús y de ciertas noticias que les habían llegado sobre la posibilidad de que Jesús estuviese vivo.

—Hablaban y se hacían preguntas.

—Es de suponer que como discípulos conocían la predicación de Jesús y habrían visto alguno de los signos que el Señor había realizado.

—Podemos decir que poseían muchos datos “evangélicos” pero desestructurados, desordenados, inconexos y carentes de sentido. No es arriesgado afirmar que en tanto que “discípulos” sabían mucho; pero, lamentablemente, no habían entendido nada.

—Si de algo están seguros es de lo que ha pasado en Jerusalén esos días, pues seguramente ellos serían testigos directos de todo. ¿Pero haber visto algo de qué sirve si no puedo explicarlo?

—La explicación que dan sobre Jesús es una explicación aprendida, heredada: la teoría del Mesías sociopolítico.

Es fácil identificar a muchas personas con este perfil psicológico de ofuscación y de incapacidad para reconocer a Jesús.

Lo mismo podríamos decir de los escenarios culturales en los que nos movemos.

Al igual que los discípulos de Emaús, hoy solo se habla de aquello que nos interesa. De aquello que nos involucra. De aquello en lo que nos sentimos cómodos o nos da, aunque sea aparentemente, seguridad. Todo lo demás carece de interés.

Cuando Jesús se presenta ante ellos y se les une en la marcha, les hace una pregunta:

¿Qué conversación es la que lleváis por el camino? (Lc 24, 17).

Los dos primeros elementos fundamentales que debemos tener en cuenta en el modelo sinodal que quiere el Papa:

—Salir al encuentro de quienes están ya en camino. Caminar con ellos. Seguir su ritmo.

—Interesarse por “sus” preocupaciones; por aquello que compone su universo cultural y emocional.

La pregunta de Jesús parece aparentemente algo trivial, como un modo de unirse a su conversación. Sin embargo, por la reacción que provoca, descubrimos que no es así. En primer lugar, detienen la marcha. A continuación, se manifiesta su interioridad, el verdadero estado psicológico que hasta ese momento no se había traslucido: la tristeza. Por eso, más adelante nos dice el texto que tal tristeza lo que realmente revela es un vacío interior.

Uno de aquellos dos caminantes, cuyo nombre conocemos, Cleofás, se dirige a Jesús. De lo cual se deduce que el sínodo no puede ser una acción pastoral anónima. En vez de ser generalista, debe ser pensada para personas “conocidas”, con el fin de que éstas sean sus protagonistas.

Cleofás se asombra, “se maravilla”, queda como estupefacto. Y, a continuación, interpela a Jesús con una cierta dureza: ¿eres tú el único que no sabe…? La respuesta del Señor es concisa: ¿qué? El segundo elemento fundamental del carácter sinodal es que sea dialogante. Buscar el diálogo y establecerlo a partir de los intereses de quienes están en camino. Probablemente unos intereses que nos parecerán desconocidos, extraños. Pero que necesitamos conocer, de manera directa, personal. Dejemos a estos hombres y mujeres expresarse. Ello requiere crear espacios de expresión y organizar tiempos de diálogo.

Después de la pregunta de Jesús, comienza, por parte de Cleofás, el relato de los acontecimientos ocurridos en Jerusalén. Jesús escucha la extensa explicación del discípulo. Un tercer momento de actitud sinodal es la escucha. Hemos de ser oyentes de lo que estos hombre y mujeres tienen que decir. Sus palabras serán más o menos acertadas, pero hay que escucharlas. Quienes van de camino tienen que sentirse acogidos, atendidos, escuchados. Lo cual implica crear un clima de confianza, de naturalidad, en el que se promueva la expresión lo que cada uno vive, siente y lleva dentro de sí. Solo después de haber logrado esta actitud, será posible realizar un anuncio explícito de la Nueva Noticia, en clave de historia de la salvación: Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él (Lc 24, 27).

La actitud sinodal tiene que ser, por tanto, propositiva y narrativa.

Sin embargo, llama poderosamente la atención respuesta crítica de Jesús ante las palabras de los discípulos: ¡Qué necios y torpes para creer cuanto dijeron los profetas! ¿No tenía que padecer el Mesías todo esto para entrar en su gloria? (Lc 24, 25-26). Por una parte, estas palabras nos revelan las dificultades que, debido a una comprensión errónea o deficiente, puede suscitar el mensaje cristiano. Por otra, Jesús pone de manifiesto que no todos los planteamientos son válidos. Muchos de ellos encierran una falta de fe, un rechazo interior, una visión imposible del misterio. Estamos ante vidas que, de modo consciente o inconsciente, se han cerrado a la trascendencia. Se ponen así de manifiesto las dificultades del camino. Si no desfallecemos, si no dejamos de caminar, llegaremos al destino, como lo hicieron los discípulos y el Señor.

