Este pueblo, que tiene el nombre del obispo San Carlos, celebra hoy su festividad, su fiesta patronal, y es una fiesta que nos mueve a ver a San Carlos, a acoger su ayuda y sus enseñanzas, y siendo el día de la Parroquia, pues que esta Parroquia que lleva su nombre, se reafirme en su identidad, sus funciones y sus actividades. Vamos a considerar pues, estos dos aspectos: lo que San Carlos aporta a nuestra vida y lo que una parroquia, y en concreto está Parroquia esta llamada a ser.

El primer Obispo de Ibiza, Mons. Manuel Abad y Lasierra, creó por Decreto esta parroquia y la puso bajo la advocación y la titularidad de San Carlos. Se comenzó a construir en 1785. Desde entonces hasta nuestros días los fieles de esta parroquia han procurado tenerla en buen aspecto, prueba de lo cual es la última intervención que fue colocación del nuevo retablo hace unos años.

Y ¿quién es ese San Carlos al que se dedicó esta iglesia?

Es un santo, y como santo después de haber cumplido su misión en medio de la tierra, es ahora en el Cielo abogado nuestro e intercesor. Habiendo llevado una vida agradable a Dios, unido a Él en comunión perfecta de vida, puede ser eficazmente nuestro intercesor y obtenernos las gracias de las cuales tenemos necesidad, especialmente las de carácter espiritual. Y nosotros tenemos que aprender a invocarle frecuentemente, con fe, sintiéndonos cercanos a él.

En el Evangelio de San Juan que ha sido proclamado en esta celebración el evangelista nos ha presentado la figura de Jesús como un buen pastor que ama, cuida y protege a sus ovejas y las conoce una a una.

En la cultura de los tiempos de Jesús la figura del pastor es tierna, acogedora, cercana. Se preocupa por la oveja que se pierde. A la que por avatares de la vida anda descarriada, la busca, le da su tiempo y al final la atrae hacia el rebaño.

Jesús toma como referencia al pastor que cuando ve en peligro a la oveja, va y la ayuda, no la abandona a su suerte. Jesús, actuando como pastor que ama y quiere a sus ovejas, sabe que Dios nos ha ofrecido un mundo habitable, con lo necesario para todos, pero también nosotros somos corresponsables de que el mundo siga siendo habitable para todos.

Jesús nos llama a todos como Pastor, para que comprendamos que debemos fomentar la hermandad, la unidad, la paz, alejarnos de destruir por destruir o expoliar a los demás para nosotros tener más. Jesús, pues, desde su vocación nos da a cada uno una vocación, una manera de estar en el mundo ayudando y haciendo el bien por los demás, haciendo eso con la ayuda y las enseñanzas divinas. Así, Jesús nos marca el camino a seguir, por donde las ovejas debemos caminar,

Ante estas palabras de Jesús que hemos escuchado, nos podemos preguntar: ¿Hacemos caso de sus Palabras? ¿Cumplimos la vocación recibida allí donde estamos?

Una persona que cumplió esa y todas las palabras de Jesús fue San Carlos Borromeo, una persona cuyo nombre significa «hombre prudente»; una persona que fue extraordinariamente activa a favor de la Iglesia y del pueblo. Y todo ello desde las enseñanzas de la Palabra de Dios.

Era de familia muy rica. Su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. El consideró la muerte de su hermano como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado nos puede llegar la muerte y entonces tendremos que dar cuentas de lo que hemos hecho.

Carlos Borromeo renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y más tarde Arzobispo de Milán. Sus enormes frutos de santidad y sus actividades demuestran que fue una buena elección.

Como obispo, su diócesis era grande y reunía a los pueblos de Lombardia, Venecia, Suiza, Piamonte y Liguria. Había, pues, mucho que hacer y muchas personas pero Carlos Borromeo los atendía a todos. Su escudo llevaba una sola palabra: «Humilitas», humildad.  El, siendo noble y riquísimo, vivía cerca del pueblo, prívandose de lujos. Fue llamado con razón «padre de los pobres»

Para con los necesitados era supremamente comprensivo. Para con sus colaboradores era muy amigable y atento, pero exigente. Y para consigo mismo era exigentísimo y severo.

En una ocasión fue víctima de un vil atentado, mientras rezaba en su capilla, pero salió ileso, perdonando generosamente al agresor.

Fundó hasta seis seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios. También fundó 740 escuelas de catecismo con 3,000 catequistas y 40.000 alumnos Fue amigo de San Pío V, San Francisco de Borja, San Juan de Ribera, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino y de varios santos más.

