Queridos hermanos y hermanos de vida consagrada;

Hermanos y hermanas en el Señor:

La fiesta de la presentación del Señor en el templo de Jerusalén nos invita a la contemplación de la ofrenda que sus padres hacen de Jesús, cumpliendo de este modo la ley de Moisés, que establecía que todo primogénito varón debía ser consagrado al Señor (cf. Ex 13,2.11).

Al hacerlo así, se actuaba conforme a la ley, como memorial de la salvación de los primogénitos israelitas al salir de Egipto, mientras fueron sacrificados los hijos de los egipcios. Con el rescate ritual de los primogénitos de Israel se evocaba aquella gesta de liberación con la que Dios hizo posible la salida de Egipto de los israelitas. El rescate ritual de los primogénitos en el templo se realizaba mediante la ofrenda de un animal, y en el caso de las familias a las que no era asequible adquirir una res menor basta el sacrificio de «dos tórtolas o pichones» (Lv 5,11). De esta manera, al tiempo que se producía la ofrenda sacrificial, se alcanzaba la purificación de los pecados y se adquiría la pureza ritual exigida por la ley.

Esta consagración de los primogénitos al Señor alcanza en Jesús un significado redentor, pues mira proféticamente a su inmolación como víctima que se ofrece en libertad a la pasión y a la cruz por la salvación de la humanidad alejada de Dios por el pecado y reconciliada en su sangre, como expone autor de la carta a los Hebreros, que dice: «Pues si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la ceniza de una becerra tienen el poder de santificar con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo…!» (Hb 9,13-14)

Tomando la consagración de los primogénitos al templo, consideremos nosotros que la consagración de vida de quienes siguen los consejos evangélicos se acomoda al modelo de Cristo, en una particular configuración con él, en alabanza de Dios misericordioso y en servicio a los hermanos. Esta consagración de vida responde ―tal como reza el lema de este año para la jornada de la Vida consagrada― al encuentro con el amor de Dios que precede a toda respuesta, en la fe y en el seguimiento de Cristo, a este amor de Dios, que ofrece su perdón al pecador y quiere nuestra salvación de todos. Es así, porque los designios de Dios para los hombres, dice el Señor por el profeta, «son pensamientos de paz y no de aflicción, de daros un porvenir de esperanza… Me buscaréis y me encontraréis, cuando me solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros…» (Jr 29,11b-14a).

Jesús se ofrece al Padre por la salvación del mundo y, en esta ofrenda de sí mismo sometiéndose al designio de salvación de Dios, Jesús rescata a los que estaban destinados a la perdición por causa del pecado; como Dios rescató a los cautivos de Israel, entregados a la dispersión por haber desobedecido la ley del Señor. Aquella recuperación de los cautivos, que Dios recogió «de entre las naciones y lugares donde os arrojé» (Jr 29,14), y por donde estaban dispersados, era figura de la definitiva recuperación en Cristo del hombre perdido por el pecado y alejado de Dios.

Esto nos permite entender el contenido de aquel rito por el cual Jesús hubo de ser circuncidado y al tiempo rescatado como primogénito, sin perder la condición de consagrado al Señor, porque el amor del Padre por el mundo lo entregaba en obediencia perfecta a la pasión y a la cruz. Es lo que ponían de manifiesto las palabras proféticas de Simeón: «Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida…» (Lc 2,34).

Es la carta a los Hebreos la que hace la interpretación de la humillación del Verbo de Dios, haciéndose carne al tomar la naturaleza humana. Se coloca por debajo de los ángeles aquél que está sobre ellos, pero este abajamiento del Hijo de Dios tiene una finalidad sacrificial, cuyo contenido es la redención mediante el sacrificio que obtiene la expiación de los pecados. Tal fue la razón por la cual Cristo Jesús se despojó de su gloria, como afirma Pablo en la carta a los Filipenses, porque Cristo se abajó haciéndose por nosotros un hombre más, «obediente hasta la muerte de cruz» (cf. Fil 2,8).

