PRIMERA HOMILÍA DEL OBISPO DE IBIZA

PRIMERA HOMILÍA DEL OBISPO DE IBIZA

Sr. Cardenal, Arzobispo de Valencia, Sr. Arzobispo emérito de Zaragoza, Srs. Obispos auxiliares de Valencia, Sr. Consejero de la Nunciatura, Sr. Deán y Cabildo catedralicio, Sacerdotes concelebrantes, Hermanos y hermanas todos.

El evangelio de este segundo domingo de adviento nos presenta la figura de Juan el Bautista, el precursor de Jesús. El profeta que anuncia la venida del Mesías y que nos invita a la conversión del corazón para poder recibir y reconocer a Cristo.

Los primeros cristianos vieron en la actuación del Bautista al profeta que preparó decisivamente el camino a Jesús. Por eso, a lo largo de los siglos, el Bautista se ha convertido en una llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permitan acoger a Jesús entre nosotros.

Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor. Esta es y ha sido siempre la misión de todo profeta.

Podemos pensar que los profetas son algo del pasado y que hoy ya no tienen cabida ni en la sociedad, ni en la Iglesia, ni en nuestras vidas. Podemos pensar que ser profeta es un oficio que ha perdido vigencia.

Es bueno que a la luz de la palabra de Dios que hemos proclamado nos preguntemos que es ser profeta.

Un profeta es un portavoz de Dios, que se caracteriza por ser una persona libre, que sabe apoyar y consolar a las personas de su alrededor. Personas que sufren a consecuencia de la injusticia, de las arbitrariedades, de la mentira, de la pobreza, del hambre, de la inmoralidad y de la desaparición de los valores que dan sentido a la vida.

Por eso, el profeta es aquel que denuncia: la voz que grita en el desierto. Denuncia que se ha perdido el sentido del bien, que la injusticia se ha apoderado de las instituciones sociales, que la verdad ha dejado de importar, que el dolor y el sufrimiento se ocultan bajo el manto de la indiferencia, que Dios ha quedado como un recuerdo del pasado. Un profeta, en definitiva, es el que llama a recuperar la sensatez, a volver a ser en plenitud hombres y mujeres creados a imagen de Dios.

El catecismo nos enseña que todos los bautizados somos sacerdotes, profetas y reyes; no por mérito propio, sino por la participación en Jesús, quien goza de estas tres funciones de modo absoluto.

Ahora bien, nosotros, católicos de a pie, ¿somos profetas cumpliendo así con nuestra vocación de bautizados? Porque si hemos renunciado a serlo, estamos negando una parte de nuestra vida cristiana.

Lamentablemente hoy no existen muchos profetas.

¿Qué ha ocurrido? Quizá esto de ser profeta hayamos pensado que no es algo importante y que se puede ser cristiano sin ser profeta. Quizá, porque, aunque no seamos conscientes del todo, nos hayamos acostumbrado a convivir con la injusticia, la mentira, la inmoralidad, la indiferencia y la falta de fe.

Es preciso relacionar estrechamente la profecía con el testimonio que debemos dar los creyente en la vida de cada día: la Palabra suscita la escucha, la cual, a su vez, suscita la obediencia de la fe, y esta obediencia suscita el compromiso de la vida. De este modo, se da una continuidad entre los antiguos profetas y los profetas de hoy. Porque es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye el sustento y la fuerza de nuestra vida cristiana y de nuestra identidad como Iglesia de Ibiza y Formentera. Pero para que la Palabra sea eficaz y pueda desarrollar toda su capacidad de Buena Noticia hay que traducirla continuamente a las situaciones personales y colectivas que envuelven nuestra vida personal, familiar y social.

Pero volvamos a Juan. El Bautista encarna la personalidad austera, adusta y madura que conmueve con su sola presencia; y con sus palabras estremece a todos sus oyentes; es la típica figura del hombre honrado, transparente y recio que no claudica ante las presiones y trapisondas de otros; con el testimonio de su vida da aval a sus palabras. Hoy muchos pretenden ser profetas con la palabrería vana de sus manidos discursos, pero sus vidas no son testimonio de aquello que dicen predicar y creer. Sólo son falsos profetas que pululan por doquier pero están muy lejos de la enorme figura que encarnó el Bautista para anunciar y proclamar al verdadero profeta de los profetas: Jesús de Nazaret. El Bautista no se predicó a sí mismo ni suplantó a su Señor, no impuso su doctrina, solo cumplió con el encargo de ser verdadero profeta. Se declaró indigno de desatar siquiera las sandalias de su Señor, y no oscureció con su actitud la luz esplendente de la verdadera luz y fulgor que es Jesús de Nazaret. Ser profeta hoy significa encarnar y vivir la única verdad, dar testimonio de la única certeza que es Dios y del deseo de eternidad que es la gloria.

Que así sea.