Queridos hermanos en el Sacerdocio,

Amados religiosos y religiosas,

Fieles todos muy queridos en el Señor:

1.      Introducción

Santa María, la Madre de Dios y de la Iglesia, mujer evangelizada y evangelizadora ha guiado el camino de la Iglesia en Ibiza y Formentera. Cuando el 8 de agosto de 1235, las tropas cristianas entraron en Ibiza pensaron enseguida en dedicar el primer templo a la Virgen María. Más de siete siglos después, el 9 de octubre del año 1955 nuestra diócesis de Ibiza vivió una jornada inolvidable con motivo de la Coronación canónica de la Virgen de las Nieves. La víspera, y por primera vez, la venerada imagen que preside el altar mayor del primer templo diocesano salió en procesión desde la Catedral hasta la Parroquia de la Santa Cruz. La llevaban a hombros los Hombres de Acción Católica, presidía la procesión mi venerado antecesor Mons. Antonio Cardona Riera, de santa memoria, y la acompañaba un gran número de devotos. Al llegar el cortejo al barrio de la Marina, un gentío recibió a la Virgen con aplausos entusiastas, que –según cuenta las crónicas de la época- la acompañaron hasta el nuevo templo parroquial. Es enternecedor recordar cómo las madres levantaban a sus hijos pequeños como para que recibieran la bendición de Aquella que es Madre nuestra o invitaban a los mayores a que con la mano le enviasen besos. Eran expresiones de un fervor popular que caracterizaba, y debe seguir caracterizando, a los hijos e hijas de Ibiza y Formentera, hombres y mujeres de honda tradición católica que verdaderamente hacían realidad aquella frase del Himne del Centenari compuesto por el benemérito Mons. Isidor Macabich: “No passi nit ni dia, sense fer-vos prègaries i llaor.” 

El mismo día de la Coronación a las cuatro de la tarde, la venerada imagen salio desde la Parroquia de Santa Cruz, rodeada de las salvas de aplausos y otras expresiones de amor hasta el lugar señalado para la Coronación. Tras una solemne Misa de Pontifical, que ofició el Nuncio Apostólico en España, Mons. Hildebrando Antoiniutti, y después de la lectura de la Bula Pontificia que concedía la Coronación canónica, fueron colocadas sobre la cabeza de la Virgen y del Niño sendas coronas áureas realizadas con la aportación de tantos fieles de la diócesis como expresión del amor que sentían hacia su Patrona, y cuyos nombres se custodian en un libro en el retablo mayor de la Catedral.

Fue realmente un día glorioso para Ibiza. Un día de los que hacen historia. Un día cuyo significado no puede caer en el olvido. Por eso, ahora cincuenta años después, hemos de revivir los sentimientos que animaron a los fieles de entonces a fomentar con aquella celebración el amor y la devoción a la Virgen María, que acompaña el caminar de la Ibiza cristiana.

He querido, pues, que esta efeméride no pase desapercibida para nuestra diócesis y deseo, por tanto, invitaros, amados sacerdotes, religiosos y religiosas y fieles todos, a celebrar con diversos actos este momento de nuestro camino como Iglesia particular. Quisiera que el fervor y el amor de hace medio siglo permanecieran vivos como entonces, y bajo el amparo y la mirada misericordiosa de nuestra Patrona caminemos por las sendas de la justicia y la paz, del servicio al prójimo y de la caridad fraterna hacia el encuentro gozoso con el Señor.

2.     ¿Qué sentido tiene el recuerdo de los acontecimientos?

 Para el creyente, la historia tiene importancia porque con la Encarnación Dios mismo ha tomado nuestra carne y ha entrado en la historia. En cierto modo podemos decir que la historia se convierte en el lugar donde Dios sale al encuentro del hombre, de todo hombre, para tenderle la mano y hacerlo partícipe de su salvación.