La Iglesia celebra hoy la fiesta de la presentación del Señor, o – como solemos decir nosotros – la Virgen de la Candelaria. El Evangelio de hoy que acabamos de escuchar sucede algunos días después del nacimiento de Jesús. Es cuando María y José van con el niño al templo de Jerusalén para cumplir con las obligaciones de la ley judía. Se trata de la purificación de María y la presentación de Jesús en el templo.

En esta fiesta se recuerdan algunos misterios en cuyo centro están Jesús y María:

El primer misterio: la purificación de María. La ley de Moisés decía que la mujer, después del parto, cuarenta días después del nacimiento de un hijo varón (80 de una hija), la madre debía purificarse en el templo y dejar allí su ofrenda
Consumado el sacrificio, la mujer quedaba limpia de la impureza legal. En el caso de la gente pobre, no se exigía el cordero, sino dos palomas o tórtolas.

Sabemos que Cristo fue concebido sin mancha de pecado y que sus Madre permanecía Virgen. Por eso, a ella evidentemente no le correspondía esta disposición de la ley. Sin embargo, a los ojos del mundo, le obligaba el mandato. Y entonces, con toda humildad, como María es obediente en todo al Dios de su pueblo, se somete a esta ceremonia tradicional y hace la ofrenda de los pobres: dos palomas.

El segundo misterio la presentación de Jesús: Una segunda ley ordenaba ofrecerle a Dios al hijo varón primogénito. Desde la salida de Egipto, todo primogénito era propiedad de Dios. Y tenía que ser rescatado, mediante cierta suma de dinero. María cumplió también estrictamente con todas estas ordenanzas. Por supuesto, Cristo estaba exento de esa ley, ya que es el Hijo de Dios. Sin embargo quería darnos ejemplo de humildad, obediencia y devoción al renovar públicamente la propia oblación al Padre.

El encuentro con Simeón y Ana. Al realizar los ritos previstos en el templo, se encuentran con dos personas fuera de lo común: Simeón y Ana. Los dos son ancianos de años, pero jóvenes de alma. Son personas sabias y piadosas. Forman parte del “resto de Israel”, es decir, del pequeño círculo de verdaderos israelitas que están aguardando los tiempos mesiánicos. Son los que siguen confiando con todo su corazón en las promesas sobre el Mesías y que por eso lo están esperando con ansias como el gran Salvador de su pueblo.

No es difícil imaginar el inmenso gozo de estos dos ancianos, que antes de morir pueden ver y tocar al Mesías.
El bendito Simeón recibió en sus brazos al anhelado y alabó a Dios por la felicidad de contemplar al Mesías. Predijo el dolor de María y anunció que se salvarían todos los que creyeran por medio de Cristo.

La profetisa Ana también compartió el privilegio de reconocer y adorar al recién nacido Redentor del mundo. Éste no podía ocultarse a los que lo buscaban con sencillez, humildad y fe ardiente. Sus palabras proféticas le hacen comprender a María y a José el gran destino de este niño recién nacido. Ellos no sabían todo desde el comienzo. Paso a paso, Dios les revela todo lo que tienen que saber sobre Jesús. Sólo paulatinamente se les abren los ojos sobre el misterio de Él. Y Simeón y Ana son unos de los primeros instrumentos para ello.

 ¿Cuál es el mensaje, la profecía que el anciano Simeón les entregaba? “Mis ojos han visto al Salvador”. Jesús es el Salvador, el Mesías esperado. Su misión será salvar a todos los hombres de la servidumbre del pecado.

Y entonces Simeón distingue dos clases de hombres, según la costumbre de aquel tiempo: los paganos y los judíos: Este niño va a ser “luz para alumbrar a los gentiles”, es decir, va a ser el Salvador no sólo de los judíos, sino también de los paganos. Decir esto y además en el templo mismo de los judíos, fue como un escándalo.

