Este domingo, 17 de enero, es también la fiesta de San Antonio Abad. Los santos, como me gusta decir muchas veces, son personas que han vivido de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio, convirtiéndose así en maestros y modelos para la humanidad y, concluida su peregrinación en esta tierra, son poderosos intercesores a favor nuestro. Vamos a recordar, pues, algunas cosas de San Antonio, para que su vida influya en la nuestra, en la de cada uno, y él interceda por nosotros desde el Cielo.

Conocemos el relato de su vida, transmitido principalmente por la obra de San Atanasio, que nos presenta la figura de un hombre que crece en santidad y lo convierte en modelo de piedad cristiana. Nació en Egipto hacia el año 250, hijo de acaudalados campesinos. En su juventud, Antonio se sintió conmovido por las palabras de Jesús, que escuchó durante la Santa Misa: «Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo: ven después, y sígueme.» (Mateo, 11, 21).  Las Palabras de Dios no son para olvidarlas sino para ponerlas en práctica. Y eso es lo que hizo San Antonio.

Al morir sus padres, San Antonio entregó su hermana al cuidado de las vírgenes consagradas, distribuyó sus bienes entre los pobres y se retiró al desierto, donde comenzó a llevar una vida de penitencia y oración. Hizo vida eremítica en el desierto y después vivió junto a un cementerio, siendo testigo de la vida de Jesús que vence el temor a la muerte.

Tuvo muchos discípulos; trabajó en favor de la Iglesia, confortando a los confesores de la fe durante la persecución de Diocleciano, y apoyando a san Atanasio en sus luchas contra los arrianos. Una colección de anécdotas de su vida demuestra su espiritualidad evangélica clara e incisiva.

Murió hacia el año 356, en el monte Colzim, próximo al mar Rojo. Se dice que de avanzada edad.

La vida de San Antonio abad -la vida de oración, de penitencia, sacrificio, de ayuno, de caridad-, es una enseñanza para nosotros en nuestro siglo XXI, como lo ha sido siempre. San Antonio es una luz que ilumina, con la luz de Jesucristo, que señala y anticipa ya desde esta vida, a que busquemos otra vida, una vida gloriosa, la vida en la eterna bienaventuranza: la vida feliz en la contemplación de la Santísima Trinidad, en el Reino de los cielos.

San Antonio escuchaba la Palabra de Dios y la ponía en práctica. Y esa enseñanza debe ser algo que debemos imitar. Cada domingo, reuniéndonos para la celebración de la Santa Misa, en cada ocasión que tenemos de leer y meditar la Palabra de Dios sea en reunión con otras personas o sencillamente solos pero interesados, podemos ir viendo cómo organizar y disponer nuestra vida.

En este domingo el Evangelio de San Juan que hemos escuchado nos ha presentado el primer milagro de Jesús: es una epifanía, es decir, una manifestación de quién es Jesús. La primera epifanía la tuvimos el día de la fiesta de los Reyes Magos, la segunda el domingo pasado, con el bautismo de Jesús, y ahora, empezando el tiempo ordinario, tenemos esa otra epifanía, que nos quiere decir y dejar bien claro quién es Jesús. Hoy es una Epifania, una manifestación que nos muestra a Jesús con poder para hacer las cosas y las hace a favor y ayuda de los demás. No era preciso que hiciera ese milagro, pero haciéndolo dio felicidad a todos los presentes. ¡Cuantas enseñanzas para nosotros pueden venir de la lectura de este texto! Leyendo un texto Antonio se convirtió en Santo. Leyendo y practicando los textos podemos nosotros llegar a ser santos.

La presencia de Jesús en Caná manifiesta el proyecto salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa perspectiva, la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a la falta de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cierne a menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad, de la incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento ofrece a los esposos esta fuerza superior de amor, que puede robustecer su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias difíciles (Juan Pablo II).

La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserva un valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide.

Las palabras de María: «No tienen vino», nos invitan a meditar en la sensibilidad que deberíamos tener hacia las necesidades y carencias de los demás para contribuir por nuestra parte a llenarlas y presentárselas a Jesús.

Las otras palabras de la Virgen: «Haced lo que él os diga», nos inducen a la total confianza en Cristo como medio y camino necesarios para que Él obre en nosotros incluso lo extraordinario.

Las palabras de Jesús: «Llenad las tinajas de agua», nos indican que de ordinario Dios requiere nuestra colaboración, que hagamos lo que está de nuestra parte, aun cuando Él podría hacerlo todo sin necesitar de nosotros.

