1.- Un año más, gracias a Dios, que nos quiere, ama y ayuda, tenemos la alegría de encontrarnos en el día 8 de agosto, día que el calendario nos presenta como fiesta de San Ciriaco. Y para nosotros, gente de Ibiza y Formentera, es una aportación para el crecimiento de nuestra vida personal y social.
Saludo cordialmente a los sacerdotes aquí presentes, concelebrando conmigo en esta Santa Misa; a las autoridades presentes: al Presidente del Consell Insular de Eivisssa y demás miembros de este digno Consell aquí presentes; a los Alcaldes y concejales de distintos Ayuntamientos; a las demás autoridades, así como a los Obreros de las Parroquias y a todos vosotros, queridos hermanos y amigos, que habeis venido a esta actividad de la buena fiesta de hoy, a la cual el Consell organiza tantas cosas buenas.
Celebrar la fiesta de un santo es siempre una cosa buena e importante, una ayuda para nuestro tiempo de vida en la tierra. La fiesta de un santo no es solo honrar y recordar a ese santo, sino también tratar de conocerlo más y mejor, tomar detalles de su vida y existencia y como lo hacían bueno, tratar nosotros de hacerlo también para poder tener, cuando será el cambio de nuestra vida, el cambio que el santo tiene, es decir, ir a Cielo.
De este Santo mártir precisamente el 8 de agosto del año 307, al principio del siglo IV de nuestra era, el Papa San Marcelo trasladó sus restos junto con los de un grupo más de 20 cristianos, que fueron martirizados por orden del emperador Maximiano Herculeo en la Vía Salaria, junto a los huertos salustianos.
Tras su martirio los restos de estos mártires fueron depositados en la Séptima milla de la Vía Ostiense, no lejos de la anual Basílica de San Pablo Extramuros, y desde ese traslado del 8 de agosto son venerados en la Iglesia de Santa María in Vía Lata, bajo el altar mayor.
Curiosamente los 15 años que viví en Roma sirviendo en el Vaticano la casa donde yo vivía estaba muy cerca de esa Iglesia de Santas María en Vía Lata y muchas tardes iba un rato ahí a rezar. Así conocí a San Ciriaco, le rezaba y tratada de aprender cosas suyas.
Cuando San Juan Pablo II me nombro obispo, hace ya 14 años y medio, de Ibiza, yo no conocía este lugar, porque nunca había tenido la suerte de venir, y rezando ante la tumba de San Ciriaco le pedía que no lo olvidara, y curiosamente al venir a Ibiza vi con alegría que era el patrón y como se venera su imagen en esta Catedral, lo sigo mirando, rezando y pidiéndole cosas buenas.
Sintiéndome ibicenco cristiano es costumbre mía siempre que voy a Roma ir a rezar allí y allí he llevado siempre a todas las personas de nuestras Islas que me han acompañado en estos 14 años que tengo la suerte y la alegría de servir aquí.
2.- ¿Quién era este Ciriaco del que XVIII siglos después de su martirio es venerado en la Iglesia? Sabemos, y así lo recogen las crónicas, que era miembro activo, diácono de la Iglesia de Roma, que vivió haciendo el bien y anunciando la Palabra de Dios. ¿Cómo era la Iglesia en Roma en aquellos tiempos en que vivió San Ciriaco?
Para responder a esta pregunta acudimos al testimonio de los apologistas que nos narran cómo los cristianos consiguieron transformar, en este caso mejorar, el mundo pagano con el anuncio de la Palabra de Dios y con el testimonio ejemplar de vida inspirada en esa misma Palabra. Y el testimonio era vivir la caridad fraterna y la pureza de costumbres. El ejercicio de la caridad fraterna hizo de San Ciriaco un gran apoyo de los cristianos que se encontraban condenados a trabajos forzados en medio a una situación cruel e inhumana.
3.- Vivió Ciriaco entre finales del siglo III e inicios del IV, y durante el imperio de Maximiano (al que Diocleciano había dejado el gobierno. Un buen hombre llamado Trason, cristiano en lo oculto, daba limosnas a Ciriaco para que las repartiera entre los cristianos esclavizados condenados por Maximiano a trabajar en las obras de los baños termales de Salustio. Esta labor de caridad llegó a oídos del papa San Marcelo I(16 de enero), el cual le ordenó diácono en secreto, para que, además de su caridad pudiera llevar la Palabra y el Sacramento a los cautivos cristianos.
Un día lo sorprendieron, junto a sus amigos Largo y Esmaragdo, llevando víveres a los cristianos y por ello fueron condenados al mismo trabajo forzado.
