1. Un año más tenemos la suerte y la alegría de celebrar la fiesta de Santa Teresa de Jesus Jornet e Ibars, fundadora de la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, cuyos restos, en espera de la resurrección final, se encuentran en esta casa.
Con motivo de la fiesta, entre otras actividades, nos reunimos para la celebración de la Santa Misa, de la Eucaristía, acción que hace real y auténtica la presencia de Jesus entre nosotros y con nosotros, una presencia que es un regalo, un don, pero al mismo tiempo una responsabilidad. Una responsabilidad porque escuchando las palabras de Jesus, quedamos llamados a ponerlas en práctica, a organizar nuestra vida, nuestras opciones, nuestros deseos de acuerdo con ella.
Así hicieron los santos, y así estamos llamados a hacer nosotros. Todos nosotros. Así los santos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión, de modo que animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita.
2. Hemos escuchado un fragmento del Evangelio de San Mateo, en el que Jesus deja bien claro que hay que practicar el amor, la misericordia, la ayuda a los demás y que eso es lo que hay que hacer en los años de nuestra vida en la tierra para poder escuchar después de los labios de Jesus lo que ha dejado bien claro: Venid, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve enfermo y me visitasteis, etc.
¿Por qué Jesus nos pide eso? Pues es muy claro. Dios es amor y sus acciones, sus actuaciones, sus obras son siempre expresión de esa forma de ser. No hay nada que haga Dios que no sea expresión de esa forma de ser. Cada día, cuando escuchamos las actuaciones de Dios en la Biblia, sea en la celebración de la Santa Misa, en la meditación personal, lo que vemos son actuaciones de Dios expresión de su amor.
Dios, nos cuenta la Biblia al inicio, en el libro del Génesis creó al hombre a su imagen y semejanza. Con eso queda bien claro que si Dios es amor y crea a la persona a su imagen y semejanza la crea para que sea capaz y eficaz en la práctica y el ejercicio del amor.
Y el amor de Dios que se ve en todas sus actuaciones, sin excluir ninguna, tiene una maravillosa actuación en la vida de Jesus en la tierra. En los Evangelios vemos ese amor de Jesus dando de comer a los hambrientos, curando a los enfermos, salvando a condenados, acogiendo a los niños y a las mujeres que en aquella cultura eran despreciados, enseñando y transmitiendo la Palabra de Dios. Jesus es Dios y se portó como Dios pero es también hombre y se portó como Dios quiere que se porten las personas, o sea, que creados a su imagen y semejanza sean personas que actúen como actúa Él, es decir con a amor y misericordia.
Esa actuación de Jesus tiene una hermosa y clara expresión desde la cruz. Allí Jesus no pide al Padre venganza, castigo, sino perdón, misericordia, asegurando la entrada al cielo a quien, como el buen ladrón se arrepiente, cambia y confía en Dios.
Y esa actuación extraordinaria, maravillosa que Jesus iba a llevar a cabo en la cruz, Jesus la pide a los Apóstoles en la noche de su Ultima Cena, esa ocasión en que Jesus no quiere dejar a los suyos sin su presencia real instituyendo la Eucaristía y nos la pide también a nosotros y a toda la humanidad: Amaos unos a los otros como yo os he amado. Ese es, pues, el programa de vida de los cristianos, de los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Y para aprender ese programa, esas actitudes, esa forma de ser y estar en el mundo tenemos la ayuda que nos dan los santos con el ejemplo de su vida y su intercesión para ayudarnos a que nuestra vida pueda ser así, una vida en la que nos amemos unos a los otros como nos ama Dios.
3. Hoy consideramos y contemplamos a uno de esos santos maravillosos, que pueden ser de tanta buena ayuda para nuestra vida, para ayudarnos a amar a los demás como nos ama Jesucristo que es lo que nos corresponde hacer en esta tierra, en los años de nuestra vida aquí según el plan de Dios para después escuchar la voz del Señor que nos diga: «venid, benditos de mi padre» y podamos así entrar para siempre en el cielo.