Y en segundo lugar, este niño será también “gloria del pueblo Israel”. Gloria, honor porque el Salvador de todos los pueblos proviene de Israel.

Después Simeón revela las consecuencias que trae la misión de ese niño, su misión de Salvador: “Será causa tanto de caída como de resurrección para muchos”, “será como una bandera discutida”. Muchos judíos esperan a un Mesías político que los libere de la opresión política de los Romanos. Por eso no podrán aceptar a un Salvador religioso que querrá liberarlos del pecado.

Jesús va a separar los espíritus en su propio pueblo. Va a ser causa de caída para los que no le creen, los que no quieren seguirle, los que no le hacen caso. Eso vale también para todos nosotros: también de cada uno de nosotros se exige una decisión a favor o en contra del Señor.

Para los que creen en Él, será causa de resurrección, de salvación y de felicidad eterna. Así en Cristo realmente se separan los espíritus, se dividen los hombres. Con el nacimiento del Mesías se acercan tiempos transcendentales, tiempos de decisión para Israel y todos los pueblos.

Finalmente agrega una palabra dirigida directamente a la Sma. Virgen: “A ti una espada te traspasará el alma”. Su destino estará unido íntimamente con el de su Hijo. Estará a su lado, como compañera y colaboradora de Jesús. Y llegará un momento culminante, en esa lucha de su Hijo por cumplir su gran misión: un momento que llenará su alma maternal de dolor y de sufrimiento, como una espada le atravesará.

Simeón le anuncia aquí la hora del Calvario que Ella sufrirá al pie de la cruz de su Hijo.

Pienso que después de este encuentro con los dos ancianos, María y José salieron del templo y habrán vuelto silenciosos, ensimismados y hasta preocupados. Al mirar al niño ya no ven sólo su rostro feliz, sino también su misión tan grande y pesada: será el Salvador no sólo de Israel, sino de todos los hombres y de todos los pueblos. Pero será también un signo de contradicción: salvación y resurrección para unos, ruina y condenación para otros. E intuyen también que ese destino lo llevará necesariamente a sufrir mucho por sus hermanos. Y se dan cuenta de que también ellos mismos han de sufrir con Él.

Y todo esto iba a ser como una espada en el alma de María. Veían la espada en el horizonte, una espada enorme y ensangrentada, segura como la maldad de los hombres, segura como la voluntad de Dios. Y con esos presentimientos vuelven a Nazaret.

El nacimiento del Mesías no sólo es alegría y gozo. Es también anuncio de lucha contra el enemigo de Dios, contra la debilidad y la resistencia del hombre. Y, finalmente el anuncio de la cruz, que, es humanamente un gran fracaso, pero en realidad se convertirá en la victoria definitiva de Cristo sobre el pecado, el diablo y la muerte.

Hoy celebramos también la Jornada de la Vida Consagrada, instituida por el Papa San Juan Pablo II, que en el mensaje de la primera Jornada de la Vida consagrada (Juan Pablo II, Mensaje para la primera jornada de la vida consagrada, 6 enero1997), decía con sus palabras que pretendía alcanzar tres importantes objetivos. En primer lugar, alabar al Señor y darle gracias por el don de la consagración de vida, que radicaliza la consagración bautismal iluminando la vida de los cristianos y de cuantos reciben la luz del testimonio de Cristo, que brilla con especial brillo en la vida de los que siguen en radicalidad los consejos evangélicos. Promoviendo, en segundo lugar, con esta Jornada un mejor conocimiento de la vida de consagración en la Iglesia, con las muchas obras de amor que acompañan la vida religiosa y de especial consagración en general.

Finalmente, en tercer lugar, san Juan Pablo II quiso que esta Jornada fuera motivo de descubrimiento de la belleza que acompaña una vida de consagración como vida entregada a Dios y a los hombres. Belleza que es obra del Espíritu Santo, autor de los carismas y sujeto divino que sostiene con su gracia la vida de consagración, obrando en la vida consagrada como obró en María el prodigio de dar a luz al mundo al Redentor.

