Como todos los años, el día 12 de febrero venimos a esta Iglesia parroquial en Puig de Missa para celebrar la fiesta de su titular, Santa Eulalia, Virgen y Mártir. Este templo en el que tenemos la suerte, la alegría y la misericordia, de reunirnos hoy, es el primer templo que se construyó fuera de Vila, teniendo las noticias sobre ello en escritos del año 1309. Y este edificio actual fue inaugurado en 1568, hace ahora 451 años, como una vicaria dependiente de la Parroquia de Santa María, que es nuestra actual Catedral. En 1785, el Obispo de Ibiza, Mons. Manuel Abad y Lasierra, la erigió como parroquia y así sigue desde entonces.

El año pasado, siendo el 450 aniversario de la inauguración de este edificio, teniendo presente que se utilizaba desde entonces mucho y bien por los vecinos cristianos que viven aquí pero que no había sido consagrado, pedí al Vaticano que se nos concediese un Año Jubilar y con la bondad de Papa Francisco se nos otorgó y así hicimos la consagración del templo, que podéis ver por la velas que hay en los pilares que bendije e hice encender y comenzamos ese Año Jubilar, con lo cual, desde entonces hasta hoy venir a este templo ha sido una ocasión de ganar la indulgencia. Y así queda claro la dignidad del templo y que ello sea buena actividad para los que vivís aquí.

Santa Eulalia es una Santa joven y mártir, cristiana absolutamente por encima de todo y sin renunciar nunca a ser cristiana ni comportarse de otra manera, es querida apreciada por muchos.

Después de su martirio sus reliquia fueron ocultadas pero milagrosamente fueron encontradas en el año 877, en que el Obispo Frodoi al descubrirlas las traslado a la catedral de entonces. Y en 1339 los restos de santa Eulalia se trasladaron a la nueva Catedral que se hizo en Barcelona y ahí están desde entonces hasta ahora. Sus restos fueron colocados en una tumba de mármol realizada por un artista Italiano y allí desde entonces son muy visitados por varias decenas de miles de personas en la cripta de esa Catedral donde están, que se llama cripta de Santa Eulalia. En 1983 el Papa San Juan Pablo II visitó Barcelona y fue allí a rendir homenaje a Santa Eulalia. Y yo mismo tuve la suerte de visitar esa tumba varias veces, yendo a Barcelona por la amistad y el afecto que tenía con el Arzobispo de allí el Cardenal Ricardo María Carles, que fue párroco de mi pueblo cuando yo era muchacho y que fue el que me ordenó sacerdote.

Cuando en 1235 nuestras Islas de Ibiza y Formentera fueron conquistadas por un grupo de personas venidas de Cataluña y presididas por uno que después fue Obispo de Tarragona, Gillem de Mongri, con un contrato con Pere, Infante de Portugal y Nunó Sanç, Comte de Rosselló, por el que unían sus fuerzas para llevar a cabo dicha conquista. Entre las cosas que quisieron aportar a las Islas, además del idioma, las costumbres, etc.,  la erección y dotación de una iglesia parroquial en Eivissa, “para gloria de Jesucristo y de su Madre la Virgen María. Así, a la devoción a la Virgen María con el título de las Nieves por ser la fiesta más cercana al día de la conquista, a la que se dedicó el primer templo en lo que llamamos Dalt Vila y que hoy es la Catedral, a San Ciriaco, diácono mártir cuya fiesta es del día de la entrada, que fue el 8 de agosto, viniendo de Cataluña promovían también la devoción a Santa Eulalia. Y así, como he dicho antes, el primer templo hecho después del de la Virgen María fue este a Santa Eulalia.

Aquí en Ibiza tenemos esta parroquia dedicada a ella, y hace un año, cuando hice la consagración de este templo pedí una reliquia de esta Santa y me fue concedida y está colocada en el altar. Y además, hay una imagen suya en la Catedral, y cada domingo, cuando celebro allí la Misa, la miro, le rezo y le pido su ayuda y su gracia.

Celebrar la fiesta de un santo no es sólo honrarle sino que hemos de hacer, teniendo presente su vida, sus actividades, sus obras y acciones, tratar de imitarla, con la gracia de Dios y la ayuda del Santo para llevar así una vida digna en el tiempo que vivimos aquí en la tierra para poder ir después eternamente al cielo.

Y así, pues, celebrando hoy la fiesta de Santa Eulalia, tenemos presente el recuerdo de su historia en los años que vivió ella también aquí en la tierra. Y viendo ello, tratemos de imitarla.

Nació hija de un matrimonio cristiano. Y siendo sus padres buenos y trabajadores, tenían las necesidades materiales necesarias. Siendo los padres cristianos, fue educada en la fe cristiana. Y vivía en consecuencia de ello; así, entre otras cosas, se reunía cada día con un grupo de amiguitas rezando oraciones y cantando himnos al Señor. En definitiva, vivía siendo cristiana en sus obras.

Cuando Eulalia cumplió los doce años, los emperadores romanos Diocleciano y Maximiniano, que habían oído contar la rápida y maravillosa propagación de la fe cristiana en las tierras de España, hicieron un Decreto prohibiendo a los cristianos dar culto a Jesucristo, y mandándoles que debían adorar a los falsos ídolos de los paganos. La niña sintió un gran disgusto por estas leyes tan injustas y se propuso protestar entre los delegados del gobierno.

