Un año más, tenemos la suerte y la alegría de reunirnos con ocasión de la fiesta de San Juan para celebrar la Santa Misa, escuchar la Palabra de Dios, acercarnos a Jesús a través de la sagrada comunión y admirar la figura de San Juan, un personaje grande e importante: Jesús dijo de él que era el mayor hombre nacido de una mujer, fue un gran evangelizador, animando a las personas a dirigirse hacia Jesús, pero no sólo eso: una persona dedicada gustosamente a servir y ayudar a los demás, héroe ante las cosas difíciles sin echarse atrás por ello; y por hacer todo eso bien, como corresponde, es santo, es decir, persona cuya historia nos enseña que cumplió lo que Dios esperaba de Él, que Dios le acogió en el cielo acabada su etapa de estar en la tierra, y desde entonces es para nosotros ejemplo a seguir, intercesor de nuestras oraciones y ayuda en nuestros buenos proyectos.

         Nos reunimos en este templo parroquial dedicado a esta figura de San Juan, una iglesia que fue autorizada a construirse en 1726 por el Arzobispo Manuel de Samaniego y Jaca, primero Arzobispo de Tarragona (1721-1728) y después de Burgos (1728-1741), que visitando en 1726 nuestras Islas Pitiusas, que entonces pertenecían a Tarragona, acogió la petición que le hicieron los vecinos de Labirtja y de la Venda des Marins, que expusieron que quedaban distantes para asistir ellos a los cultos religiosos en San Miguel o en Santa Eulalia. Con la aportación de todos en 1732 ya estaba construido este templo, considerado vicaria de la Parroquia de Santa María, de Vila y en 1785 fue declarada Parroquia por el Obispo Manuel Abad y Lasierra.

       Y el tempo fue dedicado a uno de los más granes hombres creyentes, cristianos y evangelizadores, una persona con una vida ejemplar, con una intensa piedad religiosa, una prudencia y servicio generoso.

        San Juan nació seis meses antes que su primo Jesús de Nazaret, como podemos ver en el Evangelio de San Lucas. Así, hoy, seis meses antes de la Navidad celebramos la fiesta del Nacimiento de Juan. La Iglesia primitiva, organizando el calendario de los cristianos para la celebración de los grandes acontecimientos, el recuerdo de los santos y la potenciación de la vida religiosa colocó la celebración del nacimiento de Jesús en invierno y el nacimiento de San Juan en el solsticio de verano. Cuando se organizaron estas celebraciones religiosas en esta época ya había fiestas populares, y siendo cosas buenas cuando se viven y celebran bien, como corresponde, se incorporaron y asumieron por la vida cristiana. Y así, están unidos el recuerdo y la celebración de San Juan Bautista, la fiesta popular del inicio del verano, las hogueras, la felicitación de todos aquellos que celebran su onomástico… Como dice un refrán: “Todo es bueno para el que está en gracia de Dios y cumple su Palabra.

         Vamos a fijarnos en este hombre, al que se le puso de nombre Juan, palabra que significa “fiel a Dios, persona a la que Dios concede su favor”, un santo que jugó un papel importante en la vida de Jesús y que ha sido tan popular entre el pueblo cristiano en estos XXI siglos. Importante porque la Iglesia nos lo pone delante en dos ocasiones del año: su nacimiento, hoy, y su martirio el 29 de agosto. ¡En el calendario general de la Iglesia solo se celebran tres nacimientos: el de Jesús, el de la Virgen María y el de Juan! Y lo mismo vemos con Jesús: su nacimiento en diciembre y su pasión en Pascua. Y en la Virgen su nacimiento el 8 de septiembre y su muerte y Asunción el 15 de agosto.

       Lucas, en su Evangelio, antes de hablarnos de su vida y de su predicación, nos habla de su nacimiento, que es lo que hoy ha sido proclamado y lo que hoy celebramos.

        Dios mostró su amor, como lo hace con todos sin excepción, con los padres de Juan: Zacarías e Isabel. Ellos querían tener un hijo y no lo lograban. Pero Dios se lo aseguró y les ayudó.

