1.- Un Año más, y son ya más de siete siglos, casi ocho, que nos damos cita en este templo, primer templo en dignidad y cronología de Ibiza y Formentera para celebrar esta buena y grande fiesta de la Virgen de las Nieves, recordando que, con la vuelta de Ibiza y Formentera en el año 1235 al cristianismo, elemento constitutivo y multisecular de su identidad, fue la Virgen María, bajo esa advocación de las Nieves quien es Madre y Protectora de Ses Illes Pitiuses.
En efecto, cuando al inicio del mes de agosto de 1235 las tropas cristianas entraron en Ibiza, devolviéndola a la cultura cristiana a la cual había pertenecido ya en siglos pasados y que después se había perdido. En aquel momento aquellos conquistadores, devotos de la Virgen María, quisieron dedicarle el primer templo aquí en esta ciudad a la Virgen María bajo la advocación de esos días, que era y es el título de las Nieves. Y así desde entonces existe este templo, que en estos siglos ha ido creciendo y ahora es la Catedral,
Así pues, nos reunimos con alegría y satisfacción en este templo, monumento más antiguo de los que están en uso en nuestras tierras, rico de historia, y en nuestros días un lugar muy visitado cada mes por quienes vienen a esta Isla. Yo que tengo la suerte y la alegría de estar aquí todos los días veo con satisfacción cuantos turistas entran dignamente aquí y los bellos gestos que hacen también de cara a la imagen de la Virgen.
Hoy el templo está bellamente adornado por flores, signo de amor y devoción a la Madre de Dios que es también, porque así se lo pidió Jesús desde la Cruz, madre espiritual nuestra. Y así, participando dignamente hoy aquí en esta fiesta religiosa le ofrecemos los dones que más le agradan: nuestra devoción, nuestro amor, y nuestra oración, esa que cada uno de nosotros hacemos desde nuestro corazón y nuestro sentimiento y que encomendamos a su poderosa y materna intercesión.
Con la oración expresamos nuestro agradecimiento de todo lo bueno que hemos recibido, especialmente el don de la fe, la esperanza y la práctica de la caridad y suplicamos los nuestras diferentes necesidades, por nuestras familias, por nuestra salud, por el trabajo,
Y así la devoción a la Virgen de las Nieves es una buena actividad de muchas personas aquí. Por ello, un preclaro hijo de esta tierra, gloria de las letras y canónigo que fue de esta Catedral, Mons. Isidor Macabich, nos enseñó a cantar un himno cuyo texto hace salir la más filial y tierna emoción: “Set segles fa que vostro cor mos mostra que son llum y gombol del vostros fills…Mare del Bon Amor, Verge María, regnau en nostro cor”
Así pues, con la emoción que ha caracterizado a los ibicencos desde hace más de siete siglos, con el filial amor de los buenos hijos de esta tierra, con la fe y devoción propia de los cristianos, un año más, pues, celebramos hoy esta fiesta a la Virgen.
2.- Os saludo con afecto y estima a todos los que estáis aquí presentes, que habéis acudido en un gran número. A vosotros, mis hermanos sacerdotes, colaboradores en la fascinante tarea de ayudar y conducir al pueblo cristiano por las sendas del amor y de la paz y de presentar a todos el mensaje del Evangelio, fuente de la vida.
También a todas las autoridades civiles y militares presentes, al Muy honorable Señor Presidente del Consell Insular d’Eivissa y demás Consellers, a los Alcaldes y concejales de los municipios, a los parlamentarios, a las autoridades militares y del Cuerpo Nacional de Policía.
Saludo también a los obreros de las parroquias, que con su presencia y las banderas son portadores aquí del afecto y del amor de las distintas parroquias a la Virgen de las Nieves.
A todos los demás aquí presentes, coro, músicos, a todos en general sin excepcional a ninguno, mi saludo colmado de afecto y estima, siempre creciente con el paso de los años.