El pueblo de Israel, el pueblo de la antigua Alianza, en medio de sus vicisitudes encontró en la celebración la memoria de las intervenciones de Dios en la historia fuerza para perseverar en su fe y confianza en el Señor, aún cuando tuviera que vivir en cautividad o en el exilio. Recordando las maravillas que hizo Dios en favor suyo, mantuvo su esperanza y salvaguardó su identidad como pueblo elegido. Resulta aún conmovedor recordar como se celebraba el recuerdo de la noche de la creación del mundo, la evocación de la promesa hecha a Abrahán y su linaje y, muy especialmente, la memoria de la noche santa de la Pascua, cuando los israelitas se vieron liberados de la esclavitud de Egipto y se pusieron en camino hacia la tierra prometida.

En ese espíritu, el Nuevo Testamento nos presenta cómo los primeros cristianos celebraban semanalmente en el domingo la verdadera y definitiva Pascua, la Resurrección del Señor, con la celebración de la Eucaristía, que conmemora y revive el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, nuestro Salvador. Desde entonces, la Iglesia no ha dejado de celebrar así el memorial de nuestra Redención.

También en la vida ordinaria de las personas, el recuerdo de acontecimientos de nuestra vida es motivo de alegría y mueve a distintas celebraciones; así, festejamos nuestros cumpleaños, los matrimonios festejan diversos aniversarios, como las Bodas de Plata, de Oro o de Diamante, o también por ejemplo las instituciones públicas o privadas rememoran sus nacimiento con diversas actividades, tendentes a dinamizar los principios que las hicieron nacer. Estas celebraciones tienen un papel importante y significativo en la vida de los individuos y de las comunidades.

El tiempo, pues, queridos hermanos, es importante en la vida de las personas. A este respecto, me complace ahora recordar lo que escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II en la Carta apostólica “Tertio Millennio Adveniente” en el núm. 10 donde dice: “En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación… En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. De esa relación de Dios con el tiempo nace el deber de santificarlo”

3.      El cumplimiento de una profecía: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi” (Lc 1, 48 ) 

Al dejar el ángel Gabriel la casa de Nazaret, después de anunciar que había llegado el momento culminante, es decir, que el Verbo se había hecho carne en las entrañas purísimas de la Virgen María, Ella, casi contagiada por el misterio de amor presente en su seno, se pone en camino para manifestar el fruto del amor: amar y servir. Cuando María e Isabel se encuentran tiene lugar una escena que nunca ningún pintor podrá describir en su radicalidad: las dos mujeres, iluminadas por el Altísimo, pronuncian unas vibrantes palabras a las que el tiempo les ha dado la razón y ha descubierto su profunda verdad. Si Isabel exclama: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42). María por su parte, responde con el Magnificat (Lc 1,48-53), donde entre otras cosas anuncia: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. Y así ha sido a lo largo de los siglos y así será hasta el final de la historia.

¿Cómo puede ser que una muchacha sencilla, de un pueblo casi desconocido en su época, haya podido trazar un cuadro tan exacto de la historia? La explicación está en que María, mujer de fe, ve las cosas desde la óptica de Dios: la fe audaz y total de la Virgen en la mañana de la Anunciación la dota de un conocimiento que brota desde la esencia misma de la Verdad, esa Verdad que la ha poseído y a la cual Ella se ha entregado: mirando la historia con la misma mirada de Dios, no tiene miedo de decir el anuncio gozoso del Magnificat. ¡Gran misterio el de la fe! Oculta las cosas a los potentes y las revela en su verdad a los sencillos. Dios eligió a María porque era sencilla, humilde, pura, sin orgullo ni doblez y así Ella nos ha enseñado más de lo que nos pueden enseñar mil bibliotecas. María creyó, se hizo esclava del Señor y la fe le hizo ver en profundidad y su Magnificat, pronunciado por primera vez a casi dos mil años de distancia de nuestros días sigue siendo la más alta y exacta lectura de la historia.

Y en esa historia, las generaciones, una tras otras hemos felicitado a Maria. Tenía razón la humilde muchacha de Nazaret, cuando movida por el Espíritu Santo dijo: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. Millares de catedrales, santuarios, templos y ermitas se han levantado en su honor, multitud de celebraciones a lo largo de los dos milenos pasados hasta ahora han felicitado a María. En esa sucesión de felicitaciones a María, hace ahora cincuenta años los ibicencos colocaron una hermosa corona a María, y nosotros hoy lo recordamos y celebramos con ánimo agradecido y de fe.