Un día vio Ciriaco un anciano llamado Saturnino, que no podía con su carga de piedras, y junto a otro diácono llamado Sisinio, le ayudaron a llevarla. Por esta acción fueron encarcelados, donde hallaron a otros cristianos a los que Ciriaco predicó y a alguno que era ciego le devolvió la vista. Cuando les llamaron ante el juez, el carcelero Apronio entró a la cárcel y vio como descendía una luz celestial sobre los dos cristianos, y oyó una voz que decía: «Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para vosotros«. Apronio se convirtió y fue bautizado por Ciriaco. Ante el juez, Apronio confesó su fe cristiana, junto a Saturnino y Sisinio, negándose los tres a sacrificar. Luego de martirizarles, fueron decapitados en diversos días. San Apronio a 2 de febrero, Santos Papías, Mauro y otros, a 29 de enero. Por su parte Sisinio y el Saturnino que mencioné antes alcanzaron la palma del martirio a 29 de noviembre.
Ciriaco habría sido martirizado también de no ser porque en ese momento, Artemia, la hija de Diocleciano, que estaba poseída por un espíritu maligno, clamó: «No saldré de este cuerpo a menos que el diácono Ciriaco se presente ante mí«. Así que fue llevado Ciriaco ante la princesa, por la cual habló el demonio: «Si quieres que me vaya de ella, dame un cuerpo el que pueda seguir«. «Toma el mío» – dijo Ciriaco al diablo. Pero era tal la pureza del santo diácono, que no el demonio pudo hacer nada contra él y gritó el espíritu: «Eso me es imposible, eres inaccesible por cualquier parte. Y te advierto que si me echas de aquí, te obligaré a seguirme a Babilonia«. «Sabe que nada harás» – replicó Ciriaco «si no es para la gloria de Cristo y su fe«, y expulsó al demonio de Artemia, la cual libre ya exclamó: «Veo ante mí al Dios que predica Ciriaco«, y convertida, se bautizó junto a su madre Santa Serena (16 de agosto).
Agradecido, Diocleciano dio a Ciriaco un libelo de protección, le donaron una casa y pudo practicar su fe tranquilamente.
Vivía Ciriaco entregado a su labor a la Iglesia, cuando le avisaron que Jovia, la hija del rey Sapor de Persia estaba endemoniada y clamaba por su presencia, como único que podía liberarla. Embarcó Ciriaco junto a los cristianos Largo y Esmaragdo. Una vez ante Jovia, el diablo dijo por su boca: «Y, dime Ciriaco, ¿estás cansado?» «En absoluto» – respondió el santo – «porque Dios me conforta donde quiera que vaya«. Y siguió el diablo: «Todavía no sé a qué has venido aquí«. Replicó el santo diácono: «Mi Señor Jesucristo, te ordena salir de ella«. Y el demonio se vio conminado a dejarla en paz, en nombre de Cristo. Ciriaco bautizó a Jovia, y a sus padres y toda la corte y soldados, unas 400 personas. Sapor ofreció tesoros y presentes a Ciriaco y sus compañeros, pero ellos los rechazaron enérgicamente, pero a cambio pidió quedarse 45 días predicando y convirtiendo a los paganos. Se le permitió y durante esos días solo se alimentaron de pan y agua y bautizaron a miles de personas.
Y volvieron a Roma. Dos meses más tarde murió Diocleciano y subió al trono Maximiano Galerio, casado con Valeria, otra hija de Diocleciano [2]. Este no tuvo la misma condescendencia que Diocleciano y mandó a su gobernador Carpasios que tomara a Ciriaco y sus compañeros (y a un tal Crescenciano, 24 de noviembre) y les obligara a sacrificar a los dioses, para probar su lealtad al imperio. Los tres santos se negaron a idolatrar a los dioses, por lo que Carpasios derramó una caldera de brea hirviendo sobre la cabeza del santo diácono, que solo abrió la boca para cantar las alabanzas del Señor, quedando ileso. Luego le extendieron en el ecúleo y le apalearon, sin que dijera palabra alguna, salvo esta súplica: «Jesús mío, mi soberano dueño, ten misericordia de mí, pecador miserable, e indigno de la gracia que me haces de padecer por la gloria de tu nombre«.
Viendo Maximiano que nada lograba mandó decapitasen a los tres santos, junto a otros 21 cristianos, entre los que se mencionan Memmia y Juliana, a 16 de marzo de 305. Fueron enterrados en la Vía Salaria, por un presbítero llamado Juan. Luego de esto Carpasios se apropió de la casa que Diocleciano había regalado a Ciriaco y la anexó a las termas. Los paganos se metieron en la piscina que Ciriaco y el papa Marcelo usaban para bautizar, por lo cual todos murieron repentinamente.
4.- Viviendo en esa Iglesia, sirviendo como diácono, San Ciriaco llevó una existencia digna y alcanzó la palma del martirio. El es un hermoso testimonio de cómo la fe cristiana se expresa en un servicio generoso, aunque a veces arriesgado, a los hermanos. Hoy, al celebrar su fiesta en nuestra Diócesis que lo tiene como Patrón, recibimos su invitación a seguir sus pasos, a llevar una existencia marcada por la escucha y el anuncio de la Palabra de vida, lo cual nos llevará a una vida honrada, digna a los ojos de Dios y de los hombres, una vida fecunda en buenas obras, en definitiva, una vida que vale la pena ser vivida.