        Por eso, en las lecturas y en las oraciones de la Misa de hoy se nos habla de “alegría”. Si siempre el nacimiento de un niño es causa de alegría, lo fue especialmente en este caso porque con él se prepara y de algún modo se inicia la gran revelación de amor de Dios que es Jesucristo, expresión de la misericordia del Padre. Así, está fiesta ha de ser para nosotros una fiesta de alegría: el recuerdo y la celebración del Nacimiento de Juan ha de ser para nosotros ocasión de recordar y celebrar que “Dios concede su favor”, que Dios nos muestra y comunica su amor hacia nosotros. El Dios creador, el Dios salvador es siempre un Dios que comunica amor y misericordia.

        A San Juan lo distinguimos de otros con ese nombre añadiendo el calificativo de “Bautista”. Bautista porque bautizaba, con un rito que animaba a la conversión hacia Dios. La necesidad de la conversión es también una necesidad nuestra, algo que tenemos que buscar, es decir, que hemos de ser consciente de que Jesús está con nosotros.

      Esta fiesta, pues, de San Juan Bautista ha de ayudarnos a abrir cada vez más nuestro corazón, toda nuestra vida, al favor de Dios, al amor de Dios que se nos manifiesta en tantas cosas, especialmente en Jesús, que está presente y actuante en la Eucaristía para que nosotros hagamos un paso más para vivir en comunión profunda con Él.

       En su vida de predicador en el desierto preparó al pueblo judío a que acogiera al Mesías, que fueran sus discípulos, que cumplieran su palabra. No se paró ni se hizo atrás ante las dificultades, los problemas, las persecuciones –una de ellas causó su martirio-  y nada de eso pudo hacer callar su voz profética. Sus palabras llegaban al interior de las personas y les decía: “Convertíos”. Con sus enseñanzas hacia tomar conciencia de la maldad del pecado, preparando los corazones de sus discípulos para el perdón.

        A San Juan le decimos el “Precursor”, es decir, el que lleva las personas hacía Jesús, facilitándoles el encuentro. Con sencillez les decía: “No soy yo lo que vosotros pensáis». Después de í viene otro de quien no soy digno de desatar la sandalia de los pues. Y al final, desapareció en su martirio sin hacer ruido u convencido de que “conviene que Él, Jesús, crezca y yo mengue”

         Celebrando, pues hoy si fiesta, y mirándonos en su figura podríamos plantearnos hoy unas preguntas muy serias. Porque también cada uno de nosotros ha recibido una misión que no puede ser reemplazada por nadie más. El don de la fe que hemos recibido es al mismo tiempo una responsabilidad.

         ¿Hasta qué punto sabemos aproximarnos a las angustias y aspiraciones de quienes están a nuestro lado? Quizás muchas veces estamos alejados de los demás y entonces nuestra palabra resulta fría e impersonal, incapaz de hallar eco alguno en quienes nos rodean, incapaz de hacer mella, como un cuchillo mal afilado.

        Cuantas más barreras haya entre nosotros y los demás, más difícil nos será contagiar algo, y menos aun la fe.

         ¿Somos conscientes de que nuestra misión, como la de Juan, es la de facilitar a los demás el encuentro con Jesús o bien damos una impresión excesiva de predicarnos a nosotros mismos? ¿Cuál es nuestra postura cuando la situación se vuelve adversa? ¿Somos capaces en estos momentos de mantener una actitud valiente, constante y decidida o nos echamos atrás dejándolo para otra ocasión más propicia y menos comprometida? ¿Cómo llevamos a término, en definitiva, la misión que nos ha sido confiada?

        Hermanos: alegrémonos en la fiesta de san Juan. Demos gracias a Dios en esta eucaristía por su testimonio y pidámosle que sepamos cumplir con fidelidad y con sencillez la misión que El nos ha encomendado. San Juan recibió un encargo  de parte de Dios y hoy celebramos el inicio de su vida, una vida que lo llevó a santidad, es decir, al premio por haber cumplido todo lo que le fue encargado. Nosotros, cada uno, ha recibido una vocación, un encargo, que como Él lo cumplamos aquí en la tierra y como Él llegaremos al cielo

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