Con vuestra buena presencia me da gusto repetiros el texto de una canción tradicional de Italia, que a mí me gusta mucho, y que dice:
“A la casa de la Madre hemos venido hoy desde lejos; Esta casa irradia desde sus muros un mensaje antiguo y nuevo. Es la casa del anuncio, es la casa del misterio, el amor vino con Ella a nosotros. Ella nos llama a su casa para ofrecernos una caricia. Ella nos acoge como madre y nos conduce hacia la salvación. ¡Como es hermoso venir a la Casa de la Madre!”.
Así, pues, todos bienvenidos.
3.- Hemos escuchado en el Evangelio proclamado hoy que desde el árbol de la Cruz, Jesús, dirigiéndose a su Madre le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y después, dirigiéndose al discípulo le dijo: “Hijo, ahí tienes a tu Madre” y desde aquel momento el discípulo Juan la recibió y la acompaño siempre.
Dar a su Madre como Madre espiritual de todos fue un regalo más de Jesús, hecho desde la Cruz. Jesús, que disfrutó de Maria, con el amor que tiene a la humanidad que quiere y ayuda, le encargó pues, que fuera también Ella ayuda para la humanidad.
En el Evangelio de San Lucas, que fue uno que conoció y trató mucho a la Virgen, nos da muchas enseñanzas de esas cosas buenas que hizo María con Jesús. En ese Evangelio se nos presenta María como una joven sencilla, pobre, humilde, poco conocida en su pueblo, pero era una mujer que rezaba y hablaba con Dios. Y así, cuando un día en su oración se le apareció un ángel que le hizo una propuesta, Ella responde con un “sí” absoluto, total, sin reservas: Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra. Da un “sí” a Dios y su vida, desde aquel entonces se establece en un cumplir el “sí” que ha dado a Dios. María se encuentra a deber afrontar la nueva situación que su “sí” a Dios ha provocado.
¿Dónde llevó a María el “sí” dado a Dios”?
Pues en primer lugar a la práctica de la caridad: Dios es amor, y lo primero que nos pide Dios es que ejerzamos el amor, no otras cosas: el amor como es el amor de Dios. Y así, María se pone en camino a servir a su prima Isabel. Toma sencillamente una lógica y teologal decisión: Ya que el ángel le ha dicho la situación de su prima Isabel, de avanzada edad, como contagiada por el misterio de amor que ha germinado en su seno, se pone a amar y se dirige a ayudar a su prima Isabel. El “sí” a Dios lleva a la caridad.
Pero no se acaban ahí las consecuencias de “sí”. El “sí” conduce a Belén, experimentar la pobreza, no la miseria, sino el buscar la fuerza no en los medios materiales sino en Dios y en sus planes y, por eso, va a Belén y su Niño, nuestro Redentor, no nace en un palacio sino en una gruta. La respuesta de María es siempre la fe, una fe que no discute. María no tiene nada que oponer ni comentar: ¡sencillamente cree!
El “sí” dado a Dios lleva a proteger y defender la familia de los ataques, incluso si esos ataques provienen de la legislación pública. Herodes, rey y legislador, decreta eliminar a los niños menores de dos años de Belén y alrededores, y María salva al Niño que Dios le ha confiado, aunque ello suponga la dureza de un exilio en Egipto.
El “Sí” dado a Dios nos da fuerza también para afrontar las pruebas. Una madre como ella tiene no sólo que afrontar la persecución de Herodes; también cuando en el Templo de Jerusalén Jesús se pierde y al encontrarlo le manifiesta claramente su misión abierta y al servicio de todos. María entiende, sin embargo, que su hijo no es únicamente para Ella; entiende que no tiene derecho a apropiárselo todo para ella; entiende que amar no es sólo poseer, sino también y sobre todo dar. María todo esto lo sabe y nos lo recuerda con su vida. Cuando Jesús en sus años de vida pública recibe a su Madre la alaba por ser persona de fe que actúa con la fuerza de esa fe: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 11,28).
