Artículos de Prensa

Home / Obispo / Artículos de Prensa

Obispo

AÑO 2025

"LAS EXEQUIAS SON EL ÚLTIMO ACTO DE FE Y COMUNIÓN DEL CREYENTE CON DIOS Y CON LA COMUNIDAD CRISTIANA"

ESGLÉSIA EIVISSA I FORMENTERA. Noviembre 

En una sociedad cada vez más secularizada y pragmática, los ritos religiosos parecen perder terreno ante lo inmediato. Sin embargo, para los creyentes, los signos de lo sagrado a través de los que expresamos nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor son de radical importancia. Entre estos ritos, destacan los que están vinculados a momentos fundamentales de nuestra vida. Uno de esos momentos fundamentales es la muerte. La Iglesia católica siempre ha tenido en gran consideración este momento último de la vida de todo ser humano. Por ello, las exequias católicas conservan un profundo valor espiritual, comunitario y humano. No son un simple protocolo funerario, sino una expresión de fe en la vida eterna, un acto de esperanza y un consuelo para los vivos. Garantizar su realización conforme al deseo del difunto no es sólo una cuestión litúrgica: es un acto de respeto y de libertad de conciencia.

Las exequias católicas —el conjunto de oraciones y ceremonias con las que la Iglesia encomienda el alma del difunto a la misericordia de Dios— expresan de forma visible la esperanza cristiana. En ese sentido, las exequias no son una despedida definitiva, sino un tránsito iluminado por la promesa de la resurrección.

El Ritual de Exequias de la Iglesia subraya que el funeral cristiano es a la vez “súplica confiada por el difunto y consuelo de esperanza para los que lloran”. En un mundo donde la muerte suele ocultarse o reducirse a un trámite, la liturgia ofrece un espacio de sentido: sitúa la pérdida dentro del misterio pascual de Cristo, recordando que “quien vive y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11,26).

Durante la visita pastoral, que he realizado a nuestra diócesis, he podido constatar que hay familias que prescinden de las exequias religiosas o las sustituyen por ceremonias civiles. Esta manera de proceder se debe, unas veces, al desconocimiento, otras a las diferencias ideológicas con la persona fallecida y otras, a la pérdida de los valores religiosos de una generación a otra. En muchos de estos casos, el difunto habría deseado recibir cristiana sepultura y que su último paso por este mundo fuera en la parroquia a la que, de diversas formas, estuvo vinculado, pero no dejó constancia escrita. La falta de claridad puede generar tensiones familiares y decisiones contrarias a la fe del fallecido. Aquí adquiere gran relevancia el ‘Documento de voluntades anticipadas’, un instrumento jurídico y moral que permite expresar por escrito el deseo de recibir exequias conforme al rito católico.

Este documento puede redactarse ante notario, incluirse en el testamento o registrarse en instituciones civiles o eclesiásticas. Su valor no es meramente formal: garantiza que, llegado el momento, la voluntad del  creyente sea respetada. Como recordaba el papa Benedicto XVI, “la libertad religiosa no es solo el derecho a creer, sino el derecho a vivir y morir conforme a la propia fe”. Dejar por escrito la intención de recibir el sacramento de la Unción de enfermos y, cuando me llegue la muerte, la celebración de las exequias católicas. Manifestar lo que se quiere para esos momentos en los que, quizá, no podamos decidir es, ahora, un ejercicio de libertad espiritual y una manifestación coherente de la propia identidad cristiana.

Las exequias constituyen un testimonio público de fe. En palabras de San Juan Pablo II, “la muerte, iluminada por la fe, deja de ser un final absurdo para convertirse en un paso hacia la vida”. A través de la celebración de las exequias, el creyente proclama —aun después de su muerte— su confianza en Dios y su esperanza en la resurrección. Por eso, garantizar las exequias mediante el ‘Documento de voluntades anticipadas’ no es invocar la muerte, es testimonio de la fe vivida a lo largo de la vida y una expresión de esperanza y de amor hacia la propia familia. Pues, el ‘Documento de voluntades anticipadas’ también aporta tranquilidad y unidad familiar. En los momentos de duelo, cuando las emociones están a flor de piel, resulta liberador saber que se cumple fielmente el deseo del ser querido. Evita disputas y libera a los familiares de decisiones difíciles. Además, protege la dimensión espiritual del adiós, evitando que la despedida se convierta en un mero trámite civil sin trascendencia.

Promover la cultura de la previsión es, por tanto, una tarea necesaria. Así como muchos planifican su herencia material, también deberíamos cuidar nuestra herencia espiritual. La diócesis, las
parroquias y las instituciones civiles deben colaborar para facilitar esta práctica, sensibilizando sobre la importancia de dejar constancia del deseo de unas exequias católicas.