4. ¿Qué significa la coronación? 

Si quisiéramos responder a esta pregunta, podríamos decir sencillamente que es un acto de amor, de amor mezclado con la veneración, con el respeto, con la admiración. Hace unos días, contemplando el espléndido mosaico de la Basílica de Santa María in Trastevere, en Roma, y meditando  las celebraciones que se nos avecinan, ante aquella magnifica escena que nos presenta a Jesucristo glorioso, miraba con renovado asombro la tierna figura de la Virgen coronada que aparece a su derecha. El anónimo autor de aquella espléndida obra de arte supo plasmar en las teselas de piedra la mirada complacida de Jesús ante la Madre coronada, una corona conquistada con las armas de la fe, la esperanza y la caridad y, que precisamente por ello es imperecedera.

Ese mismo gesto de coronar a la Madre es el que los fieles de la diócesis de Ibiza hicieron hace medio siglo y ahora nosotros nos disponemos a renovar. Los fieles ibicencos al coronar a la Virgen de las Nieves proclamaron algunas verdades que en esta ocasión quisiera recordar para que su evocación nos mueva hacia la perfección en la vida cristiana.

a)     La corona es símbolo de realeza: María es invocada por la piedad de los cristianos como “Reina y Madre de Misericordia”. A lo largo de los siglos, la corona en la sien de los monarcas ha significado su poderío. En la cabeza de la Virgen nos recuerda que Ella es la “omnipotencia suplicante”, la que, en virtud de su íntima relación con Cristo, intercede por nosotros y nos alcanza, si lo pedimos con confianza, aquellas gracias necesarias para nuestro bien. Por ello, ante la Virgen coronada podemos exclamar con razón: “Salve Regina, Mater misericordia, vita, dulcedo, spes nostra, Salve”.

b)    La corona es también la expresión de la culminación de una obra. En la Virgen María la corona nos manifiesta que en Ella Dios ha culminado su obra, pues ella es la criatura más perfecta; que en Ella, Inmaculada desde su concepción, Todasanta en el resto de su vida, Dios ha vencido. La perfección deseada por Dios para la creación alcanza su realización más plena en María. La corona es también, pues, una proclamación de la perfección de la Virgen Santísima.

c)     La corona es también un premio, un galardón, una recompensa. La Virgen Santísima ha recibido de Dios una gracia singular a la cual ha correspondido con la santidad de su vida, toda ella entretejida de fidelidad en las pruebas, de esperanza en las promesas, de caridad en el obrar. Ella se comprometió en la gozosa mañana de la Anunciación a ser la esclava del Señor, la sierva entregada, la contemplativa ardiente. Por eso, al concluir su misión recibe la corona de gloria que no se marchita.

d)    La corona es, así mismo, un signo de la victoria. El libro del Apocalipsis nos presenta la lucha entre el dragón y la mujer. En esa escena, la Iglesia ha visto siempre una representación del triunfo de la Virgen sobre el mal, sobre las tentaciones del maligno. Vencedora, puede decir con san Pablo: “He combatido bien el combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe, ahora me aguarda la corona merecida”. Esa corona en el caso de la Virgen está representada en la corona que los ibicencos de hace cincuenta años colocaron en las sienes de la Virgen de las Nieves y nosotros, con las celebraciones de este año, idealmente la volvemos a poner.

e)     La corona es signo de esperanza. Jesucristo les advierte a sus discípulos: “Confiad en mi yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). El futuro es Cristo, Él es el destino último de la historia, aunque a veces los acontecimientos pudieran hacer pensar lo contrario. Esos acontecimientos sólo pueden dar coronas contingentes. La corona gloriosa de la Virgen es imperecedera y expresión de que el camino que recorrió y las opciones que hizo conducen a Cristo, y en Cristo a la Trinidad. A este respecto, la Constitución apostólica Munificentissimus Deus,  del Papa Pío XII sobre el dogma de la Asunción de la Virgen a los cielos dice así: “Terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria celestial y elevada al trono por el Señor como Reina universal, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor de la muerte y del pecado” (AAS 42, 1950). La Virgen coronada es una llamada a la esperanza en Cristo, que no defrauda, de fidelidad a Él y de adhesión a su mensaje.