La existencia terrena de San Ciriaco acabó, como la de tantos cristianos, con el martirio, es decir, con la confesión de la fe a precio de la propia sangre. Ya el Señor nos los había anunciado en el Evangelio: “Si el mundo os odia, sabed que antes me ha odiado a mí. Si vosotros fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya. Pero como no sois del mundo, sino que yo os elegí y os saqué de él, él mundo los odia… Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros…; Pero os tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió. Me han odiado sin motivo” (Cf. Jn 15, 21-27).Y frente a ese aviso, la voz que llama a la esperanza: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Elevemos hoy nuestra oración a Dios para que, como nuestro Santo Patrón, tengamos el valor y la fortaleza de llevar, por encima de todo, una existencia como la suya con la seguridad de sentirnos, siempre y en todas partes, unidos a Jesucristo.
5.- Siglos después, el mismo día 8 de agosto pero del año 1235 una expedición catalana-aragonesa conquistó a los sarracenos, que las habían invadido siglos atrás, las Islas de Ibiza y Formentera. Con la conquista de las Islas Pitiusas del ocho de agosto se daba inicio a una nueva etapa, caracterizada por la recuperación de la fe cristiana como motor de la vida de los habitantes de estas tierras, así como por un nuevo régimen, una nueva cultura, lo cual creó una sociedad nueva y mejor. Con las necesarias adaptaciones derivadas del paso del tiempo, ese es el marco sociocultural del que nos sentimos satisfechos y que debemos preservar y ofrecer al conjunto de personas y pueblos que entran en contacto con nosotros.
Son muchos, pues, los siglos que nos permiten afirmar que le Pitiusses son tierras de hondas raíces cristianas, que se remontan a los primeros siglos de la difusión del cristianismo y, por tanto, son un componente esencial de nuestra historia. Privar a nuestra sociedad de ese componente es privarla de su más íntima esencia e identidad. Nuestra condición es clara al respecto: nuestros pueblos toman nombres de santos, sus fiestas determinan el calendario de la Isla, la fe motiva las mejores obras de arte que poseemos, aparecen las obras de caridad, asistenciales y educativas propias de la religión católica, las familias se forman con las virtudes derivadas del matrimonio cristiano, las gentes crecen y se desarrollan bajo el signo del amor de Dios, los grandes hombres del mundo de la cultura tuvieron sus inspiración en el cristianismo.
Hoy, más de siete siglos, casi ya ocho, después de aquella gloriosa fecha, nos encontramos con el compromiso de afianzar aquel camino emprendido. Afianzar el camino porque el cristianismo es una importante aportación a nuestra vida. Ya lo escribía Mons. Isidro Macabich cuando en el Himne a Santa María dice: “Set segles fa que dalt la host desfeta/ refloriren fe, llengua y llibertat…. Que sempre, Verge Pia, guard nostra terra tan preuat tresor.. per ser i mostrar-mos sempre, dins i fora, fills d’Eivissa, d’Espanya i de la Creu. Avui i sempre sia veu de sa nostra terra aquest clamor”.
6.- Fieles a la tradición multisecular, fuertemente consolidada, se entona hoy en esta Catedral el Himno Te Deum, con el cual, según antiquísima costumbre en la Iglesia, se dan gracias a Dios y se le pide que nos siga bendiciendo; ésta fue la melodía con que los nuevos pobladores de Ibiza se congratularon por la empresa, sin avergonzarse de ver en ella la mano de Dios. Con esos sentimientos lo entonaremos también nosotros al finalizar la Santa Misa y lo repetiremos al llegar a la Capilla de San Ciriaco.
Mientras recordamos de un modo especial en esta Santa Misa a quienes ofrecieron su vida en aquellos memorables acontecimientos de ocho de agosto de 1235, extendemos también nuestro recuerdo espiritual y agradecimiento vivo a todos aquellos que han ido construyendo, de un modo u otro, esta sociedad de la que formamos parte nosotros, en el respeto y promoción de nuestra identidad, una identidad que hunde sus raíces en el cristianismo y los valores que del mismo se derivan. Y a la vez, inspirados por su ejemplo, asumimos el compromiso de ser nosotros protagonistas del 8 de agosto de 2016, para traer el bien, la libertad, la paz y el amor como trajeron aquellos gloriosos protagonistas de la epopeya que conmemoramos.
Un camino cierto para ello es entregarse, de forma decidida y generosa, en el servicio a todos dando así abundantes frutos de progreso integral y genuinos valores humanos y cristianos, solidaridad y paz social, respeto y colaboración, bajo la protección de la Virgen nuestra Patrona y de San Ciriaco, nuestro Patrón, venerado también en toda Europa, en Italia, en Francia, en Alemania. Así la Iglesia camine decidida en el servicio a todos, y nuestra sociedad conserve y cuide sus raíces cristianas.
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