Celebramos hoy la fiesta de San Jorge, vuestro patrón y titular de este templo parroquial, cuyos orígenes se remontan al  siglo XIV, cuando existía como templo fortaleza, que fue sustituido por el templo actual que se remonta al siglo XVI, hacia el año 1577. Como la mayor parte de las parroquias de nuestra diócesis, fue erigida por el entonces Obispo de Ibiza, Mons. Manuel Abad y Lasierra, conservando el título de San Jorge.

Como tantos edificios de la Iglesia en nuestras Islas de Ibiza y Formentera, fue declarada BIC, reconociendo así como la Iglesia, con la acción y colaboración de todos sus miembros, edifica y mantiene digna y artísticamente sus edificios para gloria de Dios y bien de las almas, para disfrute de los visitantes y para acogida de todos los que lo necesitan, transmitiendo la fe, animando la esperanza, promoviendo el ejercicio de la caridad.

San Jorge es un santo que ha influido mucho en la vida de la Iglesia, desde los primeros siglos. Muchos países de Europa lo tienen como Patrón, por ejemplo en Inglaterra hoy es su mayor fiesta sólo comparable a la Navidad. En España es muy venerado en Aragón, en Cataluña y en la Comunidad Valenciana.

Los datos que tenemos de San Jorge, muchas veces con añadidos de leyendas piadosas, nos dicen que fue un soldado romano, después mártir y más tarde declarado santo cristiano. Se le atribuye haber vivido entre 275 o 280 y el 23 de abril de 303. Romano, tras la muerte de su padre, que era oficial del ejército romano- se trasladó con su madre Policromía hasta la ciudad natal de ésta: Lydda -actual Lod (Israel)-. Allí, Policromía pudo educar a su hijo en la fe cristiana y poco después de cumplir la mayoría de edad se enroló en el ejército. Debido a su carisma, Jorge no tardó en ascender y, antes de cumplir los 30 años fue destinado a Nicomedia como guardia personal del emperador Diocleciano (284-305).

En 303, el emperador emitió un edicto autorizando la persecución de los cristianos por todo el imperio, que continuó con Galerio (305-311), Jorge, que recibió órdenes de participar en esa persecución, confesó que él también era cristiano y Diocleciano ordenó que le torturaran, aunque esa tortura no tuvo éxito: se mantenía firme en la fe. Por ello, se ordenó que se le ejecutara. Fue decapitado frente a las murallas de Nicomedia el 23 de abril de 303.

Las imágenes de San Jorge, como aquí lo veneramos, nos presentan a San Jorge como vencedor de un dragón. Está ello basado en una leyenda del siglo IX. Con esta imagen se nos presenta todo un proyecto y un compromiso cristiano: Jorge sería el creyente, el caballo blanco la Iglesia y el dragón representaría el paganismo, la idolatría, la tentación y Satanás.

Quisiera destacar el hecho de que San Jorge fue mártir, es decir, aquel que pone como primera acción de su vida confesar la fe la verdad del Evangelio. Sea como sea y no disimularla, aunque sea perseguido por ello. En este sentido, todos hemos de tener ese convencimiento: vivir siempre a la luz de la verdad del Evangelio.

Para unos, como San Jorge, ello les supondrá que los enemigos de siempre, los dominados por el demonio le quitarán todo lo que puedan, incluso la vida temporal. La persecución a los cristianos, a los discípulos de Jesús ha existido siempre. Fue perseguido, condenado y muerto Jesús; antes de Él, Juan el Bautista quien le había manifestado como el Hijo de Dios, después el primer mártir cristiano, San Esteban, después siempre mártires a lo largo de los siglos hasta llegar a nuestros días. Por citar dos tristes ejemplos recientes: el del Jueves Santo en Kenia, donde se mataron a 150 estudiantes cristianos de este año. Y la semana pasada, cuando en camino en una barca hacia Italia, unos emigrantes lanzaron al mar a otros doce emigrantes… porque eran cristianos. El martirio forma parte del Cuerpo de Cristo ahora y siempre.

En cualquier caso, siguiendo a Cristo hemos de vivir, día tras día, buscando la gloria de Dios y el servicio a los hermanos. Y si el mártir por nada se ha separado de Dios, estamos todos, pues, llamados a ser en cierto sentido mártires, o sea, tan unidos a Dios que nada nos pueda separar de Él, de su luz, de su enseñanza, de su amor. Hemos de estar tan unidos a Dios, por medio de Jesucristo, viviendo en la Iglesia que nada nos aparte de ahí. Como nos enseña San Pablo en la Carta a los Romanos, (Cfr. 8,35-39); “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?… En todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado? Por eso estoy convencido de que nada podrá separaros del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor”.