Durante el recorrido algo ha sucedido. Del diálogo inicial, que adquiere incluso la forma de reproche (¿eres tú el único que no sabe…?), se pasa a la invitación: Quédate con nosotros, porque es tarde y ya está anocheciendo (Lc 24,29). El camino ha servido para vencer las resistencias, para superar las dificultades, para limar asperezas, para escuchar y ser escuchado, para compartir experiencias, para revisar, en suma, lo que se sabe y conocer lo que se ignora. El camino nos ha dado la oportunidad de cansarnos juntos, de sufrir, de contemplar, de aprender, de disfrutar. Gracias al camino ya no somos extraños, ahora nos necesitamos. La presencia del “otro” nos urge. Una nueva relación nos vincula de tal forma que no podemos dejar de decir: quédate con nosotros.

Ahora bien, los discípulos nunca llegaron a Emaús. Dice el texto que llegaron cerca de la aldea adonde iban (Lc 24,28). Pobre de aquel o aquella que cree que ha llegado a Emaús. Porque, entonces, no habrá entendido que todo no ha hecho si no que comenzar. Y si lo fundamental no lo ha entendido, es que nada ha entendido. Emaús no es un destino, es un anhelo, es un deseo, es un proyecto, es una esperanza, es no dejar de caminar.

Estos son los hitos por los que debe pasar este sínodo y nuestro compromiso. Por eso, deben aparecer de modo explícito en nuestra vivencia diaria de la fe. Lo cual implica participar en lo que se va a hacer a lo largo de un tiempo determinado. No se trata de cubrir etapas, sino de caminar y de vivir con intensidad el camino. Este camino de vida y compromiso no lo marca ni lo marcará el sínodo. Esta convocatoria sinodal tiene el cometido de hacerlo explicito de reconocerlo. Este camino no es otro que cada uno de los hombre y mujeres que han vivido la experiencia del encuentro con Jesús. Ellos y ellas, y, por supuesto, Jesús. En este sínodo se debe cumplir aquello que rezamos en la liturgia: El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y mujer, y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino (Misal Romano, pref. III de Adviento). De esta manera, el texto nos advierte de un posible error que podemos deslizar en nuestra participación. ¿Cuál era el objetivo? ¿Llegar a Emaús? El error se comete cuando se fijan objetivos que creemos reales y solo son aparentes. Son los espejismos, las vanas ilusiones de toda programación pastoral. Estos aparecen cuando por encima de las personas se imponen los métodos y las estructuras.

Y entró para quedarse con ellos (Lc 24, 29). Jesús entra allí donde los discípulos le piden que lo haga. Sorprende que, en general, los planteamientos pastorales sean a la inversa. Si hacemos caso al texto de Lucas, se impone una variación en nuestros criterios. Esta orientación nos viene cuando se deja que los discípulos sean quienes inviten al Señor. Por tanto, no se trata de hacer unos planteamientos impositivos, sino propositivos, sugerentes, provocadores. Unos planteamientos que motiven a los discípulos a decirle a Jesucristo: quédate con nosotros. Solo, entonces, será posible que el momento celebrativo sea realmente un verdadero encuentro con Cristo resucitado. Este tiempo celebrativo alcanza su cima en la eucaristía. Por ello, la eucaristía debe estar presente de manera comunitaria e integral en la vida, acciones y compromisos de quienes caminamos juntos: sínodo. No celebrar la Eucaristía como grupo sería un error gravísimo de fatales consecuencias.

La celebración de la eucaristía no se debe improvisar. Como el mismo texto nos sugiere, tres son los elementos importantes: el tiempo, que debe procurarse sea el más adecuado, y no el que mejor se ajuste a un horario general; la preparación personal, pues nadie debe quedar apartado, ya que lo importante sucede en torno a la mesa, en donde Jesús está sentado con sus discípulos; y el respeto de la estructura de la celebración. Jesús no cambia aquello que los discípulos ya habían vivido, pues, en tal caso, les hubiera sido imposible reconocerlo en el signo y en la fracción del pan.

Nuestra misión, nuestra entrega y nuestro compromiso tienen que fomentar la comunicación explícita de experiencias: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32). Una acción que no provoque y fomente la comunicación de experiencias entre los discípulos, corre el grave riesgo de quedarse en algo estéril y contribuir a fortalecer ciertos prejuicios de la cultura actual contra el hecho religioso.

Cuando se ha recorrido el camino, aunque jamás se haya llegado a Emaús, es cuando se ha estado sentado a la mesa con el Señor. La misión tiene que saber que hace falta de manera imperiosa y extremadamente necesaria que los discípulos vuelvan a Jerusalén, el lugar de la comunidad eclesial estable. Esto exige la compenetración entre la comunidad estable y nuestra pertenencia a cualquier otro grupo eclesial. Ambas se necesitan mutuamente. Ambas se construyen con la mutua ayuda, colaboración y entendimiento. Cuando los discípulos llegan a Jerusalén, reciben la misma noticia que ellos iban a comunicar: el Señor ha resucitado (Lc 24, 34). Esto es lo que les va a permitir contar toda su vivencia y, por tanto, sentirse plenamente integrados en ella.

