FIESTA DE SANTA CRUZ  Parroquia de Santa Cruz  14 de septiembre de 2017

En toda la Iglesia católica hoy, de una forma especial entre nosotros en esta parroquia, se celebra una fiesta de la Santa Cruz. Celebrando esta fiesta, acogemos el misterio de la Cruz y tratamos de acoger enseñanzas para nuestra vida. 

Cuando entramos en este templo y dirigimos nuestra mirada hacia el lugar principal, el altar, vemos la imagen de la Cruz que la preside, y la Cruz nos deja para nosotros un mensaje maravilloso: el mensaje de que Dios es amor; que en consecuencia actúa con misericordia y caridad con todos, y así lo hizo Jesús cuando estuvo unas horas clavado en la cruz. 

Mirando, pues, la Cruz nos ha de venir a la cabeza, al pensamiento y en consecuencia después a nuestras obras, las palabras que allí dijo Jesús. Son unas palabras que recuerdan y cumplen lo que Jesús había dicho y hecho en los tres años anteriores a esa presencia suya en la Cruz. En la Cruz de Jesucristo Dios nos manifiesta su amor. Las palabras, del Evangelio según san Juan que meditamos hoy brevemente siguiendo la Liturgia de la Santa Misa para este día, son un comentario de Nuestro Señor a Nicodemo, hablándole de la vida que quiere Dios para los hombres, y que Jesús nos conseguiría con su muerte y resurrección. 

Cuando nosotros leemos la Palabra de Dios en la Biblia, cuando la escuchamos en las celebraciones de la Misa, cuando se nos habla de ella, se ve siempre que Dios es amor, que Dios ama a todos, que Dios no busca el mal para nadie, sino que desea el bien para todos, sin excluir a nadie. Y la cruz es una expresión maravillosa y estupenda de ese amor de Dios. 

Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona reveló la misericordia de Dios» (Papa Francisco, Bula de convocación del Jubileo de la Misericordia, 1). 

Mirando, pues, la Cruz nos viene a la cabeza, al pensamiento las palabras que el protagonista principal de la Cruz, Jesús de Nazaret, pronunció en las horas que estuvo clavado en ella. 

Son unas palabras que recuerdan y cumplen lo que Jesús había dicho en los casi tres años anteriores a su presencia en la Cruz. En efecto, Jesús pasó por el mundo haciendo el bien y nunca el mal, buscando siempre el bien de cada persona, sin excluir a nadie, practicando el buen amor, la misericordia y eso nos alegra cada vez que lo contemplamos. Y en la Cruz Jesús no cambia, sino que sigue siendo el mismo : el que perdona, el que facilita ir a la vida eterna, el que nos confía a la protección del Padre, el que disfrutando de la presencia, cercanía y compañía de su Madre María de Nazaret nos la da a todos como madre nuestra. 

¿Qué se siente encontrándonos bajo los brazos abiertos de Jesús en la Cruz? Se siente su amor, sentimos que nos ama, casi casi podemos escuchar su voz que nos dice: «Mírame, veas que no te he amado solo de palabras, no te he amado de broma, te he amado en serio, con hechos, hasta dar mi vida terrena por ti».

Él sabía que el amor exige dar la vida. Como decía a sus apóstoles y nos lo recuerda San Juan en su Evangelio, en la parte de la noche del primer Jueves Santo, «Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los amigos». Y por eso llega hasta el final, pues como también nos dice San Juan en su Evangelio al empezar la narración de ese Jueves Santo: «Después de haber amado a los suyos en el mundo, los amo hasta el extremo».  

Jesús en la cruz habló de modo elocuente. En la cruz se revela la respuesta de Dios al pecado del mundo. Jesús muere en la Cruz diciendo: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). La misma Cruz que revela el poder del pecado, se ha convertido en fuente de donde brotan las palabras del perdón. La lógica de Dios no es la lógica del mundo: cuando mayor ha sido el pecado del mundo, con más claridad nos ha manifestado Dios su disponibilidad para el perdón. 