Murió joven y pobre, habiendo enriquecido enormemente a muchos con la gracia. Muy joven, con sólo 46 años murió diciendo: «Ya voy, Señor, ya voy». En Milán casi nadie durmió esa noche, ante la tremenda noticia de que su queridísimo Cardenal arzobispo, estaba agonizando. En Arona, su pueblo natal, le fue levantada una inmensa estatua que todavía existe, un bellísimo monumento que invita la visita de tantos turistas y que deja bien clara, por su tamaño y su altura la grandeza de este hombre, de este ciudadano, de este cristiano y de este obispo.

San Carlos es un santo, y como santo después de haber cumplido su misión en medio de la tierra, es ahora en el cielo abogado nuestro e intercesor. Habiendo llevado una vida agradable a Dios, unido a Él en comunión perfecta de vida, puede ser eficazmente nuestro intercesor y obtenernos las gracias de las cuales tenemos necesidad, especialmente las de carácter espiritual. Y nosotros tenemos que aprender a invocarle frecuentemente, con fe, sintiéndonos cercanos a él.

Y cada uno de nosotros puede encontrar entre los Santos su modelo ideal de imitar, su guía preferencial. Los Santos, en efecto, pertenecen a todas las edades, estados de vida, condiciones sociales: hay santos que son sacerdotes o almas consagradas, pero también hay santos laicos, casados o solteros; hay santas madres y santos padres; santos jóvenes y santos ancianos; santos pertenecientes a familias de alto rango y santos de orígenes pobres; santos con cultura y otros sin ella, unos ricos y otros pobres; profesionales y obreros; santos que en la vida han buscado conservar la inocencia bautismal o que caídos en el pecado lo han rechazado para no estar lejos de Dios. Ninguno de nosotros puede decir que “en las condiciones de vida en que me encuentro me es imposible ser santo” porque la historia y la experiencia nos demuestran que en cualquier condición es posible alcanzar la santidad.

La celebración de la fiesta de San Carlos, pues, es algo que puede ser de ayuda para nuestra vida: nos enseña que la Palabra de Dios nos marca el comportamiento bueno, correcto, el que nos hace bien, nos hace felices a nosotros y hace felices a los demás. Así lo hizo San Carlos, así se nos presenta hoy y siempre ante nosotros; aprovechémoslo y que no sea un día más del año, sino un paso nuestro más hacia delante, pero hacia delante hacia donde debemos ir.

Y hoy es también el Día de esta Parroquia. Un día para fomentar la conciencia de nuestra pertenencia a la Iglesia, concretada en la vinculación de cada uno a su propia parroquia. Cada uno hemos sido llamados a ser miembros del
Pueblo de Dios, un pueblo cuyos miembros han de estar unidos en el amor recíproco y que tiene el encargo de servir y transformar hacia el bien al mundo, con la ayuda y la luz del Evangelio.

El Papa Francisco define la parroquia diciendo que “es la presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio de la caridad generosa, de la adoración y celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de la evangelización. Es una comunidad de comunidades”  (EG, 28).

El servicio que está llamado a dar una parroquia es decisivo e insustituible. En todo el año cada parroquia nos ofrece la celebración de la Eucaristía, el anuncio de la Palabra de Dios, la práctica de los Sacramentos, el ejercicio de la caridad. En cada parroquia se dan las catequesis de los niños que se preparan para recibir la Primera Comunión, de los jóvenes que se preparan para recibir el Sacramento de la Confirmación, la formación cristiana de las parejas que piensan contraer el Sacramento del Matrimonio en los próximos meses; los catequistas y responsables de evangelización adquieren su formación para ejercer del mejor modo posible su servicio, las actividades de las Caritas en cada parroquia promueven que el amor y la ayuda que Dios quiere dar y ofrecer llegue a través de los fieles.

La parroquia, una vez iniciada nuestra fe, la mantiene y fortalece. Formando parte de una parroquia, hemos de preguntarnos: ¿qué hacemos nosotros por la vida de la parroquia? ¿En qué colaboramos y qué aportamos?

Cada uno de nosotros ha recibido dones de Dios y como nos enseña la parábola de los talentos (Mt 25, 14 y ss.) uno no debe guardar esos dones, sino que los debe hacer fructificar en el sentido por el cual Dios nos los ha dado. Todos hemos recibido dones de Dios y por eso, cada uno puede aportar algo a los demás en la propia comunidad parroquial. Es viva y grande  una parroquia en la que todos colaboran: obreros, catequistas, miembros del coro, conservadores de los edificios, miembros de las asociaciones, etc.

Esta fiesta, pues debe provocar en cada uno una reflexión de la pertenencia a la propia parroquia, reconocer con gratitud lo que hemos recibido de Dios y usarlo y ofrecerlo al servicio de la comunidad parroquial. Por ello es una buena ocasión de preguntarnos: ¿en qué puedo servir y ayudar?

Que la celebración, pues, hoy, un año más de la fiesta de esta Parroquia nos ayude a todos a aprender más de San Carlos, a quererlo más y a ser miembros más vivos de la Parroquia.

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