La Jornada Mundial de la Vida Consagrada, un día en el que recordamos a todas las personas de consagración como religiosos y religiosas, de vida contemplativa en la clausura o en vida activa en tantas y buenas actividades.

En nuestra Diócesis hemos tenido siempre  buenos religiosos y religiosas. Y en la actualidad, gracias a Dios que los llama y a ellos y ellas que nos sirven en tantas actividades como colegios, residencias, Caritas, casa espiritual, etc. tenemos la suerte de contar con ellos y ellas para nuestro bien. Así, en estos tiempos tenemos entre los religiosos a los Hermanos de La Salle y los Religiosos del Verbo Encarnado, y entre las religiosas las de clausura las Canónigas Regulares de San Agustín, y de las activas las Agustinas del Amparo en Vila y Sant Jodi, las Carmelitas Misioneras en Es Cubells, las Terciarias Trinitarias en Santa Eulalia y en San Antonio, las de la Congregación de Marta y María en Dalt Vila y en la Residencia de Reina Sofía y Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará en Formentera y en Vila.

Con el buen servicio que hacen en nuestras Islas esta Jornada de Vida Consagrada   es una ocasión para promover el conocimiento y la estima de la vida consagrada como forma de vida que asume y encarna el encuentro con el amor de Dios y con los hermanos, desde cada carisma fundacional. En este día damos gracias a Dios por todas las personas de especial consagración, presencia elocuente del amor de Dios en el mundo.  Oremos por todas las personas consagradas de nuestra diócesis para que mantengan viva la grandeza del don recibido y vivan coherentemente su misión en la Iglesia y en el mundo, propiciando el encuentro con el amor de Dios uno y trino.

El buen servicio lo hacen porque acogiendo su vocación los consagrados están llamados sobre todo a ser hombres y mujeres del encuentro. Su vida consagrada es la respuesta al encuentro personal con el amor de Dios en Cristo, que se hace envío y anuncio. De hecho, la vocación de especial consagración a Dios no surge de un proyecto humano sino de una llamada del Señor, de una gracia de Dios que alcanza a la persona en el encuentro con el amor de Dios en Cristo que cambia y transforma su vida.

Quien encuentra verdaderamente a Jesús, su vida queda transfigurada por la alegría de este acontecimiento. Cristo Jesús es la novedad que hace nuevas todas las cosas. Quien tiene la dicha de este encuentro se convierte en testigo y trabaja para hacer posible a los demás este encuentro con Cristo. Los consagrados están llamados a ser signo concreto y profético del amor cercano de Dios, compartiendo la condición de fragilidad y las heridas del hombre de nuestro tiempo.

Todas las formas de vida consagrada, cada una según sus características, están llamadas a vivir en permanente estado de misión, compartiendo “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (GS, 1). Quien ha sido tocado y se deja tocar cada día por el amor de Dios está cercano a los problemas de la gente y ‘sale’ -aunque viva en la clausura- a las periferias geográficas y existenciales; no se detiene ante los obstáculos y las incomprensiones de los demás, porque mantiene el ardor del amor primero; y tiene siempre en el corazón una viva inquietud por el Señor y un deseo vehemente de llevarlo a los demás, como lo hicieron María y José en el templo.

Quiera el Señor bendecir este don admirable de la consagración de vida de tantos miles de hombres y mujeres, que por el Evangelio lo han dejado todo, para seguir a Jesús por los caminos de la pobreza, la castidad y la obediencia, para alabanza de Dios y servicio de los hombres. Así, pues, en con ocasión de esta Jornada, felicitación y gratitud a los religiosos y religiosas que viven y sirven en Ibiza y Formentera. Que María, Virgen de vírgenes y Madre de la Iglesia lo obtenga de su divino Hijo para todas las personas de vida consagrada.

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