Nos reunimos en esta mañana del Jueves Santo para celebrar la Santa Misa Crismal, celebración en la que los sacerdotes renovaremos las promesas que hicimos el día de nuestra ordenación sacerdotal y tenemos esta celebración en nuestra Santa Iglesia Catedral, donde desde el pasado 13 de diciembre tenemos y veneramos la Puerta Santa de la Misericordia.

Es hermoso y consecuente que estemos reunidos los sacerdotes, vosotros queridos hermanos que día a día, año a año, hacéis el bien de la transmisión de la fe, la práctica de la esperanza y el ejercicio de la caridad en Ibiza y Formentera cumpliendo así el encargo que, como expresión de su amor a nuestras Islas, os ha hecho Dios.

Junto a esa hermosura se ve también la hermosura de la asistencia de vosotros, religiosos y religiosas y de vosotros fieles de nuestras parroquias, que manifestáis así el amor y la estima a los sacerdotes, oráis por ellos y estáis llamados a colaborar, desde vuestra vocación personal y con las cualidades que a cada uno os ha dado el Señor.

En esta celebración hemos escuchado la Palabra de Dios, y después los sacerdotes renovarán sus promesas y compromisos y finalmente bendeciremos los óleos sagrados de catecúmenos, enfermos y el santo crisma. Vamos un poco a considerar estos tres acontecimientos. Y considerándolos bien para que sean, para cada uno de nosotros, un enriquecimiento y una buena ayuda para vivir este gran acontecimiento que es Triduo Pascual que celebraremos estos días, a partir de esta tarde.

Las lecturas que hemos escuchado se concentran en Cristo, del cual vamos a celebrar esta tarde su Santa y Última Cena, con la institución de su presencia permanente en la Eucaristía y la institución del sacerdocio. Así, en la primera lectura se nos ha recordado para qué ha venido el Mesías al mundo; «El Señor me ha enviado para vendar los corazones desgarrados» (Is 61, 1). A esa misión Dios tiene previsto agregar a los suyos, es decir, a nosotros, a todos sin excepción, pero de una forma especial a aquellos que serán llamados “Ministros de nuestro Dios” a los sacerdotes.Ya en el Antiguo Testamento, pues, aparece señalado un don que Dios hará a la humanidad para protegerla y ayudarla: el sacerdocio. El sacerdocio es, pues, para todos, una expresión del amor que Dios tiene por la humanidad.

El Apocalipsis habla de Jesús cómo del «testigo fiel» y al mismo tiempo como del «Primogénito de entre los muertos» y del «Príncipe de los reyes de la tierra» (cf. Ap 1, 5). Este es Cristo: Aquel que «nos ha librado de nuestros pecados por su sangre» (Ap 1, 5). Cristo, Redentor del hombre. Cristo, Redentor del mundo.

Jesucristo es así y lo cumplió. En este sentido, el Evangelio de Lucas que ha sido proclamado (Lc 4, 16-21) nos lo dice: Jesús, en la sinagoga de Nazaret, después de haber proclamado el fragmento de Isaías que también nosotros hemos proclamado, lo dice: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21). Jesús lo cumplió y ese cumplimiento lo prolonga a través de aquellos que forman parte de su Cuerpo. Unidos a Dios, recibiendo su gracia y su benevolencia, estamos llamados a ser, como Jesús, protagonistas de las obras buenas, no solo con palabras, sino con los hechos, con nuestra conducta de vida. Y una expresión de eso es vivir practicando la misericordia que Dios tiene con nosotros.

Nos ayuda a ser conscientes de ello y llevarlo a la práctica en el Año Jubilar de la Misericordia que estamos viviendo como un don, como una gracia.

Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

En el Antiguo Testamento podemos ver la misericordia del Padre desde el primer momento: crea a la humanidad, le perdona los pecados, no busca venganza sino restablecer el trato y la confianza mutua. Cuida a su pueblo. Así es Dios. Y por eso, después, encarnado en Jesús de Nazaret, continua siendo misericordioso como siempre y predicando la misericordia como un distintivo de la vida cristiana, más aún, una característica fundamental y esencial del ser cristiano. Hay en la predicación de Jesús una serie de sentencias con las que instruye en  la misericordia a sus discípulos, que hoy estamos llamados a ser nosotros; en sus obras hay siempre una actitud de misericordia con todos: con pecadores, con hambrientos, con enfermos, con mujeres, con ciegos, cojos, ricos, pobres, etc. Tiene misericordia hasta desde la cruz.