Toda esta tarea no es fácil. Todas las personas vinculadas a esta gran obra deben contribuir desde su quehacer propio. Cada una aportando desde sus posibilidades aquello que puede contribuir y facilitar este gran proyecto que es el sínodo al que nos convoca el Papa Francisco. Un sínodo es la suma de muchos esfuerzos.

4.- El sínodo en la vida de la diócesis, de cada parroquia y en nuestra vida como discípulos de Jesucristo.

Participar en el sínodo convocado por el Papa Francisco es un acto de responsabilidad y coherencia con nuestra fe, porque es buscar dar respuesta entre todos a muchas cuestiones que afectan a la vida de la Iglesia misma, de muchas personas y de lo que el Papa llama la “casa común”. Cuestiones que desde hace tiempo están reclamando respuestas, soluciones y nuevos planteamientos. Por tanto, cuestiones que no se pueden obviar por más tiempo. Hacerlo no sería solo un acto irresponsable, también sería un pecado contra Dios, contra el prójimo y contra la naturaleza.

Junto a esto, la participación en el sínodo exige:

–Salir de sí mismo: esto es, luchar contra el egoísmo, el individualismo y la indiferencia.

–Comprender: situarse en el punto de vista del otro, cual empatía; no buscar en el otro a uno mismo, ni verlo como algo genérico, sino acoger al otro en su diferencia.

–Tomar sobre sí mismo: asumir, en el sentido de no sólo compadecer, sino de sufrir con el dolor, el destino, las penas, las alegrías y las tareas de los otros.

–Dar: sin reivindicarse egocéntricamente. Una sociedad personalista se basa en la donación y el desinterés. De ahí el valor fundamental del perdón

–Ser fiel: considerando la vida como una aventura creadora, que exige fidelidad a la propia persona, el compromiso y la coherencia.

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42, 2-3). Si queremos que este sínodo sea como una corriente de agua viva, tenemos que evitar diez riesgos a lo largo del recorrido sinodal:

1.-La tentación de querer dirigirnos a nosotros mismos en lugar de ser dirigidos por Dios. La sinodalidad no es un ejercicio estratégico corporativo. Es más bien un proceso espiritual guiado por el Espíritu Santo. Podemos caer en la tentación de olvidar que somos peregrinos y servidores en el camino que Dios nos ha marcado. Nuestros humildes esfuerzos de organización y coordinación están al servicio de Dios que nos guía en nuestro camino. Somos arcilla en manos del Alfarero divino (Is 64,8).

2.-La tentación de concentrarnos en nosotros mismos y en nuestras preocupaciones inmediatas. El Proceso Sinodal es una oportunidad para abrirnos, para mirar a nuestro alrededor, para ver las cosas desde otros puntos de vista, y para salir en misión hacia las periferias. Esto requiere que pensemos a largo plazo. Esto también significa ampliar nuestras perspectivas a las dimensiones de toda la Iglesia y plantear preguntas, como por ejemplo ¿Cuál es el plan de Dios para la Iglesia aquí y ahora? ¿Cómo podemos poner en práctica el sueño de Dios para nuestra diócesis y en cada parroquia?

3.-La tentación de ver sólo “problemas”. Los desafíos, las dificultades y las adversidades que nuestro mundo y nuestra Iglesia deben afrontar son muchos. Sin embargo, fijarnos en los problemas sólo nos llevará a sentirnos abrumados, desanimados y cínicos. Podemos perder la luz si nos centramos sólo en la oscuridad. En lugar de concentrarnos sólo en lo que no está bien, apreciemos dónde el Espíritu Santo está generando vida y veamos cómo podemos dejar que Dios actúe más plenamente.

4.-La tentación de concentrarse sólo en las estructuras. El proceso sinodal exigirá, naturalmente, una renovación de las estructuras en los distintos niveles de la diócesis y de las parroquias, para favorecer una comunión más profunda, una participación más plena y una misión más fructífera. Al mismo tiempo, la experiencia de la sinodalidad no debería concentrarse en particular en las estructuras, sino en la experiencia de caminar juntos para discernir el camino a seguir, inspirados por el Espíritu Santo. La conversión y la renovación de las estructuras sólo se producirán a través de la conversión y la renovación continua de todos los miembros del Cuerpo de Cristo.