Bastan una mirada de fe al Crucificado y una breve suplica para que Jesús abra al ladrón arrepentido las puertas del Paraíso (cf. Lc 23,39-43). Pablo comenta el significado profundo de esta contradicción: «Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia» (Rom 11,32)

¿Qué amor, que misericordia tuvo Jesús en la Cruz? Ese amor y esa misericordia hemos de practicarla también nosotros para efectivamente amarnos unos a los otros como El nos ha amado y sigue amándonos. Jesús fue hacia la cruz condenado por acusarle de un mal, un mal falso porque él solo hizo el bien; podría haberse opuesto, pues siendo Dios tiene todo el poder pero no se echó atrás ante esa condena injusta que le pusieron porque El no había hecho mal a ninguno, sino a todos bien;  

Desde la Cruz Jesús  nos enseña que no tengamos miedo a nada, que seamos fuertes haciendo lo que tengamos que hacer para el bien de los demás, especialmente los más necesitados. 

Tengamos siempre presentes las frases de Jesús en la Cruz.

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»: no pide al Padre que los castigue, sino que los perdone. La Cruz es expresión del perdón de Dios. La misma Cruz que es manifestación del pecado de algunos, se convierte en fuente de donde brotan las palabras del perdón. Cuando más grande ha sido el pecado del mundo, con más claridad nos demuestra Dios su disponibilidad para el perdón.  

Al pie de la Cruz, con el amor y estima que le ha tenido siempre está la Virgen María acompañada de San Juan y así Jesús, amando como siempre a su Madre y a la humanidad, le dice: «Mujer ahí tienes a tu hijo….Hijo ahí tienes a tu madre.». Y así, desde entonces su Madre es madre espiritual nuestra. Una fortuna grande para nosotros poder contar con la ayuda y la protección de la Virgen María. 

La última frase que se le atribuye a Jesús «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» es una enseñanza de la confianza que debe tener el cristiano ante la entrada en el mundo espiritual. 

El hecho de que Jesús fue colocado por falso castigo en la cruz comenzó inmediatamente a dar frutos. El centurión que mandaba el piquete de ejecución, al ver como había expirado Jesús, exclamó: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. La muchedumbre que había acudido al espectáculo, «al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose en el pecho» (Lc 23,48). El fruto de la Cruz es el arrepentimiento, que nace de la mirada de la fe y amor de Cristo y la nueva vida que brota del costado abierto del Salvador. 

Que esta fiesta de la Santa Cruz nos ayude a aprender con claridad y fuerza lo que la Cruz fue para Jesús, y en consecuencia lo que la Cruz ha de ser para nosotros. Que entrando cada vez en este templo y viendo la imagen de la Cruz, ello nos mueva a cumplir en nuestra vida lo que cumplió Jesús en su vida terrena y en la Cruz. La conclusión de ello fue la resurrección, la vida eterna, la entrada para siempre en el cielo. Si nosotros lo hacemos, tendremos también ese cumplimiento. Que esta fiesta nos mueva a ello. 

Después de esta Misa tendrá lugar la procesión, un acto también importante para que el mensaje de la Cruz no se quede solo aquí dentro, sino que llegue también a las otras personas. Que las personas que nos vean, pues, vean que tratamos de actuar y hacer las cosas como las hizo Jesús, de lo contrario la procesión no sería efectiva. Que llevando, pues, la Cruz y honrándola vivamos su mensaje y transmitamos lo a los demás ahora y por siempre. 

Celebramos, pues, esa Cruz en el día de hoy. Y damos gracias a Dios, a través de Santa María, su Madre y Madre nuestra, porque nuestras penas y dolores -unidos a la Cruz de Cristo- pueden ser ocasión de alegría eterna, por voluntad de Dios. 

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