Otros signos pueden atribuirse también a la corona: el de martirio, el de la grandeza, del brillo y del esplendor. Acercándonos a ellos encontraremos motivos para comprender mejor el significado de la Coronación de la Virgen, su importancia para nuestra vida cristiana y sobre todo, lo que expresa de la santidad de su vida y de llamada a nuestra santificación personal.

5. Frutos y consecuencias de la evocación de la Coronación de la Virgen de las Nieves.

El Concilio Vaticano II nos enseña que la Virgen María es modelo para los cristianos y para la Iglesia. En nuestra diócesis la Virgen coronada de las Nieves, Santa María d’Eivissa, se convierte en un precioso modelo que imitar en nuestro camino de discípulos de Jesucristo, Maestro de toda perfección. Por eso, imitándola a Ella, y bajo su materna protección podremos alcanzar también nosotros la corona de gloria que no se marchita, según la conocida expresión paulina más arriba citada. Vamos a ver algunos trazos que caracterizan a la Virgen Santísima para aplicarlos a nuestra vida personal y eclesial. 

a)    María, evangelizada, es modelo para nosotros.  En la mañana de la Anunciación la Virgen Santísima, la humilde doncella de Nazaret fue evangelizada por el arcángel Gabriel, enviado por Dios para darle la buena noticia de que con la colaboración de Ella, el Verbo se encarnaba en su seno y la salvación, que se había prometido al inicio de la historia humana manchada por el pecado (Cf. Gn 3, 15), iba a ser una realidad. María es evangelizada y acoge el anuncio del ángel con gratitud, humildad y confianza. También nosotros, queridos hermanos, somos continuamente evangelizados por Dios a través de la Iglesia. Los sentimientos de María nos ayudan a acoger la evangelización, es decir, la recepción de la Buena Nueva que Dios nos quiere continuamente comunicar, con la misma actitud de la Virgen de Nazaret.

En un momento de la historia en el que el secularismo y la indiferencia religiosa están tan extendidos; en el que tantas voces hacen difícil escuchar la voz auténtica de Dios, el único que es capaz de dar vida y darla en abundancia (Cf. Jn 10,10), la Virgen evangelizada puede ser un modelo para animarnos a conocer más nuestra fe, a acoger sus verdades, a hacer nuestras opciones de vida.

Ojalá que la celebración de estas Bodas de Oro de la Coronación canónica de la Virgen de las Nieves sea un momento para ser evangelizados, para que nuestra fe no se aletargue ni se duerna, sino que progrese continuamente y podamos ante nuestros hermanos, los hombres y mujeres de este momento, “dar razón de nuestra esperanza en la vida eterna” (1Pe 3,15). Ser evangelizados supone también participar en las distintas actividades formativas de nuestras parroquias, grupos y movimientos eclesiales. Que sea un momento de verdadera evangelización, de nueva evangelización en sus métodos, en su ardor, en su extensión. Que en nuestras parroquias todos: sacerdotes y fieles, sientan el deseo de recibir con renovado entusiasmo la Palabra de Dios.  En un momento tan lleno de desafíos e interrogantes sobre el futuro de la humanidad, cuando parece que la esperanza decae, la inseguridad en todas sus expresiones crece por doquier es menester recuperar la confianza en Dios, que nunca ha abandonado a sus fieles. Es menester ponerse en actitud de ser evangelizados continuamente para que las zarzas, los espinos o el polvo del camino (Cf. Mt 13, 1-23) no impidan que crezca en nosotros la buena semilla del Evangelio, que fue sembrado en el campo fecundo de nuestra existencia. Es el momento de intensificar, de todos los modos posibles, la recepción del Evangelio en cada uno de nosotros.