Y ese Jesús, al que se adhirió San Jorge, al que también nosotros estamos llamados a adherirnos, ¿Quién es? ¿Qué podemos decir de Él?

Unos decían que era el hijo del carpintero, otros el hijo de María, y que era de Nazaret, un pueblo del que decían que no podía salir nada bueno.

Pero en cuanto Jesús apareció ante Juan el Bautista cerca del Río Jordán, éste exclamó: “He ahí el Cordero de Dios…”. Le da un título que puede parecer extraño, pero es la afirmación de que como el cordero salvó al pueblo de Israel en Egipto, así Jesús salva al mundo del pecado. Y el Bautista dice más: “Es el Hijo de Dios” (Cf. Jn 1,34). Cuando Andrés, que era uno de los discípulos de Juan, al comunicarle a su hermano Simón la persona que había encontrado, se lo dice muy claro y convencido: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41).

Un día el mismo Jesús les preguntó sobre Él mismo a sus discípulos en la región de Cesárea de Filipo. Les pregunta no para informarse de lo que se piensan, sino para estimularles a precisar el concepto que se habían hecho de Él. Recordad el coloquio: ¿Quién dice la gente qué es el Hijo del hombre?”, que era el nombre que Jesús mismo se daba. Y después de las respuestas de diversos grupos de gente, acerca de Él, les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?, a lo que respondió en nombre de todos Pedro, inspirado por Dios: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”(Mt 16,13-16). Y esa confirmación de quien es Jesús la hará el Padre el la Transfiguración del Monte Tabor, cuando diga “Este es mi Hijo amado, el predilecto, aquel en quien me he complacido: escuchadlo” (Mt 17,5).

Los evangelistas, recogiendo todas las obras que Jesús ha hecho sobre la tierra, van dándole títulos, nombres, definiciones a Jesús, y así van aclarando, definiendo y presentando quién es. Títulos como el Maestro, el Hijo de David, el agua viva (Jn 4,10), el pan bajado del cielo (Jn 6,41, la luz del mundo (Jn 8,12), la puerta de la salvación (Jn 10,9), el buen Pastor que cuida de sus ovejas (Jn 10,11), la resurrección y la vida (Jn 11,25), el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).

En el final de la vida temporal de Jesús, precisamente en el instante decisivo del proceso Jesús es declarado reo de muerte (Mt 26,44) porque afirma que es el Cristo, el Hijo de Dios (Mt 26,53). Y mientras muchos lo han acusado, uno que era ateo, un centurión, nos lo cuenta San Marcos, que estaba de pie frente a Jesús cuando estaba en la cruz, dijo al ver como expiró: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. (Cf. Mc 15,39)).

¡Cuantas otras afirmaciones y testimonios podríamos citar! A la experiencia de los Apóstoles y de los discípulos, recogidas en la Palabra de Dios están las experiencias de tantos santos, de tantos cristianos, pueden estar también las nuestras. Jesús es Dios, es el Hijo de Dios que está con nosotros.

¿A qué nos tiene que mover esta reflexión?

En primer lugar a instruirnos siempre y cada vez más sobre Jesús, teniendo afecto e interés por su Palabra difundida en la predicación, en la formación, en la catequesis, en el recurso a los libros adecuados. Hoy Jesús ordinariamente se nos revela con el anuncio de su palabra. Seamos valientes y buenos escuchadores de la misma, deseosos de aprender cada vez más sobre Él.

Y con la escucha de su Palabra nos viene el siguiente paso que es amarle. El que lo ama lo conoce de la mejor manera y se relaciona con Él. Como nos cuenta el Evangelio de San Juan, Jesús, a la pregunta que le hicieron sobre su manifestación, dijo a los suyos: “Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que oís no es mía, sino del Padre que me envió.…” (Jn 14,23-24).

Queridos hermanos y hermanas, fieles de esta Parroquia y amigos que les acompañáis en el día de su fiesta Patronal, como Padre y pastor de esta Iglesia diocesana, como sucesor de los Apóstoles, mi deseo es que tengáis siempre el encuentro cotidiano con Jesús con una vida cristiana, como fue la de San Jorge, de forma que nada ni nadie os aparte de ello y así que todos podamos ver a nuestro Salvador en su plenitud: en su humanidad como la nuestra y en su Divinidad, será nuestra gloria, nuestra felicidad eterna, nuestro Paraíso, para el cual nos vamos preparando con nuestras obras en la tierra. Que San Jorge que fue así, os estimule y ayude en ese camino.

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