Como nos ha recordado el Papa Francisco: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. “La vida terrena de Jesús, siguiendo las indicaciones del Padre, es todo un despliegue de amor y de misericordia frente a todas las formas de miseria humana, con todos aquellos que física o moralmente tenían necesidad de piedad y compasión, de ayuda y sostén, de comprensión y de perdón, por los que él no sólo acude a su poder taumatúrgico, sino que se enfrenta incluso con la mentalidad estrecha y hostil del ambiente con tal de hacer bien y sanar a todos (He 10,38). Médico de los cuerpos, por consiguiente, pero sobre todo de las almas (Mc 2,17; Lc 5,21), como lo demuestra su actitud llena de indulgencia y de favor con los pecadores, que encuentran en él un «amigo» (Lc 7,34), y con los que no tiene ningún reparo en tratar, a pesar de los recelos de muchos, llegando incluso a sentarse a su mesa (Lc 5,27-32; 7,36-50; 15,1-2; 19,1-10)».

Para ser agentes y practicantes de las obras buenas, hemos recibido los Sacramentos del bautismo, de la confirmación, y seguimos recibiendo la Eucaristía, se nos perdonan los pecados en la confesión, se organiza nuestra vida para formar una familia con el Sacramento del Matrimonio o vida ministerial con el Sacramento de la Ordenación o vida religiosa con la profesión de los votos. Y contamos también con el Sacramento de la Unción de los enfermos para ser ayudados cuando una enfermedad preocupa nuestra vida. Y en la recepción de esos sacramentos utilizamos los oleos bendecidos cada año en la Misa crismal.

La bendición de los óleos y la consagración del crisma, que se utilizarán este año en las Parroquias de Ibiza y Formentera nos ha de provocar ser conscientes del compromiso y de los efectos que para nuestra vida concede el haber recibido esos Sacramentos, así como nos ha de recordar a cada uno el compromiso de que la evangelización –a la que todos estamos llamados- sea eficaz y llegue a todos, de forma que reciban los sacramentos nuestros hermanos, los vecinos de nuestra Islas y quienes las visitan.

Uno de los óleos es el Santo Crisma. Con ese óleo serán ungidos los nuevos bautizados y se signará a los que reciben el sacramento de la Confirmación. También son ungidos los obispos y los sacerdotes en el día de su ordenación sacramental, así como la consagración de los nuevos templos. La importancia del Santo Crisma se encuentra en su aptitud especial por razón de su significado simbólico. Pues el aceite de oliva, siendo por su propia naturaleza rico, difusivo y durable, es apto para representar la efusión abundante de la gracia sacramental, mientras que el bálsamo, que le da los olores más agradables y fragantes, tipifica la dulzura innata de la virtud cristiana. El aceite también les da fuerza y flexibilidad a las extremidades, mientras que el bálsamo preserva de la corrupción. Así, la unción con el crisma significa idóneamente la plenitud de la gracia y la fortaleza espiritual por las cuales somos capaces de resistir el contagio del pecado y producir las dulces flores de la virtud. «Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo» (2 Cor. 2,15).

Con el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los bautizados se vigorizan, reciben la fuerza divina del Espíritu Santo, para que puedan renunciar al mal, antes de que renazcan de la fuente de la vida en el bautismo.

El óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua el apóstol Santiago, remedia las dolencias de alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza el mal y conseguir el perdón de los pecados. El aceite simboliza el vigor y la fuerza del Espíritu Santo. Con este óleo el Espíritu Santo vivifica y transforma nuestra enfermedad y nuestra muerte en sacrificio salvador como el de Jesús.

Los sacerdotes vais a renovar las promesas del día de la ordenación. ¡Renovemos las promesas y los compromisos, para que podamos, por Cristo, con Él y en Él, «llevar la Buena Noticia», «vendar los corazones desgarrados», «proclamar el año de gracia» y de la salvación!

