Un año más, tenemos la suerte y la alegría de reunirnos con ocasión de la fiesta de San Fernando para celebrar la Santa Misa, escuchar la Palabra de Dios, acercarnos a Jesús a través de la sagrada comunión y admirar la figura de San Fernando: rey de Castilla y León, pero no sólo eso: esposo, padre, persona dedicada gustosamente a servir y ayudar a los demás, héroe ante las cosas difíciles sin echarse atrás por ello; y por hacer todo eso bien, como corresponde, es santo, es decir, persona cuya historia nos enseña que cumplió lo que Dios esperaba de Él, que Dios le acogió en el cielo acabada su etapa de estar en la tierra, y desde entonces es para nosotros ejemplo a seguir, intercesor de nuestras oraciones y ayuda en nuestros buenos proyectos.
Nos reunimos en este templo parroquial dedicado a esta figura de San Fernando, que siendo que el primer Obispo de Ibiza decretó la fundación de esta parroquia en 1785, empezó a construirse unos años después, en parte de estos terrenos propiedad de la Iglesia, en 1883 y fue inaugurado el 30 de junio de 1889 y posteriormente en 1903 se inauguró el cementerio. Como uno de los detalles artísticos es que el exterior del templo nunca fue emblanqueado, conservando el color material de los materiales de construcción.
Y el tempo fue dedicado a uno de los más granes hombres del siglo XIII, una persona con una vida ejemplar, con una intensa piedad religiosa, una prudencia y servicio como gobernante y un heroísmo como conquistador audaz.
San Fernando, nacido a finales del siglo XII. De pequeño estuvo gravemente enfermo y no experimentando la curación, su madre le llevó al Monasterio de Oña y rezando toda la noche ante la imagen de la Virgen, se curó enseguida.
Muy joven empezó a reinar el León y después en Castilla. Se casó dos veces y tuvo hijos. Como rey procuró practicar la justicia, ser amable con todos y no ir fastidiar a los ciudadanos, practicando la rapidez, la prudencia y la perseverancia. Y como persona tenía muchas cualidades: Era gentil y finísimo, jinete elegante y diestro, versado en los juegos nobles, en el ajedrez; amante de la música y buen cantor. Se le atribuyen algunas cantigas dedicadas a la Virgen, a la que profesaba gran amor pues su madre le había contado cómo le había salvado siendo niño. Promocionó las artes, favoreció el naciente estilo gótico, y se le deben las catedrales de España: Burgos, Toledo, León y Palencia.
Fue notable su acción de gobernante, sus relaciones con la Iglesia, con los nobles y magnates; su administración de justicia y sus relaciones con los otros reyes peninsulares cristianos; su impulso a la codificación y reforma del derecho; su protección a las artes, ciencias y la creación de nuevos Centros y Universidades. Creó la marina de guerra de Castilla; e instituyó los futuros Consejos del Reino o actuales de ministros, designando un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraban y con quienes consultaba. Fernando III de Castilla fue un santo rey, que alcanzó las cumbres más altas de la perfección, santificando las menores acciones de su vida y dedicando a Dios y a María todos los momentos y ocupaciones.
Al terminar la Reconquista de Sevilla, mientras una expedición castellana llegaba a África planeó el paso del estrecho y asentamiento definitivo en aquel continente, cayó herido de muerte, por agotamiento de sufrimientos y trabajos.
Al saber próximo su fin, postrado sobre un montón de cenizas, con una soga al cuello, pidió perdón a todos los presentes, dio sabios consejos a su hijo y deudos, con la candela encendida en la mano. Esa fue la vida exterior y la muerte del más grande de los reyes de Castilla, «atleta y campeón invicto de Jesucristo», como le llamaron los Papas Gregorio IX e Inocencio IV.
Un santo, como lo fue San Fernando, es una persona que escucha la Palabra de Dios, la pone en práctica y vive haciendo el bien a los demás, evitando dañar a nadie y teniendo caridad y amor con todos, especialmente con quienes más lo necesitan.
Dios quiere que todos seamos santos. En la I Carta de Pedro se nos dice: “como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro, 1, 15-16).
Y por eso, procurando la santidad en nuestra vida, en nuestras obras, en nuestros deseos y actividades, la escucha de la Palabra de Dios es fundamental; después el propósito de cumplirla, sabiendo que para ello contamos con la ayuda y la fuerza que nos da Dios por medio del Espíritu Santo, que recibimos en nuestro bautismo y cuya presencia se confirma y fortalece con el Sacramento de la Confirmación.
