Un año más tenemos la suerte y la alegría de reunirnos en este templo para celebrar la Santa Misa con motivo de la fiesta de San Miguel, titular de este templo parroquial.

Sant Miquel es una de las cuatro iglesias fortificadas que se construyeron en la isla, junto con las de Sant JordiSant Antoni y Santa Eulària. Al igual que éstas, fue erigida tanto para atender las necesidades espirituales de la población como para protegerla ante las invasiones de corsarios turcos y norteafricanos. El templo original se levantó entre los siglos XIV y XV. En el siglo XVII se le añaden las dos hondas capillas laterales, llamadas de Benirràs (1690) y de Rubió (a partir de 1691). La primera, situada a la derecha de la nave principal, cuenta con bonitas pinturas al fresco, inspiradas en motivos religiosos, geométricos y florales, que están dedicadas a Jesús, como pone de manifiesto el anagrama central de la bóveda, “IHS”, abreviatura griega de su nombre.

En 1785 se convirtió en parroquia, por el primer Obispo de nuestra diócesis, Mons. Manuel Abad y Lasierra. Este Obispo, al establecer las veinte primeras parroquias, quiso dedicar una a San Rafael, de modo que todas las enseñanzas que nos pueden venir de este Santo Arcángel nos sirvieran para los que vivimos aquí y en todas nuestras Islas. Con estos sentimientos, pues, vamos a tratar de celebrar y aprovechar los beneficios que nos pueden venir de ello.

Un año más, pues, tenemos la suerte y la alegría de reunirnos con ocasión de la fiesta de San Miguel participando en la celebración de la Santa Misa, escuchando la Palabra de Dios, y acercarnos a Jesús a través de la sagrada comunión y admirar la figura de San Mateo,

¿Quién es San Miguel? Sabemos que antes que existiera nuestro mundo, Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Pero ellos se dividieron en dos bandos – unos fieles a Dios y otros rebeldes en contra de Él. Y entonces se inició una batalla terrible en el cielo: por un lado, San Miguel y sus ángeles y, por el otro lado, Lucifer o Satanás con sus secuaces. Vencieron Miguel y sus ángeles fieles y arrojaron al diablo y a los suyos al infierno. Es lo que nos cuenta la primera Lectura de hoy, tomada del libro Apocalipsis.

Y desde entonces, Satanás y sus secuaces buscan contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre. Por eso, cada uno de nosotros no sólo es buscado y querido por Dios: nos busca también el demonio.

¿Quién negaría tal realidad? Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma: nos busca Dios y nos pretende el demonio. Estamos entre las dos fuerzas y de ambas llevamos algo dentro de nosotros. Siempre habrá lo bueno en el hombre, porque Dios está actuando continuamente. Pero también puede haber lo malo dentro de él, porque también el diablo está actuando permanentemente.

Pero pasa que el mundo moderno ya no cree en el demonio. Él ha conseguido realizar en nuestros días su mejor maniobra: hacer que se dude de su existencia. En contra de estas tendencias modernas, pienso que tenemos que tomar muy en serio la presencia y el poder del demonio. Porque creo que existe una prueba evidente de la existencia del demonio: que la presencia y la acción del mal en nuestro mundo sobrepasa mucho la capacidad y la maldad de los hombres que la realizan.

Probablemente también cada uno de nosotros hemos sentido ese tremendo poder del mal que trabaja en nosotros y que en determinados momentos irrumpe en nuestra vida. ¿Quién de nosotros nunca se ha sentido asombrado al ver de lo que era capaz, de lo que llegaba a pensar, a desear o hacer?

Y así nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos. En realidad, fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados.

La gran obra del diablo es el pecado. Él es el padre del pecado. La realidad del mal – que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados. Todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo.

Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio: o es Cristo o es Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Pero nosotros mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros. Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También la Sma. Virgen, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello.

Y allí entra entonces nuestro patrono, San Miguel, con sus ángeles. Los ángeles, sobre todo nuestros ángeles custodios, son nuestros grandes amigos y compañeros en el camino de la vida. Son los enviados de Dios, para así sentirnos, ayudarnos, aconsejarnos y protegernos en nuestra lucha diaria contra el mal.

Nos dan fuerza y ánimo en momentos de tentación o desesperación, nos consiguen la gracia de Dios cuando la necesitamos y nos guían en nuestro camino hacia la perfección cristiana.

Por todo esto, hemos de tomar muy en serio a los ángeles, su presencia y ayuda en nuestro caminar cotidiano. Sólo con su protección podremos resistir y rechazar los ataques del demonio. Hemos de confiarnos mucho más a ellos y a su conducción. Pero, ¿quien de nosotros piensa en los ángeles, les reza o se encomienda a ellos?

Queridos hermanos, en esta fiesta en que recordamos a nuestro gran patrono San Miguel, queremos ponernos de nuevo en sus manos y en las manos de sus ángeles, nuestros fieles compañeros y protectores, para que nos guíen en nuestro caminar hacia la casa del Padre, hacia el corazón de Dios.

 

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