CASA GENERAL DE LAS
HERMANITAS DE ANCIANOS DESAMPARADOS
15de junio de 2017
Nos reunimos hoy y ahora en esta capilla de la Casa General de la Congregación para ofrecer esta Santa Misa en sufragio de la Madre Edesia del Sagrado Corazón de Jesús, que a sus casi 92 años de edad, de esos 74 vividos como Hermanita de los Ancianos Desamparados, ha sido llamada a completar su vida en la tierra.
Su muerte anteayer nos ha cogido a todos después de haber celebrado el tiempo Pascual, ese tiempo en el que cantamos a la vida, recordando la resurrección de nuestro Divino Salvador, cuya vida se hizo visible y efectiva gracias a la acción del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María. Todos nosotros hemos nacido por obra de Dios con la colaboración de nuestros padres.
El cristiano está llamado a creer, afirmar y enseñar que para él la muerte no es muerte, no es un final, sino que la muerte física es el inicio de una vida nueva que no terminará nunca. Si nos fijamos bien, en los textos que la liturgia emplea en las celebraciones de las exequias hay una palabra que se pronuncia muchas veces y esa es la palabra vida. Tanto que se podría decir que los funerales no son la celebración de la muerte, sino la celebración de la vida.
2. La Madre Edesia nació en Esperante -Chantada (Lugo) el 29 de junio de 1925: casi 91 años de edad. Realizó sus etapas de formación en Palencia: Emitió su profesión temporal el 30 de abril de 1943 Y los Votos perpetuos en Palencia el 15 de octubre de 1946.
Muy pronto, a los 6 años de su profesión perpetua, fue enviada a Lima (Perú), de secretaria provincial. Después de 22 años, en los que también ejerce el cargo de Superiora, vuelve a Valencia y es nombrada Superiora provincial de la nueva provincia de Burjasot, erigida canónicamente el 11 de enero de 1975, ejerciendo el mismo cargo en dos provincias más, hasta que el 12 de marzo de 1987 es elegida Superiora general, cargo que ejerce durante 18 años.
Fue un alma de mucha vida interior, humilde, sencilla, sacrificada, callada; le gustaba pasar desapercibida, de natural bondadoso y muy amante de la paz, que reflejaba en su semblante, hasta en los momentos difíciles de su enfermedad. Que el Señor le conceda el premio a sus desvelos por la Congregación.
Respondiendo a la llamada del Señor, ha vivido 74 años como miembro de la Congregación. Y viviendo como tal, siguiendo la acogida del mensaje divino a Santa Teresa de Jesús Jornet y del Venerable Saturnino López Novoa, se es feliz, se hace el bien y se ayuda a los demás. Cada uno de nosotros, que hemos tenido la suerte de conocerla y tratarla, pues nos ha hecho bien, nos ha dado felicidad y hemos recibido ayuda.
Cada uno, pues, podría contar tantas cosas buenas en este sentido de la Madre Edesia. Yo personalmente empecé a conocer y tratar esta Congregación gracias a ella. En efecto, mi primer contacto con ella fue en la Navidad del año
1993, cuando habiendo venido a Valencia desde Mozambique, donde yo estaba entonces destinado, a causa de la muerte de mi padre, vine aquí y siendo entonces ella Superiora general le pedí que las Hermanitas vinieran a Mozambique para atender a los ancianos. Lo pensó, lo consulto, y lo organizó, y así, desde entonces gracias a su gestión allí se atiende a los ancianos en dos casas y jóvenes de aquel país han entrado a formar parte de la Congregación. Y todo eso a mí me ha producido la alegría de tratar a la Congregación y aprender tantas cosas buenas de su estilo de vida y acción.