Deseo que las parroquias de la diócesis, los movimientos apostólicos y nuevas comunidades presentes, así como las diversas instituciones eclesiales diocesanas de las que disponemos, pongan en marcha la “imaginación de la evangelización” y que los fieles todos se acojan a esa ayuda para crecer en la fe. Es tal vez el momento de evangelizar de nuevo a los catequistas y otros agentes de pastoral para que puedan llevar a cabo con más eficacia su misión; es el momento de revitalizar o crear donde no existan, los consejos parroquiales y arciprestales de pastoral, germen del Consejo Pastoral Diocesano para que la fuerza de la evangelización se extienda más y más en nuestras tierras insulares.

b)    María evangelizadora modelo para nosotros.  Apenas concluido el diálogo con el arcángel Gabriel, la Virgen se puso en camino y fue hasta la casa de su prima Isabel (Cf. Lc  1, 29-20), como nos enseña el Evangelio. Allí María le anuncia las maravillas de Dios. Y así las dos mujeres se fundieron en un abrazo, expresión de alegría por haber recibido la Buena Noticia.

Una vez evangelizados hemos de ser evangelizadores. Vivimos unos tiempos en los que es necesaria una nueva evangelización, nueva en sus métodos, en su ardor, en sus expresiones. Evangelizar no es anunciar una idea, una teoría o una ideología, pues éstas no son capaces de salvar al hombre. Evangelizar es anunciar a una persona, Jesucristo, que nos ama y nos salva y continuamente quiere hacernos oír su voz amiga, que pide entrar en nuestro corazón, en nuestra vida. El mejor y más precioso servicio que los cristianos podemos prestar en este momento a la sociedad es evangelizar.

Con alegría y esperanza podemos constatar cómo en nuestra diócesis, junto con los sacerdotes, religiosos y religiosas, contamos también con catequistas, profesores de religión y moral católica, animadores de grupos, etc. que colaboran en la difusión del Evangelio con generosidad y entrega en muchas ocasiones ejemplares. Es el momento de que estos grupos se vean aumentados con nuevas y valiosas incorporaciones: que muchos se pongan a recorrer el camino del evangelizador y, con la palabra y el ejemplo, anuncien las maravillas de Dios a los hombres y mujeres, a los jóvenes, los niños, los ancianos, las familias, a quienes han nacido aquí y a quienes nos visitan.

A veces el hombre actual aparece cansado o desilusionado ante la aventura de la vida; el mundo en ocasiones parece que no tenga alma. Y los resultados de esa situación son desgraciadamente visibles: se vive en medio del error, especialmente en el campo moral, en lugar de caminar iluminados por la verdad; el relativismo moral se impone como norma de conducta, ofreciendo el falso fruto de la cizaña en lugar de bueno del trigo (Cf. Mt 13, 24-30); se presenta como legítimo lo que no lo es; las leyes incluso no favorecen en determinadas circunstancias a las exigencias del bien común; se suceden los ataques a la vida y a la dignidad de la persona; se debilita la institución familiar, célula fundamental de la sociedad, poniéndola al nivel de otras uniones que no pueden ser consideradas como tal; se prescinde de Dios, se vive al margen de Dios, sin Dios o, lo que es peor, contra Dios; se presenta la religión como un asunto personal, privado, personal, sin relevancia alguna exterior o social.

Frente a esa situación, que puede parecer triste, lo que la sociedad actual necesita es evangelización, y evangelizar ha de ser el compromiso más querido y urgente de todo el pueblo de Dios. 

c)     Imitar a María es hacer y repetir sus mandato en las Bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5).  El pueblo de Caná de Galilea se ha hecho famoso por unas bodas a las que asistió Jesús con su Madre. En aquella ocasión, después de una conversación entre ellos dos al respecto de la hora de Jesús (Cf. Jn 2,4), Maria se limita a decir: “Haced lo que Él os diga”. Son las últimas palabras de la Virgen que nos narra el Evangelio. Esta expresión es una petición, una súplica que Ella entrega a todos los hombres, un mandato hecho por una persona sencilla y humilde pero que están dictadas por su apuesta por la verdad, por el conocimiento derivado de la fe y, sobre todo, por el amor hacia la humanidad. Es el ruego de la Madre a todos aquellos que un día va a recibir como hijos.

