«El Reino de Dios que Jesús anunciaba no es algo ajeno a las realidades de la vida, es el resultado del encuentro entre el «cielo» y la «tierra»: la civilización del amor con la civilización de lo contingente.
En este sentido, el Reino de Dios no se realiza a un nivel distinto de lo que es el vivir cotidiano. Y no es algo que se sitúa exclusivamente en el «más allá» de la vida, sino que empieza aquí acogiendo los valores del Reino y plasmándolos en las tareas humanas. Por eso, los logros, las salvaciones parciales que se van consiguiendo aquí y ahora y poco a poco, son también signo de esa salvación definitiva que Dios va a dar a los hombres y mujeres. Y son más que signo: anticipan el Reino.
Consecuentemente, podemos decir que la salvación comienza en la «tierra» y termina en el «cielo». Comienza en lo humano, cuando el creyente se transforma y transforma todo lo que es realidad negativa de la vida; el pecado, en cualquiera de sus manifestaciones, personales o sociales; las condiciones negativas de la existencia que se modifican con el esfuerzo, el progreso, la investigación, la ciencia y la técnica; y termina en el «cielo» donde se encuentra la culminación del proceso en el que la persona entra cuando hace suya la llamada de Jesús a construir el Reino.
En estos tiempos de dificultad pandémica nosotros, las personas que no nos dedicamos a la investigación, a la ciencia y a la sanidad ¿cómo podemos contribuir de una manera decidida a modificar las condiciones negativas que nos rodean?
En los tiempos presentes la mejor manera de contribuir y ayudar a vencer el mal hecho presente en la Covid 19 es mediante la esperanza.
Tener esperanza es saber esperar un mundo nuevo, una realidad diferente que llegará por el compromiso de cada cristiano en un ámbito de la realidad humana. Y particularmente en estos tiempos en el ámbito de la caridad y de la solidaridad. Y también, y muy necesario, en el respeto extremo a las normas de convivencia establecidas para doblegar la pandemia.
«La esperanza, junto con la fe y el amor, basan la vida del cristiano»
La esperanza, junto con la fe y el amor, basan la vida del cristiano. Basan la vida de todo hombre y mujer con independencia de sus creencias religiosas y políticas. Ahora bien, ¿cómo hay que entender la esperanza? ¿Es lo mismo que pasividad? La esperanza es una actividad, no una situación de pasividad. Y en este sentido tiene muchos puntos en común con la esperanza que subyace en muchos humanismos, explícitamente ateos, de nuestra época que reclaman mejorar la vida del hombre. Analizar, esclarecer, deducir, discernir, asumir, realizar… Reflexión y acción comunitarias se entrelazan dando forma a un pensamiento y a una praxis que no pretende ser un camino más entre las grandes ideologías del mundo moderno sino, más bien, una instancia de confrontación permanente con la realidad social tratando de indicar un horizonte superador de las realizaciones del acontecer humano con sus limitaciones. Pero la esperanza como virtud humana va más lejos, y también más cerca. Por eso tiene un carácter práctico, de compromiso, de acción. La esperanza es una invitación en los momentos actuales a ser ciudadanos responsables, empresarios y trabajadores comprometidos que van al unísono, políticos que reman en una misma dirección, agentes sociales que trabajan por defender a los más débiles y vulnerables, e Iglesia que está juntos a todos, especialmente junto a los pobres, a los que sufren, a los que lloran».
D.Vicente Ribas Prats
Administrador Diocesano
Párroco de Santa Eulalia y San Mateo