3. Celebrar este funeral de la Madre Edesia es antes que nada un momento particular e intenso de fe. Aquí estamos una porción
considerable de miembros de la Congregación, sacerdotes y fieles, reafirmando nuestra fe en la resurrección. «Creo en la
resurrección de los muertos. Creo en la vida eterna. Amén«. Decimos cada domingo en la celebración de la Misa. Lo creemos y decimos porque la Palabra de Dios nos lo dice y enseña. «Si estamos unidos a Cristo con una muerte como la suya, lo estaremos también en una resurrección como la suya» (Rm 6,5). Los cristianos no somos como los otros que no tienen esperanza (1Tes 4,12). Al contrario, delante de Cristo crucificado aceptamos la certeza de nuestra muerte y de su misterio, pero conscientes de que nuestra muerte ha sido vencida por la muerte de Cristo, y con su resurrección nosotros adquirimos una vida sin fin. Que este sea un momento de fe que no estamos para celebrar una separación o una despedida. Si lo hiciéramos así no seríamos cristianos. Estamos sencillamente acompañando a una hermana nuestra, a una religiosa, a su morada eterna, con la convicción profunda de que con su espíritu está en la Casa del Padre. Y casi casi le estamos diciendo: «Madre Edesia, estamos aquí junto a tu cuerpo que ha sufrido por los años y la enfermedad. Estamos en comunión contigo que ya estás en la otra orilla de la realidad para que nos marques el camino que lleva serenamente allí.» Su camino fue la asunción de responsabilidades de la Congregación que le fueron confiando para el bien de esta viña del Señor.
Hoy y ahora, como formando una corona alrededor de su cadáver, le decimos: Madre Edesia, continúa interesándote por la Congregación y sus miembros y obras. Ahora, desde el paraíso, ante Dios lo puedes hacer con mayor libertad, con mayor conciencia, con mayor fecundidad, porque delante del Señor, sin velos ni tapujos, puedes pedirle por todos nosotros
para que podamos ser cada vez más fieles a los planes unos proyectos de Dios sobre nosotros.
4. Es un momento de fe, pero también un momento de esperanza. Esperanza en lo que creemos: la entrada en el paraíso, confiando que se haya hecho realidad para la Madre Edesia. Creemos nosotros que donde ha entrado Jesús, que es la cabeza, entran cada uno de los que son miembros. Esperemos que un día eso sea una realidad para cada uno de nosotros, como lo ha sido ya para la Madre Edesia.
La esperanza nos anima a pensar, además, que ninguna muerte es inútil, pues el Evangelio, siempre y en todas partes buena noticia, nos enseña que «si el grano de trigo muere, produce mucho fruto”.
Encomendamos, pues, la muerte de la Madre Edesia a Dios pidiéndole que produzca muchos frutos, el primero de los cuales un incremento de la vida espiritual de los miembros de la Congregación y los asistidos a los que ella ha servido, ha amado, ha honrado con sus obras y sus palabras, y desde la vida nueva ayude a promover muchas y buenas vocaciones.
5. Nuestra celebración además de un acto de fe y esperanza, es también un acto de caridad. Un de las obras de misericordia es orar por los difuntos. Estamos aquí porque cada uno de nosotros, a su manera y con su estilo, ha querido a la Madre Edesia del Sagrado Corazón de Jesús.
Demostremos ahora ese amor del modo más elevado, noble y sublime que podemos hacer: con la oración de sufragio. Dios, nuestro Padre nos permite ahora ofrecer este sufragio que es una gracia para ella y un mérito para nosotros. «Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean absueltos de sus culpas» dice el libro de los Macabeos.
Llegados a este punto de nuestra reflexión, viene espontáneo el sentimiento de acción de gracias. Gracias a Jesús, porque su
sufrimiento nos ha alcanzado la salvación. Del Calvario, de sus
sufrimientos paciente y amorosamente aceptados surge para todo el mundo la salvación.
Gracias a la Madre Edesia porque es legítimo pensar que sus sufrimientos pasados por ella son de utilidad para la Congregación, para su familia terrena, uniendo sus sufrimientos a los de Cristo. Por eso, su misión no ha terminado. Su con su muerte física han acabado sus sufrimientos humanos y limitaciones, no por ello deja de estar cercana a los suyos ayudándoles y amándoles de un forma nueva, considerando que está ante la gloria junto al Señor Resucitado.
Nuestra querida religiosa está ahora más cerca de Dios y nadie la podrá separar del amor de un Padre tierno y misericordioso que paga a cada uno su merecido. Así es. En torno a su cuerpo mortal es verdad que sentimos una pena, pero también el convencimiento de que ha comenzado una vida nueva, una vida que es eterna.
Que la oración que elevamos en torno a esta ataúd que contiene su cuerpo terreno sea un acto de gratitud por todo el bien que nos ha hecho, y a la ve una confesión valiente de nuestra fe en la certeza de la resurrección.
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