El “sí” dado a Dios lleva a hacer lo que Él diga (Jn 2,5) y a anunciarlo así a los demás. En Caná de Galilea, durante un problema en el convite de la boda, María, mujer llena de caridad, de atención hacia los demás no se queda no se queda parada, pues está acostumbrada a resolver los problemas. Se dirige a su Hijo y dice a los encargados: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Son éstas las últimas palabras de María que nos dice el Evangelio, las palabras de una súplica, una súplica que nos hace a nosotros para que seamos no sólo seguidores de Jesucristo sino también anunciadores de su Reino.
Finalmente, su “Sí” a Dios la lleva a estar en la hora del amor. Respetando el “sí” dado, siguiendo a Jesús, María se encontró a los pies de la Cruz: ese es el camino de la fe. María escuchó el grito: “Crucifícale” (Jn 19,15). Y decían eso de su Hijo. Era su Hijo. Pensemos bien en eso. María vio las burlas, los insultos y los maltratamientos; vio la cruz preparada, oyó los golpes del martillo y le vio retorcerse de dolor en la Cruz.
Hemos oído como el evangelista Juan escribe: “Junto a la Cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y la otra María, la de Magdala” (Jn 19,25
Y Jesús se dirige a su Madre, una vez más, y la invita a caminar en el último y decisivo tramo de la fe: “Jesús, viendo a su Madre, y al lado al discípulo que tanto quería, dijo a la Madre: ¡Mujer, ahí tienes a tu hijo! Y después dijo al discípulo: ¡Ahí tienes a tu Madre!” (Jn 19, 26-27). ¿Qué significan esas palabras pronunciadas en el momento más grande de la historia? ¿Qué significa la entrega hecha por el Hijo del hombre a la más grande Madre de los hombres? ¿Qué significan en un momento en el que todo es mensaje, es enseñanza, es lección?
Jesús quiere decirle a la Madre: “Madre, no llores, no llores por mí: tú sabes que Dios es amor, tú ves el amor de Dios porque sabes ver donde ningún otro puede ver. Madre, ¡ama con el amor mismo de Dios! ¡Sé Madre, más aún, yo te lo digo, tú eres madre!
Y como María acogió en el corazón el Amor de Dios, se convierte en la más grande presencia del Amor de dios en el desierto de amor de la humanidad. Desde entonces, María es en Cristo oración viviente por cada uno de nosotros. María es, desde entonces, la que intercede por nosotros en cada lugar del mundo. Esa es su misión materna. ¡Para siempre!
Que en Ibiza y Formentera sigamos experimentando, como desde hace ya más de siete siglos, la presencia de María que nos ayuda, nos enseña, nos guía hacia su Hijo, nos conserva en la Iglesia e intercede, como Madre, por nosotros. Ella nos mira y nos quiere como Dios la miró a Ella.
4.- La Madre nos mira como Dios la miró a Ella, joven humilde de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo, pero elegida y preciosa para Dios. Reconoce en cada uno la semejanza con su Hijo Jesús, aunque nosotros seamos tan diferentes.
Queridos hermanos y hermanas, este es el mensaje que recibimos aquí, a los pies de Santa María. Es un mensaje de confianza para cada persona de esta ciudad y de cada pueblo de nuestra diócesis. Un mensaje de esperanza que no está compuesto de palabras, sino de su misma historia: ella, una mujer de nuestro linaje, que dio a luz al Hijo de Dios y compartió toda su existencia con él. Y hoy nos dice: este es también tu destino, el vuestro, el destino de todos: ser santos como nuestro Padre, ser inmaculados como nuestro hermano Jesucristo, ser hijos amados, todos adoptados para formar una gran familia, sin fronteras de nacionalidad, de color, de lengua, porque existe un solo Dios, Padre de todo hombre.
¡Gracias, oh Madre, Virgen de las Nieves, Inmaculada Madre de Dios y de la Iglesia, por estar siempre con nosotros y acompañar el camino de los ibicencos y formenterenses! Vela siempre sobre nosotros: conforta a los enfermos, alienta a los jóvenes, sostén a las familias. Infunde la fuerza para rechazar el mal, en todas sus formas, y elegir el bien, incluso cuando cuesta e implica ir contracorriente. Danos la alegría de sentirnos amados por Dios, bendecidos por él, predestinados a ser sus hijos.
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