Hacer lo que nos dice Jesús es alcanzar nuestra plenitud y nuestra madurez como hombres. En efecto, Jesús es el modelo perfecto del hombre nuevo y, como Él mismo enseña “Sin mí no podéis hacer nada” (Cf. Jn 15, 5). Así como los sarmientos si no reciben la savia de la vid no producen fruto, si no recibimos la vida de Jesús no podemos dar frutos de vida eterna (Cf. Jn 15, 1-7).

El recibir con renovada acogida esta súplica de la Virgen en este momento tiene que hacer nacer en nosotros un sincero deseo de conversión. Ya las primeras palabras de Jesús en el Evangelio de San Marcos (Cf. 1,15) fueron una invitación a la conversión. En Cana de Galilea la Virgen se suma a esa llamada de Jesús a convertirse, a ser verdaderos discípulos de Jesús, a ser auténticos cristianos, a ser seguidores de Jesús siempre y en todas partes.

Desearía que estas celebraciones las viviéramos todos como una llamada a una conversión más auténtica, decidida, audaz.

d)    María es modelo de oración:  Imitar a María es ser, como Ella, personas que oran. No se puede alcanzar la santidad sin practicar asiduamente el arte de la oración. Y en la escuela de María se aprende a orar, pues Ella nos conduce hacia la unión con Jesús, “fruto bendito de su vientre”. En el cielo, decía un sabio párroco, nos podremos encontrar con personas que no han sido obispos, que no han sido sacerdotes, que no han sido monjes, que no han sido mártires, etc.… lo que no podremos encontrar serán personas que no han sido orantes. Sin la oración no sólo nos quedamos en las filas de los cristianos mediocres, sino sobre todo con cristianos en peligro constante ante los grandes desafíos que exige afrontar la respuesta cristiana.

Con Jesús nos unimos en la oración no sólo en la petición de ayuda, sino también en la acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y afecto.

La contemplación de María tiene que suscitar en nosotros un sincero deseo de oración, a nivel personal y comunitario. ¡Cómo me gustaría que acogiéramos el deseo del Papa Juan Pablo II de que nuestras parroquias sean “verdaderas escuelas de oración”. Este mismo Papa, en su última encíclica “Ecclesia de Eucharistía” nos habla de María como “mujer eucarística” (cf. Núms. 53-58). En este texto, citando su anterior Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos la presenta como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, una contemplación que adquiere una dimensión profunda en el misterio eucarístico, pues Ella por la relación singular que mantiene con el Santísimo Sacramento puede guiarnos hacia Él.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a María junto con los Apóstoles concordes en la oración (Cf. Hch 1,14). Esto nos induce a pensar razonablemente en su presencia eucarística (Cf. Ecclesia de Eucharistia”, 53).

Con esta enseñanza del Magisterio de la Iglesia, está claro que el amor y la devoción a Santa María de los ibicencos y formenterenses ha de traducirse también en una asidua participación en la Eucaristía, especialmente en la Misa dominical. Para los cristianos no es un buen propósito, sino una necesidad, como les decían a sus perseguidores los Santos Mártires de Cartago, en los primeros tiempos del cristianismo: “¡No podemos vivir sin el domingo”, es decir, no podían vivir sin la Eucaristía dominical.

Así mismo,  ante el ejemplo contemplativo de la “mujer eucarística”, ¿no sería el momento adecuado para recuperar en nuestras parroquias y comunidades el culto y adoración eucarísticas? Dice Juan Pablo II: “En muchos  lugares, además, la adoración del Santísimo Sacramento tiene una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de Santidad” (Cf. Ibíd., 10). ¡No podemos resignarnos al peligro de un abandono casi total del culto de adoración eucarística! Desearía que en todas las parroquias, al menos semanalmente, se tuviera la adoración eucarística, en horario conveniente y según la oportunidad del lugar, para junto con María contemplar la belleza seductora y la amistosa presencia de Jesucristo. Allí, en actitud de fe en la presencia real del Verbo Eterno, podremos no sólo gozar de su compañía amorosa, sino implorar toda clase de gracias y muy especialmente la paz para el mundo y para los corazones de todas las personas, el bien de la sociedad, las vocaciones sacerdotales y religiosas de las que tan necesitados estamos. A este respecto, me complace citar el ejemplo de nuestra Iglesia Catedral, santuario que custodia la imagen de Santa María de las Nieves, donde todos los días en las horas de la tarde, he podido instaurar la Exposición de Santísimo Sacramento: ¡qué este ejemplo cunda en la diócesis! 

