Este pueblo, que tiene el nombre de la Virgen María, Madre de Jesús, celebra hoy, día en el que toda la Iglesia celebra la festividad del Nacimiento de la Virgen María, su fiesta patronal, y es una fiesta que nos mueve a ver María, a aprender de ella, y que la Parroquia que lleva su nombre, se reafirme como parroquia, Vamos a considerar pues, estos dos aspectos: lo que María es y nos enseña, y lo que una parroquia, y en concreto está Parroquia esta llamada a ser.
¿Qué nos aporta el nacimiento de la Virgen María? La oración del inicio de la Misa nos ha dicho “Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento”. Es decir, las primicias de la salvación la hemos recibido de la persona de la Virgen María en su maternidad. Y fue madre de Dios porque nació de esa manera, por obra del Espíritu Santo en el seno de Maria.
María nació inmaculada, es decir que nació sin el pecado original y su cuerpo preservado de la descomposición y glorioso como el de Jesucristo. Con esa condición Ella ha podido ser la que ha llevado en su seno al Señor.
Pero no ha estado unida al Señor sólo en el tiempo de la maternidad, sino siempre; Dios ha querido que estuviese unida a su Hijo en la obra de la redención. Siempre ha estado adherida a Él; con Él estuvo en el Calvario, de Él ha recibido el Espíritu Santo. El Nacimiento de la Virgen, pues, es el inicio de lo que la gracia de Dios hace.
Y eso, ¿en qué puede influir en nosotros? El Concilio Vaticano II de forma sublime nos dice que “la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (Sacrosantum Concilium, 103)Y también: “La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor” (Lumen Pentium, 68).
La Virgen, pues, es ya aquello que la Iglesia, cada uno de nosotros, está llamada a ser. Viéndola a Ella podemos aprender cómo hemos de ser, qué es lo que nos espera, porque la vida con Jesús lleva a la vida eterna, teniendo confianza de que ese es también nuestro destino.
Ella, pues, nos anima a:
– Tener fe, como Ella, a creer en la Palabra de Dios, como le reconoce Santa Isabel cuando lo recibe y le dice: “Dichosa tú que has creído” y así sirve para nosotros que seremos dichosos si creemos.
– Cumplir, como Ella, la voluntad de Dios en todo. Ella le respondió al Ángel Gabriel: “Hágase en mí según tu palabra”, diciendo, pues que estaba disponible a lo que Dios quisiera. Nos enseña así que cumplir la voluntad de Dios es nuestra paz, es nuestra gloria.
– A hacer, como Ella, de cada día de nuestra vida una entrega a Dios y a los hermanos, un agradecer a Dios todo el bien que nos ha hecho y el que nos seguirá haciendo, sirviendo, a la vez, a los hermanos.
En este día, pues, viendo a la Virgen, renovemos el deseo que hemos pedido en la oración del inicio de la Misa: “Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento”.
Y hoy es también el Día de esta Parroquia. Un día para fomentar la conciencia de nuestra pertenencia a la Iglesia, concretada en la vinculación de cada uno a su propia parroquia. Cada uno hemos sido llamados a ser miembros del Pueblo de Dios, un pueblo cuyos miembros han de estar unidos en el amor recíproco y que tiene el encargo de servir y transformar hacia el bien al mundo, con la ayuda y la luz del Evangelio.
En todo el año cada parroquia nos ofrece la celebración de la Eucaristía, el anuncio de la Palabra de Dios, la práctica de los Sacramentos, el ejercicio de la caridad. En cada parroquia se dan las catequesis de los niños que se preparan para recibir la Primera Comunión, de los jóvenes que se preparan para recibir el Sacramento de la Confirmación, la formación cristiana de las parejas que piensan contraer el Sacramento del Matrimonio en los próximos meses; los catequistas y responsables de evangelización adquieren su formación para ejercer del mejor modo posible su servicio, las actividades de las Caritas en cada parroquia promueven que el amor y la ayuda que Dios quiere dar y ofrecer llegue a través de los fieles.
La parroquia, una vez iniciada nuestra fe, la mantiene y fortalece. Formando parte de una parroquia, hemos de preguntarnos: ¿qué hacemos nosotros por los demás?
Cada uno de nosotros ha recibido dones de Dios y como nos enseña la parábola de los talentos (Mt 25, 14 y ss.) uno no debe guardar esos dones, sino que los debe hacer fructificar en el sentido por el cual Dios nos los hablado. Todos hemos recibido dones de Dios y por eso, cada uno puede aportar algo a los demás en la propia comunidad parroquia. Es viva y grande una parroquia en la que todos colaboran: obreros, catequistas, miembros del coro, conservadores de los edificios, miembros de las asociaciones, etc.
Esta fiesta, pues debe provocar debe provocar en cada uno una reflexión de la pertenencia a la propia parroquia, reconocer con gratitud lo que hemos recibido de Dios y usarlo y ofrecerlo al
servicio de la comunidad parroquial. Por ello es una buena ocasión de preguntarnos: ¿en qué puedo servir y ayudar?
Que la celebración, pues, hoy, un año más de la fiesta de esta Parroquia nos ayude a todos a aprender más de la Virgen, a quererla más y a ser miembros vivos de la Parroquia
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