Un año más  tenemos la suerte y la alegría de reunirnos en este templo para celebrar la Santa Misa con motivo de la fiesta de Santa Gertrudis,  titular de este templo parroquial. La fiesta hace que nos reunamos ahora participando en la celebración de la Santa Misa, escuchando la Palabra de Dios, y acercarnos a Jesús a través de la sagrada comunión y admirar la figura de Santa Gertrudis. Con estos sentimientos, pues, vamos a tratar de celebrar y aprovechar los beneficios que nos pueden venir de ello.

Contemplando a Santa Gertrudis nos preguntamos: ¿qué es un santo? ¿Vale la pena acercarnos a los santos? ¿Tienen una ayuda, una enseñanza para nuestra vida?

Un santo es la persona que después de haber cumplido en sus años de vida en la tierra en el encargo que Dios le ha hecho, ahora está para siempre, eternamente en el cielo y desde allí, imitando a Dios con el amor y la misericordia, es nuestro defensor e intercesor.

Siendo los santos personas agradables a Dios, estando unidos a Él por la comunión perfecta de su vida se convierten así en ser nuestros intercesores y con su ayuda obtenernos las gracias de las que tenemos necesidad. Y nosotros hemos de aprender a invocarlos a menudo, con fe, sintiéndolos hermanos y amigos.

En cada fiesta, pues, de un santo, lo honramos, veneramos, invocamos. Pero ello no es suficiente: además y sobre todo hay que imitarlos. La Iglesia nos los propone como modelos, como maestros, como faros de luz que nos indican el camino que hay que seguir. Cada uno de nosotros puede encontrar en los Santos el modelo que imitar, su guía preferencial.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, tiene un capítulo titulado precisamente “Vocación universal a la santidad” (n. 40), con el cual quiere llamar a todos al deber de la santidad. ¿En qué sentido todos sin distinción estamos llamados por Dios a la santidad? En el sentido de que:

todos estamos llamados a buscar la perfección de la vida cristiana, es decir no a cosas excepcionales y extraordinarias, sino a la perfección del amor a Dios y al prójimo,

todos estamos llamados a llevar adelante la vida que hemos recibido como don, como regalo, en nuestro bautismo y que consiste en la gracia santificante y en las virtudes de la fe, la esperanza y la cariad; y eso lo podemos ir alcanzando con la ayuda de la oración, con el alimento de la Palabra de Dios, con el apoyo de los santos sacramentos participando frecuentemente de ellos, especialmente de la Eucaristía. (Lumen gentium, 2)

todos estamos llamados a conducir nuestra vida siguiendo el ejemplo de Jesús y poniendo en práctica las enseñanzas del Evangelio, que un resumen del mismo está en el discurso del Sermón de la Montaña o de las bienaventuranzas, que hemos escuchado hoy, siendo pobres de espíritu, humildes, misericordiosos, caritativos, pacientes, puros de corazón y operadores de la paz.

Y esa ideas sobre los santos la podemos ver en Santa Gertrudis; persona a la que hoy especialmente honramos, veneramos y a la que acercándonos hacia ella hemos de imitar en las cosas buenas de su vida que la han llevado a la vida eterna con Dios. Santa Gertrudis fue lo que fue porque descubrió la importancia de la oración para la vida aquí en la tierra, y con ese descubrimiento fue una persona de oración constante.

Había nacido en Eisleben (Turingia), el 1256. Ella misma cuenta que en los años de su niñez y juventud vivió ofuscada, como pagana entre paganos. Fue recibida en el monasterio cisterciense de Helfta (Sajonia) a los cinco años de edad. Allí  Gertrudis se entregó con todo el ardor de su temperamento al estudio, especialmente a la filosofía y a la literatura. Los escritores griegos y latinos la apasionaban. Pero no era una monja fervorosa. «Leía más que rezaba».

A los 26 años experimentó una verdadera conversión. Escribe en sus Revelaciones: «Entonces me hiciste, Señor, el don inestimable de tu amistad y familiaridad, abriéndome el arca nobilísima de la divinidad, es decir, tu corazón divino, en el que hallo todas mis delicias». Se acabaron los libros paganos. Desde ahora su alimento será la Biblia y los Santos Padres, San Agustín, San Gregorio Magno, y los maestros de la escuela de San Víctor. En adelante su vida es un delicioso coloquio ininterrumpido con el amado de su alma, con ardientes expresiones de amor, apasionadas y audaces, que sólo se dan entre enamorados. Es decir, una vida de oración.

Santa Gertrudis, pues, nos enseña la importancia, la necesidad de la oración en nuestra vida. Y, ¿por qué es importante la oración, por qué es necesaria?

Para responder a esta pregunta es necesario acercarse a la oración sabiendo que no es sólo una serie de peticiones a Dios o un ejercicio espiritual, sino que es una actitud que nos acerca íntimamente al corazón de Dios. Y acercándonos a Dios sabemos lo que Él nos enseña, nos pide, espera de nosotros. Dios nos enseña a amar porque Él es amor, a ser misericordiosos porque Él es misericordioso, a buscar el bien para todos, sin excluir a nadie porque para Dios todos son hijos y en consecuencia nos tenemos que ver unos a otros como hermanos. La oración, pues, es una actividad, un camino necesario en nuestra vida. Los Evangelios nos presentan a Jesús orando de día y de noche, orando cuando tenía que hacer algo importante, orando cuando tenía que hacer algo sencillo, orando siempre. En consecuencia, los cristianos hemos de ser personas que oran.

 Recientemente el Papa Francisco ha canonizado a otra religiosa, que ya fue beatificada por San Juan Pablo II y que yo tuve la suerte de ver y conocer: la Madre Teresa de Calcuta. Ella era una persona misericordiosa, que ayudaba a todos los que tenían necesidad, pero lo hacía porque su jornada empezaba con la oración y la oración la llevaba a la caridad. Decía Madre Teresa de Calcuta: “El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz». Qué bien, pues, hace la oración. Con la oración se tiene amor, con el amor se sirve a los demás, con el servicio se tiene la paz.

Que como cristianos, seamos, pues, personas de oración. Cuando vengo a esta parroquia, sea a algún acto religioso, como el de hoy, o cuando vengo privadamente dando un paseo por aquí, me gusta experimentar que sois una parroquia donde, siguiendo el ejemplo de Santa Gertrudis, promovéis la oración. Aquí se adora al Santísimo Sacramento en tantos momentos, aquí se tienen vigilias de oración muchos domingos, aquí, abierto el tempo hasta bien tarde se facilita que la gente pueda entrar y muchos, entrando, no sólo son turistas que miran las bellezas físicas sino personas que ante el ambiente, oran. Conservad, pues, ese espíritu de oración que es la enseñanza de Santa Gertrudis, y conservándolo transmitidlo, enseñadlo a los demás por el bien que eso hace a cualquiera.

En la oración del inicio de la Misa hemos pedido:” Oh Dios, que hiciste del corazón de Santa Gertrudis una gozosa morada para Ti, por su oración y méritos, concédenos experimentar con alegría tu presencia y tu acción entre nosotros». Eso que sucedió en el corazón de Santa Gertrudis que lo experimente también nuestra persona. Es toda una enseñanza y un programa para nuestra vida. Que su celebración nos ayude a ser así, a caminar así, y vivir mejor en nuestras Islas.

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