5.-La tentación de no mirar más allá de los confines visibles de la Iglesia. Al expresar el Evangelio en nuestras vidas, las mujeres y los hombres laicos actúan como levadura en el mundo en el que vivimos y trabajamos. Un Proceso Sinodal es un tiempo para dialogar con personas del mundo de la economía y de la ciencia, de la política y de la cultura, de las artes y del deporte, de los medios de comunicación y de las iniciativas sociales. Será un momento para reflexionar sobre la ecología y sobre la paz, sobre los problemas de la vida y sobre la migración. Debemos tener en cuenta el panorama general para cumplir nuestra misión en el mundo. También es una oportunidad para profundizar en el camino ecuménico con otras confesiones cristianas y para profundizar en nuestro entendimiento con otras tradiciones religiosas.

6.-La tentación de perder de vista los objetivos del Proceso Sinodal. A medida que avanzamos en el camino del Sínodo, debemos tener cuidado que, si bien nuestras discusiones puedan ser amplias, el Proceso Sinodal debe mantener el objetivo de discernir cómo nos llama Dios a caminar juntos. Ningún Proceso Sinodal va a resolver todas nuestras preocupaciones y problemas. La sinodalidad es una actitud y un enfoque para ir adelante de forma corresponsable y abierta, para acoger juntos los frutos de Dios a lo largo del tiempo.

7.-La tentación del conflicto y la división. “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Esta es la ardiente oración de Jesús al Padre, pidiendo la unidad entre sus discípulos. El Espíritu Santo nos lleva a profundizar en la comunión con Dios y entre nosotros. Las semillas de la división no dan fruto. Es vano tratar de imponer las propias ideas a todo el Cuerpo mediante la presión o el descrédito de los que piensan diferente.

8.-La tentación de tratar el Sínodo como una especie de parlamento. Esto confunde la sinodalidad con una “batalla política” donde para gobernar una parte debe ganarle a la otra. Es contrario al espíritu de la sinodalidad enemistarse con los demás o favorecer conflictos divisorios, que amenazan la unidad y la comunión de la Iglesia,

9.-La tentación de escuchar sólo a los que ya participan en las actividades de la Iglesia. Este enfoque puede ser más fácil de manejar, pero termina ignorando una parte significativa del Pueblo de Dios (Vademcum, 2.4 “Evitar trampas”).

10.- La tentación de la instrumentalización utilitarista. Hoy queremos ver en lo que hacemos una utilidad inmediata, sacarle a todo una rentabilidad. En los cimientos del utilitarismo y del rentabilismo sigue estando ese equivocado afán por valorar más el «tener» que el «ser». Ello conlleva haber perdido sabiduría, capacidad de reflexión y admiración. Haber perdido capacidad de diálogo y de relacionarse con los demás. Estar más entregado a vivir que a conocer las causas por las cuales vive y muere. La persona al renunciar a conocer las causas renuncia también a conocerse a sí misma y a preguntarse por el sentido de su vida. En consecuencia, los valores, que tienen su fuente en la propia condición humana, quedan oscurecidos y no son percibidos por todos en su importancia y objetividad. Pierden, así, el dinamismo que los constituye en cimiento de la sociedad.

Sorteando todas estas posibles dificultades de las que hemos de ser conscientes, estoy convencido que –al hilo del pensamiento del beato Francisco Palau i Quer– ¡una Iglesia nueva esta surgiendo ya!

Porque el sínodo es de todos, es para el bien de la Iglesia, un bien para nuestra diócesis que debe alcanzar a nuestras ciudades y pueblos, a nuestros hogares, hasta el último rincón. Y si es de todos, es también de Dios:

Yo busco una Iglesia nueva,
que viva en comunión
con Cristo su cabeza, en un solo amor.
Yo busco una Iglesia pobre,
que esté al servicio del hombre:
que lave nuestros pies
y en el amor fraterno entera esté su ley.
Una Iglesia santa con sólo un corazón
es la “cosa Amada” que busco yo.
Construyamos juntos la fraternidad:
las palomas pueblan el azul de paz;
somos piedras vivas de la gran ciudad:
¡Una Iglesia nueva está surgiendo ya!
Yo busco una Iglesia viva
que resplandece en María,
Esclava del Señor
y tipo de la Iglesia en todo su esplendor.
Yo busco una Iglesia virgen,
esclava, pobre y humilde,
de puro corazón.
que se guarda indiviso sólo para Dios.
Yo busco una Iglesia nueva;
alegre ciudad de fiesta,
vestida de la luz,
Jerusalén, amada, novia de Jesús.
De Dios Uno y Trino nace
la Iglesia hecha a su imagen
que tiende a la unidad
y crea entre los hombres la fraternidad.

(Canción “Una Iglesia nueva” inspirada en textos del beato Francisco Palau i Quer).

Ibiza, 21 de septiembre,
fiesta del apóstol y evangelista san Mateo, de 2021.

Vicente Ribas Prats
Administrador diocesano