Tal día como hoy, en el año 1897, en la Casa Residencial de ancianos de Liria acababa su vida aquí en la tierra la Madre Teresa de Jesus Jornet e Ibars. Podía parecer joven, pues había nacido en un pueblo de Lérida, Aitona, el 9 de enero de 1843. Tenía físicamente 54 años, pero eran unos años bien vividos, empleados cumpliendo el encargo de Dios a toda persona viviendo en la tierra amando y sirviendo a los demás, especialmente a los más necesitados.
Al día siguiente de su nacimiento recibió el bautismo y cuando tenía seis años recibió la confirmación y con ello recibía la gracia de Dios para vivir en la tierra como Dios esperaba de ella y espera de cada uno: vivir practicando el amor, la caridad, la misericordia.
Dios a ella, como a cada uno de nosotros nos da con los sacramentos la gracia para que con nuestra libertad seamos personas que amemos. Y ella lo cumplió. Así siendo una joven estudiante en Lérida, su caridad activa la llevaba a llevar a los, pobres a casa de su tía donde vivía ella.
Buscando servir a Dios trato de entrar en las Clarisas de Briviesca, cerca de Burgos, pero no pudo profesar por la legislación entonces en vigor. Después, guiada por su tío, el Beato Padre Francisco Palau, colaboró con él en tareas educativas de las congregaciones que este sacerdote, antiguo carmelita fundaba y seguramente en ese proceso estuvo sirviendo algún tiempo en mi diócesis de Ibiza, motivo por el cual en mi Catedral he puesto las dos imágenes, la del Padre Palau y la de Teresa Jornet, de modo que los fíeles y turistas que la visitan puedan ver y aprender de ellos esa práctica de la caridad. Al fallecer el Padre Palau en 1872, dejó esa obra y regresó a su pueblo de Aitona esperando una luz para seguir sirviendo.
Esta luz llegó en el mismo 1872 e iluminó definitivamente su existencia. En junio de ese año acompaña a su madre a tomar las aguas termales de Estadilla (Huesca). Al regreso, se detienen en Barbastro, en donde entra casualmente en relación con el sacerdote don Pedro Llacera; éste captó enseguida los valores excepcionales de Teresa, la maestra, que había andando tanteando caminos y así se acercaba a los 30 años de edad, sin tener aún una orientación definitiva, sin haber encontrado el camino que Dios tenía pensado para ella.
Don Pedro le dio a conocer los planes de una fundación en favor de los ancianos más necesitados y le invita a integrarse en aquella empresa de vida religiosa y caritativa que por entonces inspiraban la actividad de un celoso sacerdote, don Saturnino López Novoa, su gran amigo desde el tiempo en que D. Saturnino fuera párroco de Barbastro. Esto explica el que apoyara el proyecto de fundación de D. Saturnino y el celo en orientar hacia esa misión a las jóvenes que se dirigían espiritualmente con él.
En ese momento, Teresa vio abierto el camino de su vida, ya lo veía claro: ésa era precisamente la obra a la que Dios la llamaba. Teresa da por concluidas sus incertidumbres y tanteos, y se ofrece inmediatamente a ser colaboradora en dicha obra de caridad. Vuelve a Aitona con la voluntad decidida de darse por entero a lo que le habían propuesto.
El 11 de octubre de 1872 Teresa abandona otra vez su hogar de Aitona para unirse a las primeras aspirantes que estaban desde el 3 de octubre en Barbastro. Desde el primer día Teresa destacó en la incipiente comunidad. Teresa, al frente del nuevo Instituto como superiora general, primero designada por la autoridad eclesiástica y, después elegida y reelegida en los capítulos generales de la Congregación, lo rigió con mano firme, con inteligencia lúcida y con corazón generoso.