La contemplación de la gloria de Jesús, manifestada en este misterio, debe llevarnos a creer y confiar en Él, tanto más cuando contamos con la intercesión de su Madre.

Así pues, en las acciones de Jesús vemos su identidad y su específica misión. Y si nosotros estamos llamados a ser imitadores de Jesús, aquí se ha de ver también nuestra identidad y nuestra misión en el mundo y en la Iglesia, una identidad que es estar en relación con Dios y en relación con los demás, que son hermanos nuestros y que tenemos que ayudar y nunca causar daños ni abandonar o prescindir.

Jesús es Dios, y porque es Dios hace las cosas que tiene que hacer: durante toda su vida en esta tierra Jesús predicó e hizo milagros, perdonó e hizo obras de caridad, murió pero resucitó por obra del Espíritu Santo.

Y Jesús no cumple las cosas y basta, sino que cumple y enseña a que nosotros tratemos, con su gracia y nuestro deseo, de ser cómo Él. Y así quedamos consagrados a una misión que es la misma de Cristo: llevar al mundo la alegre noticia de la salvación, liberar al hombre de la esclavitud, pasar por la vida haciendo el bien.

Así lo hizo San Antonio, así nos corresponde hacer a nosotros. Importante es tener esto presente porque si alguien nos preguntara: ¿Por qué eres cristiano? la respuesta a esta pregunta tendríamos que darla más con los hechos con las palabras. Sí, somos cristianos porque hemos sido bautizados, pero ¿cuántos cristianos viven de acuerdo con lo que es el bautismo? El cristiano, después de su bautismo ha de tenerlo muy claro: vivir con Cristo y como Cristo y no sin Cristo o contra Cristo. El verdadero cristiano es aquel que tiene una perfecta unión entre la fe y la vida, entre las palabras y las acciones, entre lo que escucha de Dios y lo que hace.

Hoy en día en el mundo se cree más por lo que se ve. Por eso, nuestra fe en Dios tiene que manifestarse en nuestras obras, en nuestros hechos concretos. La fe pues tiene que ser probada, demostrada y no sólo dicha. Debe ser algo evidente y comprensible por todos. El mundo creerá si nosotros los cristianos ponemos en práctica los compromisos de nuestro Bautismo como hizo Jesús, como hizo San Antonio, como han hecho los santos, pues llamados a ser santos no son sólo algunos: somos todos.

Y hoy es también el Día de esta Parroquia. Un día para fomentar la conciencia de nuestra pertenencia a la Iglesia, concretada en la vinculación de cada uno a su propia parroquia. Cada uno hemos sido llamados a ser miembros del Pueblo de Dios, un pueblo cuyos miembros han de estar unidos en el amor recíproco y que tiene el encargo de servir y transformar hacia el bien el mundo, con la ayuda y la luz del Evangelio.

El servicio que está llamado a dar una parroquia es decisivo e insustituible. En todo el año cada parroquia nos ofrece la celebración de la Eucaristía, el anuncio de la Palabra de Dios, la práctica de los Sacramentos, el ejercicio de la caridad. En cada parroquia se dan las catequesis de los niños que se preparan para recibir la Primera Comunión, de los jóvenes que se preparan para recibir el Sacramento de la Confirmación, la formación cristiana de las parejas que piensan contraer el Sacramento del Matrimonio en los próximos meses; los catequistas y responsables de evangelización adquieren su formación para ejercer del
mejor modo posible su servicio, las actividades de las Caritas en cada parroquia promueven que el amor y la ayuda que Dios quiere dar y ofrecer llegue a través de los fieles.

La parroquia, una vez iniciada nuestra fe, la mantiene y fortalece. Formando parte de una parroquia, hemos de preguntarnos: ¿qué hacemos nosotros por la vida de la parroquia? ¿En qué colaboramos y qué aportamos?

Esta fiesta, pues debe provocar en cada uno una reflexión de la pertenencia a la propia parroquia, reconocer con gratitud lo que hemos recibido de Dios y usarlo y ofrecerlo al servicio de la comunidad parroquial. Por ello es una buena ocasión de preguntarnos: ¿en qué puedo servir y ayudar?

Que la celebración, pues, hoy, un año más de la fiesta de esta Parroquia nos ayude a todos a aprender más de San Antonio, a quererlo más y a ser miembros vivos de la Parroquia

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