Las lecturas de este domingo, domingo XXVII del ciclo B, nos han presentado unas buenas y maravillosas enseñanzas.

La Primera lectura es una famosa página del libro del Génesis, en el que vemos que Dios se preocupa por el hombre que ha creado y trata de corregir su soledad. Entre todo lo que había creado no hay quien sea idóneo para cuidad su soledad, siendo demasiado grande la diferencia entre el hombre y los animales.

Así, frente a teorías y doctrinas que nos presentan a la mujer como si fuera inferior al hombre, el Génesis nos enseña verdades muy importantes:

a)     la mujer es de la misma naturaleza que el hombre, no inferior a él, ni con menos dignidad, derechos y deberes.

b)    La mujer es un complemento del hombre como el hombre es un complemento de la mujer.

c)     Así el hombre y la mujer, en el mismo plano, están llamados a formar una unión de vida perfecta, a constituir con la fuerza del amor una unidad.

Esas enseñanzas del Génesis las aprovecha Jesús para afirmar la indisolubilidad del matrimonio. La intención del Creador, que ha querido a la humanidad como hombres y mujeres y ha instituido el amor conyugal, es que esta unión sea una e indisoluble.

Quien acoge las enseñanzas de Dios, quien funde una unión conyugal y una familia según el designio divino sabe que el divorcio no es un derecho ni un progreso social, sino un mal que hay que alejar absolutamente de la propia vida.

Para acoger y cumplir la Palabra de Dios hay que vivir en el matrimonio y en la familia como Dios quiere, es decir, vivir con un amor entre las dos personas –el hombre y la mujer- que las funde, un amor que dure totalmente y para siempre. Si se hace sí, se va bien y se va como Dios tiene previsto.

Un amor así no se improvisa, sino que exige una formación antes del matrimonio, y un conservarlo después. El “sí” dado el día del matrimonio hay que decirlo todos los días. Y como enseña el Papa Francisco, hay tres palabras que los matrimonios deben decirse continuamente: permiso, gracias y perdón.

Hoy en esta parroquia que tiene como titular a la Virgen del Rosario, vemos en ella a una mujer que acogió y cumplió esa palabra de Dios, siendo esposa y madre, una persona que vivió con el amor de Dios y en buen uso de la libertad.

Es una buena oportunidad para reflexionar sobre la figura de la Virgen para su gloria y sus enseñanzas para nosotros. La Virgen del Rosario la representamos como Madre de Jesús, que tiene en una mano a Jesús y en la otra un rosario, casi como enseñándonos que el Rosario, contemplando los misterios de la Vida de Jesús y recurriendo a ellos con las oraciones importantes y sencillas del padrenuestro, del avemaría y del gloria nos conducen con María hacia Jesús. El rosario es, pues, una buena oración y con ocasión de esta fiesta deseo recordar lo importante y conveniente que es recurrir al rezo del rosario.

Recuerdo que cuando era pequeño un día mi abuela me dio una moneda y me envío a casa de una mujer diciéndome que fuera y comprara un rosario; yo era un niño y no sabía lo que era eso pero fui y lo compré. A volver a casa se lo dí a mi abuela, creyendo que era algo para ella pero…no era así, mi abuela, que tantas cosas buenas me enseñó, me dio el rosario a mí y me enseñó a rezarlo, haciéndome aprender los misterios. Fue una de las muestras de amor, de buscar mi bien que mi abuela tuvo conmigo. Tantos años después, cuando cada día rezo el rosario, recuerdo aquel hecho y agradezco que en mi familia, buscando tantas cosas positivas para mí me enseñaran también el rezo del rosario.

El rosario es uno de los medios de oración cristiana que nos lleva con la compañía y la ayuda de la Virgen María, a contemplar el rostro de Cristo. San Juan Pablo II quiso potenciar y ayudar a que los cristianos recurramos a ese modo de oración. Así el 16 de octubre de 2002 publicó una Carta Apostólica dedicada al Rosario, en la que al inicio dice: “El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, ‘proclamar’ a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».

Efectivamente, en el Rosario, contemplando el misterio de Cristo mediante la referencia a las etapas de su vida, desde la concepción hasta su pasión, muerte y resurrección, nos ayuda a comprender más y mejor la verdad sobre el hombre. Contemplando el nacimiento de Jesucristo se aprende el carácter sagrado de la vida humana elegida por Dios, mirando la casa de Nazaret se conoce la verdad sobre la familia según el designio de Dios, viendo a Jesús en los misterios de su vida pública se encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios, y siguiendo los pasos hacia el Calvario, se comprende el sentido del dolor, de la pasión. Por fin, en los misterios gloriosos, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, se ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado a llegar si se deja guiar por ello.

El rosario no sólo se reza en las parroquias o en la soledad: es una oración de familia y por la familia: la familia que reza unida, permanece unida. A mí mi familia me enseño el rosario y por eso puedo decir que es hermoso y fructuoso confiar esa oración en el proceso de crecimiento de los hijos. Rezar el rosario por los hijos, y mejor aún con los hijos es una ayuda espiritual que no se puede minimizar.

Quiero acabar esa invitación a acoger el rosario acogiendo las palabras de un seglar italiano, promotor del Rosario, que en una oración decía: “Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida”.

Y hoy es también el Día de esta Parroquia. Un día para fomentar la conciencia de nuestra pertenencia a la Iglesia, concretada en la vinculación de cada uno a su propia parroquia.

Cada uno hemos sido llamados a ser miembros del Pueblo de Dios, un pueblo cuyos miembros han de estar unidos en el amor recíproco y que tiene el encargo de servir y transformar hacia el bien al mundo, con la ayuda y la luz del Evangelio.

En todo el año cada parroquia nos ofrece la celebración de la Eucaristía, el anuncio de la Palabra de Dios, la práctica de los Sacramentos, el ejercicio de la caridad. En cada parroquia se dan las catequesis de los niños que se preparan para recibir la Primera Comunión, de los jóvenes que se preparan para recibir el Sacramento de la Confirmación, la formación cristiana de las parejas que piensan contraer el Sacramento del Matrimonio en los próximos meses; los catequistas y responsables de evangelización adquieren su formación para ejercer del mejor modo posible su servicio, las actividades de las Caritas en cada parroquia promueven que el amor y la ayuda que Dios quiere dar y ofrecer llegue a través de los fieles.

La parroquia, una vez iniciada nuestra fe, la mantiene y fortalece. Formando parte de una parroquia, hemos de preguntarnos: ¿qué hacemos nosotros por los demás?

Cada uno de nosotros ha recibido dones de Dios y como nos enseña la parábola de los talentos (Mt 25, 14 y ss.) uno no debe guardar esos dones, sino que los debe hacer fructificar en el sentido por el cual Dios nos los hablado. Todos hemos recibido dones de Dios y por eso, cada uno puede aportar algo a los demás en la propia comunidad parroquia. Es viva y grande  una parroquia en la que todos colaboran: obreros, catequistas, miembros del coro, conservadores de los edificios, miembros de las asociaciones, etc.

Esta fiesta, pues debe provocar debe provocar en cada uno una reflexión de la pertenencia a la propia parroquia, reconocer con gratitud lo que hemos recibido de Dios y usarlo y ofrecerlo al
servicio de la comunidad parroquial. Por ello es una buena ocasión de preguntarnos: ¿en qué puedo servir y ayudar?

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