Hemos escuchado un poco de Palabra de Dios, como ocurre en cada celebración de la Misa. En la primera lectura, tomada de la 2 Carta de San Pedro se nos ha recordado que Dios nos da todo lo que nos conviene, y haciendo caso a eso que nos da Dios, nos iremos pareciendo a Él, evitando lo malo, lo corrupto, y en consecuencia viviendo con fe, con virtud, con conocimiento correcto, con paciencia, con piedad, y con eso se llega a vivir con caridad, con amor. ¡Qué camino, pues, más hermoso es el que podemos hacer por la vida si vivimos así! Así lo hizo San Fernando, así lo han hecho tantos y tantos santos, así nos corresponde a nosotros.
Y el Evangelio de San Marcos nos ha presentado una parábola. Jesús recurría a las parábolas para enseñar a la gente. Una parábola en la que contándonos esa historia nos dice que, como el dueño de aquella viña, quiere que el mundo vaya bien.
La parábola nos dice que el dueño hizo todo lo posible para tener una buena viña. Esto implica mucho trabajo y una gran inversión. El curso de la parábola sigue diciéndonos que el dueño se fue lejos, dejando la viña en manos de labradores. Y esos labradores querían para ellos lo que no les pertenecía, utilizar esa viña sin tener en cuenta al dueño y por eso actuando de forma injusta, cruel. En el caso del pueblo de Israel Dios trataba a su pueblo Israel con mucha paciencia, pero sus líderes actuaban tan absurdamente como los labradores de esta parábola. Al igual que el dueño mandaba cada vez más siervos para recibir los frutos de la viña, así enviaba Dios a sus profetas para recibir los frutos del pueblo y de sus líderes, es decir, conversión y obediencia. Muchas veces los profetas fueron rechazados, sobre todo por los líderes espirituales del pueblo.
La parábola, ahora, llega después a un momento más fuerte: el dueño envía a su hijo como si tuviera confianza en que los labradores le perdonarían la vida, aunque antes habían maltratado a todos, incluso matados a algunos. El dueño de esta viña, confiadamente dice: «Respetarán a mi hijo». Los labradores reciben la oportunidad para demostrar que existe un brote de benevolencia en ellos. Pero también dieron muerte al hijo, fuera de la viña. Está claro que Jesús ve en esa parábola lo que le ocurrirá a sí mismo. La parábola es una profecía de lo que sucedería pronto: los líderes del pueblo matarán al Hijo de Dios. Matar a Jesús es más que un incidente, es la culminación de una larga historia de resistencia contra Dios. Es evidente lo que hará el dueño de la viña: «Vendrá, y destruirá a los labradores, y dará la viña a otros». Dios dará la viña (el pueblo de Israel y los creyentes de las naciones) a otros líderes: los discípulos y apóstoles de Jesús. Es una decisión tremenda, pero real.
Podemos sacar esta enseñanza el Señor, nuestro Dios, nuestro Padre, el que ha plantado esta “viña” y ahora, en este tiempo nos la ha dejado para que la cuidemos, la protejamos, velemos porque dé buen fruto, esté como Dios quiere; un mundo con amor y misericordia, con servicio y caridad, ayudando a todos y no perjudicando a nadie. Cuando Dios venga a pedirnos cuenta de ella que podamos devolvérsela como Él espera. Como no sabemos cuándo vendrá, es lógico que guardemos lo que podemos o reinvirtamos lo que nos da, tal vez en otros viñedos, haciendo más productivo aquello que recibimos.
Con su Palabra sabemos lo que tenemos que hacer y recibimos muchas advertencias enviadas por uno y otro de sus emisarios. Incluso Dios nos mandó a su Hijo, para darnos pautas, para enseñarnos, para mostrarnos el Camino. Vino la Luz al mundo, para que viéramos el Camino y lo siguiéramos. Lo iluminó, nos lo mostró. Con esa oferta la decisión es nuestra. Somos libres, hemos sido creados libres, pero el viñedo, es decir el mundo no es nuestro: nos ha sido entregado en custodia. Lo sensato será que tendremos que rendir cuentas, que por lo tanto debemos hacer lo mejor que podemos. ¡Ese debe ser nuestro empeño más sensato! Alguien podría decir, entonces, de qué libertad hablamos, si estamos condicionados por el propietario del viñedo. Los consejos de Dios no son nunca contra nosotros, sino a favor nuestro por eso, o hacemos lo que debemos o lo encaminamos a la bancarrota definitiva. De una cosa podemos estar seguros: el tiempo pasa y tarde o temprano llegará la hora de rendir cuentas. ¿Estaremos listos? Con esto en mente, inspirados por el Señor, siguiendo su Luz, empecemos hoy tomando las decisiones adecuadas. Así, cuando llegue el momento de la rendición de cuentas, del balance final, no nos sorprenderá con las manos vacías.
San Fernando recibió un encargo de de parte de Dios y hoy celebramos su santidad, es decir, el premio por haberlo cumplido. Nosotros, cada uno, ha recibido una vocación, un encargo, que como Él lo cumplamos aquí en la tierra y como Él llegaremos al cielo
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