Otro fruto pastoral que desearía con motivo de las celebraciones del 50º aniversario de la Coronación Pontificia de Santa María de las Nieves, sería, y considero que es importante, hacer un esfuerzo para recuperar el valor de la Catedral como primer templo de la diócesis, iglesia madre de todas las demás parroquias de las dos islas, y santuario de nuestra Patrona. A este respecto, invito a las parroquias, movimientos eclesiales y asociaciones de fieles a promover por todos los medios posibles, la devoción a la Virgen de las Nieves, fomentando para ello la Visita espiritual, llevada a cabo, por lo menos, una vez al año.  

6. Conclusión. 

Hace cincuenta años los ibicencos y formenterenses colocaron una áurea corona en las sienes de la Virgen y del Niño. Después de medio siglo vamos a repetir este gesto. Esta vez no será una corona material, sino una corona espiritual. Dicha corona estará formada por las acciones nobles de los cristianos de nuestra diócesis más comprometidos en la evangelización, en la vida litúrgica y en la acción caritativa de la Iglesia.

Una de las expresiones visibles de esa corona espiritual será una obra social que erigiremos en recuerdo de esta efeméride. Por tanto, os animo a contribuir, también materialmente mediante donativos, bien en las visitas a la Catedral, o bien a través de las parroquias, para que cuando clausuremos esta solemne celebración de las Bodas de Oro podamos ofrecer a la Virgen Santa María el testimonio imborrable de nuestro amor con una obra a favor de los necesitados, pues el amor se muestra con amor.

Queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, permitidme que concluya esta mi primera Carta Pastoral que como Obispo os envío con las mismas palabras que en la Catedral he dirigido a Santa María de las Nieves, la Madre de Dios, la Madre coronada de los ibicencos y formenterenses:

“Virgen y Madre nuestra de las Nieves,Santa María d’Eivissa,que desde hace más de siete siglos has acompañado la fe del pueblo ibicenco:En tus manos pongo los gozos y esperanzaslas tristezas y sufrimientos de todos tus hijos.Implora para mí y para los sacerdotes los dones del Espíritu Santo,para que fieles a las promesas del día de nuestra ordenación,podamos ser incansables mensajeros de la Buena Nueva,especialmente entre los más pobres y necesitados,entre los alejados y los indiferentes. Infunde en los religiosos y religiosastu ejemplo de total consagración a Diospara que el abnegado servicio que prestan a los hermanosse manifieste en todas sus actividades. Madre de la Iglesia en Ibiza, anima a los fieles laicosa comprometerse seriamente en las tareas de la nueva evangelizacióny sean los apóstoles del Tercer Mileniotambién con el gozoso testimonio de su vida Protege a todas las familias de Ibiza y Formenterapara que sean auténticas iglesias domésticasdonde se custodie el tesoro de la fe y de la vida,se enseñe y se practique la caridad fraterna. Ayuda a todos los católicos a ser sal y luz para los otros,como auténticos testigos de Cristo,presencia salvadora del Señor,instrumentos de paz, de alegría y de esperanza. Madre y Reina coronada de Ibiza y Formentera,ilumina a nuestras autoridadespara que trabajen por el progreso integral de todos,tutelen los valores morales y sociales que hacen dignos a los pueblos. Ayuda a cada uno de tus hijos e hijaspara que con Cristo, nuestro hermano y Señor,caminemos juntos hacia el Padreen la unidad del Espíritu Santo.Amén”

A todos, mi afecto y mi bendición.

En la Santa Iglesia Catedral de Ibiza, bajo la mirada amorosa de la venerada imagen de la Virgen de las Nieves, el 9 de octubre de 2005, cincuenta aniversario de la Coronación Canónica                                         

 + Vicente Juan Segura

Obispo de Ibiza

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