El recuerdo y la celebración de las fiestas de los santos son siempre para nosotros un motivo de gozo y un estímulo. Porque ellos supieron ser fieles a la llamada de Dios. Y todos nosotros estamos también invitados y llamados por Dios a la santidad, a vivir con fidelidad nuestra vida.

En el interior de este tiempo cuaresmal, celebramos hoy la fiesta de san José. Es muy poco lo que los evangelios nos dicen de él. Su vida no sobresale ni destaca por su espectacularidad, sino por su fidelidad.

José es para nosotros un ejemplo. Podemos descubrir en su vida unas actitudes profundas que deberían ser también nuestras actitudes. Así, pues, celebramos hoy la fiesta de San José, titular de esta Parroquia, Patrón de la Iglesia universal, y sobre todo, un gran maestro como le corresponde ser a cada padre y también una persona que escucha, acepta y cumple la voluntad de Dios, la Palabra de Dios. Y siendo un gran maestro, en este día de su fiesta, viendo su imagen, meditando sobre las enseñanzas que sobre él nos da el Evangelio, llevando su imagen por las calles del pueblo, sea eso una ocasión para acoger el maravilloso ejemplo que nos da para que seamos, como Él, personas que escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica por encima de todo, sabiendo que si se cumple la Palabra de Dios se hace el bien, y si se deja de lado la Palabra de Dios no se hace el bien.

Fijémonos hoy en esta figura tan querida y cercana al corazón de la Iglesia, a cada uno y a todos los que tratan de conocer los caminos de la salvación, y de caminar por ellos en su vida terrena

Dios confía a José el cuidado de su persona humana, cuya venida había esperado desde hacía muchas generaciones la estirpe de David y toda la «casa de Israel», y a la vez le confía todo aquello de lo que depende la realización de este misterio en la historia del Pueblo de Dios. Desde el momento en que estas palabras de Dios a través del Arcángel llegaron a su conciencia, José asume el encargo, la vocación que Dios le da con la sencillez y humildad, en las que se manifiesta la profundidad espiritual del hombre; y él lo llena completamente con su vida. «Al despertar José de su sueño –leemos en Mateo-, hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). En estas pocas palabras está todo. Toda la decisión de la vida de José y la plena característica de su santidad. «Hizo». José, al que conocemos por el Evangelio, es hombre de acción. Es hombre de trabajo.

Así es la actividad de José, así son sus obras; él está con María, la acompaña en el período precedente al nacimiento de Jesús, en las circunstancias de la Navidad en Belén. Luego vemos a José en el momento de la presentación en el templo y de la llegada de los Reyes Magos de Oriente. Poco después comienza el drama de los recién nacidos en Belén. José es llamado de nuevo e instruido por la voz de lo Alto sobre cómo debe comportarse. Emprende la huida a Egipto con la Madre y el Niño.

Después de un breve tiempo, el retorno a la Nazaret natal. Finalmente, allí encuentra su casa y su taller, adonde hubiera vuelto antes si no se lo hubiesen impedido las atrocidades de Herodes. Cuando Jesús tiene doce años, va con él y con María a Jerusalén.

En efecto, el Evangelio de San Mateo que hemos escuchado nos ha presentando que «La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo«. Esta es la situación en la que se encuentra José. Y también el Evangelio nos dice que «era justo«.

Si San José no fuera justo ese hecho, que era una voluntad de Dios para nuestra salvación se hubiera convertido en origen de problemas y desastres.

José, con una mentalidad humana puede pensar: “María me ha traicionado; por eso  no seguiré con ella, me separaré de ella”. San José demostró ser justo porque supo respetar el misterio de una vida que nacía en su esposa sin su cooperación. Pero a esa justicia, propia de una persona buena, como nos ha dicho el Evangelio, se le añade una explicación por parte de Dios a través del Arcángel: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Y ante esa acogida de la Palabra de Dios, San José era justo y bueno porque no dudó de la fidelidad de su esposa. San José era justo delante de Dios porque posiblemente veía en todo ello la mano de Dios y no quiso poner sus manos en aquella que había sido elegida por el Señor. San José fue justo y respetuoso ante la vida, que siempre es un misterio, y ante el misterio insondable de la Vida que nació por la fuerza del Espíritu Santo.

Si San José no hubiera cumplido el encargo de Dios, cuidando de María, tal vez ésta sería condenada. En efecto, en la legislación hebrea si una mujer tenía un hijo fuera de su matrimonio, era condenada a muerte. Tenemos el caso que nos cuenta Juan 7,53-8,11: aquella mujer adúltera que iba a ser apedreada. Ese podía haber sido el final de María, que cumpliendo la Palabra del Señor hubiera sido abandonada por José.

Cumple el encargo con María y cumple el encargo de cuidar de Jesús: lo llevó a Egipto cuando Herodes quería matar a los niños, Lo cuidó siendo evangelizador del niño: presentándolo en el templo, que es lo que celebramos cada año en día de la Candelaria, lo llevaba al templo todos los años.

En definitiva, San José creyó en la Palabra de Dios y la puso siempre en práctica, consciente de que debe ser así, que eso es lo que hace bien a uno mismo y a los demás. Con el cumplimiento de la Palabra de Dios se cumple la misión que Dios nos encomienda a cada uno.

Por eso, ante su figura, con sus ejemplos, preguntémonos nosotros: ¿Vivimos, como san José, atentos a la voz de Dios? ¿Como escuchamos el Evangelio?  ¿Escuchamos con fe y con amor?  ¿Vivimos de la palabra que procede de la boca de Dios? ¿Dejamos que su Palabra se  haga carne en nuestra carne y se exprese en nuestras obras? ¿Estamos al servicio del Evangelio? ¿cómo lo anunciamos? ¿Qué señales acompañan  nuestras buenas palabras? ¿Prestamos oídos a la voz de Dios que se insinúa en los signos de los tiempos?  ¿Vivimos con fe los acontecimientos de la vida y de cada día? ¿Cómo respondemos a la voz de Dios que nos interpela en las necesidades de los  hermanos más pequeños? ¿Responde nuestra caridad a nuestra fe? ¿Somos fieles y justos  como san José?

Todos y cada uno de nosotros somos también llamados por Dios. También a nosotros Dios nos llama y encarga algo, como hizo con San José.

Tenemos cada uno un lugar y una misión irremplazables en el plan de Dios. Debemos tener un espíritu atento para saber descubrir en nuestro trabajo y en nuestra familia, en nuestros ambientes y en nuestra comunidad las llamadas que Dios nos dirige a asumir, nuestra responsabilidad y nuestros compromisos.

Debemos tener también un corazón generoso que nos haga avanzar con decisión para hacer de nuestra vida una respuesta fiel y generosa a la llamada de Dios.

Que San José nos bendiga con su Hijo. Pidámosle que nos enseñe a orar, que nos conceda un trato cariñoso con Jesús y con el Jesús que está escondido en cada hermano.  Que San José cuide de nuestra fe y de nuestras virtudes, como cuidó de la vida de su Hijo, Jesús.

Que así sea

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