Llevó a cabo una ingente labor organizadora de la nueva Congregación. Infatigable, recorrió toda España, con las limitaciones, dificultades e incomodidades de la época para viajar, y puso en marcha 103 hogares para acoger a los ancianos más necesitados. Y realizó toda esta impresionante labor apostólica a pesar de un delicado estado de salud. Su celo apostólico y su amor a Dios y a los ancianos le daban nuevos bríos, le daban alas de ángel.
4. Estos hechos de su vida nos ayudan a comprender un poco su profunda espiritualidad, que el Beato Pablo VI definió en su canonización como: «servir, inmolarse por los demás” es la faceta distintiva de la espiritualidad de Teresa Jornet. Sus actividades, sus tiempos no eran nunca perdidos; así con las Clarisas reforzó su amor a los pobres, con las Carmelitas del Padre Palau la devoción a la Virgen, con los ejercicios espirituales de San Ignacio la identificación de los propios sentimientos con la voluntad divina.
Y, claro, así sus acciones son siempre expresión de una inalterable confianza en Dios. A los que la reprochaban porque se ocupará en humildes oficios, decía: «No hay nada pequeño cuando se trata de la gloria de Dios». Y sus obras, no siempre fáciles, le daban una paz interior, que ella reflejaba en sus palabras: «Dios en el corazón, la eternidad en la cabeza, y el mundo bajo sus pies«.
El mismo Papa el Beato Pablo VI, en la homilía de la canonización decía: «Teresa Jornet tuvo algo, misterioso si se quiere, que nos trae. A su lado se siente esa presencia inefable de la Vida que la sostuvo y la alentó en sus afanes de consagración a Dios y al prójimo, orientándola hacia la senda concreta de la caridad asistencial«.
Esa caridad nos la infunde Dios en los corazones. ¿Cómo lo hizo con Santa Teresa Jornet entonces y hoy y ahora en cada una de las Hermanitas? La atención a los ancianos, la entrega generosa a sus necesidades brotan de una única causa: «el amor a Cristo que todo lo, soporta, todo lo supera, todo lo vence, hasta lo que para tantas mentalidades de hoy, empapadas de egoísmo o prisioneras del placer, es considerado una locura». Se trata de un amor que Dios coloca en la persona, que se descubre y alimenta en el diálogo con Dios en la oración y se fortalece con la Eucaristía.
Ese amor impulsa a ver en las personas mayores » una prolongación de Cristo, a atenuar en ellos sus fatigas, sus enfermedades, sus sufrimientos. Esa ayuda, ese
alivio hace que Cristo nos puede decir » a mí me lo hicisteis”.
5. Quiero concluir repitiendo unas palabras de Jesus en el Evangelio de San Mateo: «Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el Cielo» (5,16). Con humildad, sin pretensiones, los creyentes tenemos el mandato de Jesus de hacer que, por medio de nuestras obras, los demás puedan glorificar a Dios.
Esto Santa Teresa de Jesus Jornet lo cumplió a la perfección. El Beato Pablo VI decía muchas veces: «El hombre de hoy escucha más a los testigos que a los maestros y si escucha altos maestros lo hace porque antes son testigos». Las enseñanzas de Santa Teresa de Jesus Jornet tienen un gran valor y son útiles ayudas para la vida espiritual porque sus acciones concuerdan fielmente con sus palabras.
Si queremos resumir en una palabra su vida, esa vida que es una luz para que la humanidad de Gloria al Padre que está en el cielo, esa palabra es caridad, es entrega. Es donación, es oblación. Primero a Dios y por Dios a los demás, concretándolo en el servicio a las personas mayores.
Acojamos esa luz y, con la fuerza que dimana de la Eucaristía hagamos nuestra la petición de la oración colecta de esta Misa:
«Oh Dios, que has guiado a la Virgen Santa Teresa a la perfecta caridad en el cuidado de los ancianos, concédenos a ejemplo suyo, servir a Cristo en el prójimo para ser testimonio de tu amor«.
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