Viendo la mamá que la jovencita podía correr algún peligro de muerte si se atrevía a protestar contra la persecución de los gobernantes, se la llevó a vivir al campo, pero ella se vino de allá y llegó a la ciudad de Barcelona.

Llegado que hubo a las puertas de la ciudad, y así que entró, oyó la voz del pregonero que leía el edicto, y se fue intrépida al foro. Allí vio al juez Daciano sentado en su tribunal y, penetrando valerosamente por entre la multitud, mezclada con los guardianes, se dirigió hacia él y le protestó valientemente diciéndole que esas leyes que mandaban adorar ídolos y prohibían al verdadero Dios eran totalmente injustas y no podían ser obedecidas por los cristianos. Así con voz sonora le dijo: «Juez inicuo, ¿de esta manera tan soberbia te atreves a sentarte para juzgar a los cristianos? ¿Es que no temes al Dios altísimo y verdadero que está por encima de todos tus emperadores y de ti mismo, el cual ha ordenado que todos los hombres que Él con su poder creó a su imagen y semejanza le adoren y sirvan a Él solamente? Ya sé que tú, por obra del demonio, tienes en tus manos el Poder de la vida y de la muerte; pero esto poco importa».

Daciano, pasmado de aquella intrepidez, mirándola fijamente, le respondió, desconcertado: «Y ¿quién eres tú, que de una manera tan temeraria te has atrevido, no sólo a presentarte espontáneamente ante el tribunal, sino que, además, engreída con una arrogancia inaudita, osas echar en cara del juez estas cosas contrarias a las disposiciones imperiales?».

Mas ella, con mayor firmeza de ánimo y levantando la voz, dijo: «Yo soy Eulalia, sierva de mi Señor Jesucristo, que es el Rey de los reyes y el Señor de los que dominan: por esto, porque tengo puesta en Él toda mi confianza, no dudé siquiera un momento en ir voluntariamente y sin demora a reprochar tu necia conducta, al posponer al verdadero Dios, a quien todo pertenece, cielos y tierra, mar e infiernos y cuanto hay en ellos, al diablo, y lo que es peor, que quieres obligar a hacer lo mismo a aquellos hombres que adoran al Dios verdadero y esperan conseguir así la vida eterna. Tú les obligas inicuamente, bajo la amenaza de muchos tormentos, a sacrificar a unos dioses que jamás existieron, que son el mismo demonio, con el cual todos vosotros que le adoráis vais a arder otro día en el fuego eterno«.

Daciano intentó al principio ofrecer regalos y hacer promesas de ayudas a la niña para que cambiara de opinión, pero al ver que ella seguía fuertemente convencida de sus ideas cristianas, le mostró todos los instrumentos de tortura con los cuales le podían hacer padecer horriblemente si no obedecía a la ley del emperador que mandaba adorar ídolos y prohibía adorar a Jesucristo. Y le dijo: «De todos estos sufrimientos te vas a librar si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este poquito de incienso en los altares de ellos«. La jovencita lanzó lejos el pan, echó por el suelo el incienso y le dijo valientemente: «Al sólo Dios del cielo adoro; a El únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más«.

Entonces el juez pagano mandó que la destrozaran golpeándola con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas encendidas. La hermosa cabellera de Eulalia se incendió y la jovencita murió quemada y ahogada por el humo.

Dice el poeta Prudencio que al morir la santa, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos salieron huyendo, llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver y el suelo de los alrededores, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir.

En la vida y en la muerte de los santos, y muy claramente en los mártires, como sucedió en Santa Eulalia, se ve como se cumple a perfección lo que nos va diciendo Jesús en el Evangelio.

Cumplir lo que nos dice Dios. En Santa Eulalia vemos unos padres buenos, amadores de la hija. Y después en ella una persona que aprende la religión cristiana, cumple las enseñanzas de la religión cristiana, y no renuncia nunca ni se echa atrás. Entonces, con ese ejemplo de ella, que admiramos y celebramos, seamos también así. Escúchennos las invitaciones del Señor a acoger las creencias religiosas y a vivir siempre conscientes y responsables de la fe en Jesucristo.

Para ello hagamos una continua y buena formación cristiana, escuchando la Palabra de Dios, participando en actividades de formación cristiana, y con una relación continua con Dios a través de la oración, la participación en los cultos. Así experimentaremos gozo de confesar públicamente aquello que creemos y que nos lleva a un auténtico amor a Dios y a las demás personas, a todas que son también creadas por Dios.

Unidos así a Cristo, como fue Santa Eulalia, como han sido tantos hombres y mujeres en la historia, podremos vivir como nos corresponde y además ofrecer a las personas de nuestro tiempo el amor de Dios y su infinita misericordia, diciéndoles que somos felices porque el Señor ha dado sentido a nuestra existencia y alienta nuestra esperanza.

En cualquier momento, y también si son momentos difíciles, si vivimos desde las enseñanzas de la fe y nos dejamos guiar por la Palabra de Dios, encontraremos la paz del corazón y el consuelo de Dios que sólo Él nos ofrece.

Invoquemos en este día sobre nosotros y sobre toda esta ciudad, la especial protección de Santa Eulalia, y pidámosle que, al contemplar su vida y su testimonio de creyente, no tengamos miedo a confesar con obras y palabras nuestra fe en Jesucristo, el Salvador de la humanidad.

 

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