Con esas promesas manifestamos claramente la figura del sacerdote católico: hombre de oración, siempre unido con Dios y en su presencia, entregado siempre al cuidado de la porción del Pueblo de Dios que le ha sido confiado, atento a las contaminaciones que el pensamiento mundano puede provocar a las almas, advirtiéndolas y defendiéndolas; persona dócil y obediente a las normas del Magisterio y de la disciplina eclesiástica, practicante y piadoso en las celebraciones litúrgicas, particularmente en la Santa Misa; persona anhelante y deseosa de cumplir la voluntad de Dios en la propia vida, guía moral del pueblo y atento a su crecimiento a través del Sacramento de la Penitencia y la dirección espiritual, adecuado a las acciones evangelizadoras; persona que en la Eucaristía y en la devoción a la Virgen María y a los Santos siente la raíz y el centro de toda su vida.

Con ese estilo de vida, establecido por Jesús, trabajamos para que los cristianos no vivan desorientados o en el error, siendo para ellos guías morales y prácticos.

El canon 275 nos dice claramente: “Los clérigos, puesto que todos trabajan en la misma obra, la edificación del Cuerpo de Cristo, estén unidos entre sí con el vínculo de la fraternidad y de la oración, y fomenten la mutua cooperación, según las prescripciones del derecho particular.

         § 2.    Los clérigos deben reconocer y fomentar la misión que, por su parte, ejercen los laicos en la Iglesia y en el mundo.” Y eso se concreta en unos hechos en el canon siguiente:

276 §1.     Los clérigos en su propia conducta, están obligados a buscar la santidad por una razón peculiar, ya que, consagrados a Dios por un nuevo título en la recepción del orden, son administradores de los misterios del Señor en servicio de su pueblo.

       § 2. Para poder alcanzar esta perfección:

1 cumplan ante todo fiel e incansablemente las tareas del ministerio pastoral;

2 alimenten su vida espiritual en la doble mesa de la sagrada Escritura y de la Eucaristía; por eso, se invita encarecidamente a los sacerdotes a que ofrezcan cada día el Sacrificio eucarístico, y a los diáconos a que participen diariamente en la misma oblación;

3 los sacerdotes, y los diáconos que desean recibir el presbiterado, tienen obligación de celebrar todos los días la liturgia de las horas según sus libros litúrgicos propios y aprobados; y los diáconos permanentes han de rezar aquella parte que determine la Conferencia Episcopal;

4 están igualmente obligados a asistir a los retiros espirituales, según las prescripciones del derecho particular;

5 se aconseja que hagan todos los días oración mental, accedan frecuentemente al sacramento de la penitencia, tengan peculiar veneración a la Virgen Madre de Dios y practiquen otros medios de santificación tanto comunes como particulares.

Queridos hermanos sacerdotes: dentro de unos momentos, en presencia de los fieles que nos quieren y nos acompañan vais a renovar las promesas sacerdotales, las mismas que hicisteis el día gozoso de la ordenación sacerdotal. Para algunos han pasado muchos años, para otros menos. Mayores o jóvenes, la misión es la misma. Con esta renovación  reavivamos los sentimientos que inspiraron nuestra entrega al Señor y a su Iglesia, profundizando y gustando sin cesar la belleza del  “sÍ” que dimos como respuesta a la llamada a seguir a Cristo de una forma concreta, el ministerio sacerdotal.

Con ellas asumimos el compromiso y, podría decir, el gusto de vivir en plenitud la belleza de nuestro ministerio, en el seguimiento de Cristo, gozosamente entregados al servicio de los demás. Siendo fieles prestamos un servicio en favor de los demás hombres y mujeres, en nombre de Dios. Seamos conscientes de que el bien espiritual de numerosas personas, como tal vez también la salvación de muchos, depende de cómo las cumplamos esas promesas que hicimos y hoy renovamos. Y en ese cumplimiento que no nos falte el apoyo y la estima, especialmente en el recuerdo en la oración, de vosotros, queridos fieles laicos y religiosos.

Que nos ayuden en ello la intercesión de nuestros Patronos, la Virgen de las Nieves y San Ciriaco mártir, ante cuyas veneradas imágenes celebramos esta Misa, renovamos las promesas y los ponemos como testigos del compromiso. Amén

Deja tu comentario