En definitiva, las exequias no son un simple gesto simbólico: son el último acto de fe y comunión del creyente con Dios y con la comunidad cristiana. Garantizarlas mediante el “Documento de
voluntades anticipadas” es una forma de vivir coherentemente el Evangelio hasta el final. Como afirmaba el Papa Francisco, “quien confía en el Señor nunca queda defraudado, ni siquiera ante la muerte”. Cuidar este aspecto es una forma de afirmar la esperanza que da sentido a toda vida cristiana: la certeza de que el amor de Dios no muere jamás, porque el amor es más fuerte que la muerte

“EL MENSAJE DE LA IGLESIA CATÓLICA SIGUE SIENDO UN FARO EN MEDIO DE LA TORMENTA”

ESGLÉSIA EIVISSA I FORMENTERA. Octubre 

Se cumplen 181 años de la famosa frase de Karl Marx, “la religión es el opio del pueblo”, que ha sido una piedra angular del pensamiento marxista, entendida como una crítica al papel que la religión desempeñaba como mecanismo de control social en tiempos de explotación y miseria. Marx veía en la religión un instrumento de adormecimiento, que, en lugar de movilizar a las clases oprimidas para cambiar su realidad, las mantenía pasivas, esperando consuelo en la vida después de la muerte mientras aceptaban la injusticia social, económica y política.

Es cierto, que Marx no se refiere a ninguna religión en concreto y menos a la católica, que para era él desconocida, tanto por sus orígenes (por su nacimiento Marx era judío no practicante) como por su contexto social posterior: el luteranismo. Pero su afirmación se extendió rápidamente y, de una generalización, se quiso hacer un juicio a toda forma religiosa. Juicio que sigue proyectándose en la actualidad. Particularmente en nuestro país y que quedó sentenciada en la expresión “las dos Españas”. Y estas dos Españas que, siguiendo el poema de Antonio Machado, “nos hielan el corazón” dependiendo del lado que nos situemos. Y dependiendo del lado (hay quienes van de uno al otro), entonces, la religión (siempre la religión) es el “opio” del pueblo.

Sin embargo, cuando se analiza el papel de la Iglesia católica en la España contemporánea, se evidencia que la religión, lejos de ser un “opio”, sigue siendo un motor activo de acción social y un referente de valores humanos que influyen en la cultura y la lucha por los derechos humanos.

En la actualidad, la Iglesia se enfrenta a una sociedad profundamente secularizada: según las últimas encuestas, más de un cuarenta por ciento de los españoles se identifican como no creyentes o ateos. Sin embargo, esto no implica que la religión haya desaparecido ni que el mensaje católico sea irrelevante en la vida pública. Hoy, la Iglesia católica en España mantiene una presencia activa en la sociedad, principalmente a través de organizaciones benéficas, educativas y culturales, además de seguir desempeñando un papel importante en la defensa de derechos humanos, la justicia social y la dignidad humana. Si analizamos su misión desde la perspectiva del marxismo, sería erróneo considerarla simplemente como un instrumento que mantiene al pueblo en una posición de pasividad y sumisión. Más bien habría que afirmar que la política con todas sus ramificaciones, tal y como la vivimos en nuestro país, es el verdadero “opio” del pueblo.

La Iglesia católica en España, lejos de ser una institución alienante, continúa siendo un referente para millones de personas que buscan no sólo la trascendencia espiritual, sino también un espacio donde puedan desarrollar una conciencia crítica frente a las injusticias sociales, frente a la deshumanización, frente a la corrupción, frente a la manipulación ideológica, frente a la suplantación de la verdad por la mentira, frente al descredito democrático de muchas instituciones del Estado.

No olvidemos que a través de la acción caritativa y social de las instituciones religiosas católicas se atiende a más de 4 millones de personas cada año en España, distribuyendo alimentos, ropa, ofreciendo alojamiento y dando soporte a las personas más vulnerables, cuidando de las mujeres y sus familias en riesgo. Esta acción no es un consuelo pasivo ni una evasión del sufrimiento, sino una respuesta directa a las desigualdades y a la pobreza que afectan a amplias capas de la población española.

Además, la Iglesia católica se ha convertido en una defensora activa de los derechos de los inmigrantes, las víctimas de violencia de género, los desfavorecidos y de la libertad religiosa. La Iglesia se posiciona en la vanguardia de las luchas sociales, apelando a una ética de justicia social que rechaza la indiferencia frente al sufrimiento humano.

La Iglesia ha alzado y seguirá alzando su voz para defender la vida desde su inicio hasta su final, para defender la dignidad humana y la justicia social, para denunciar los recortes a los servicios sociales y el abandono de las personas más vulnerables. Para hablar en contra de la corrupción y en contra de los abusos cometidos por eclesiásticos.

Si hay algo que caracteriza a la España del siglo XXI es la crisis de valores que afecta a gran parte de la sociedad: el individualismo, el materialismo y la desconexión con lo trascendental se han incrementado en la era digital, mientras que la desigualdad social, la precariedad laboral y la creciente división política generan un caldo de cultivo para el malestar colectivo. En este contexto, la Iglesia católica no actúa como una mera institución de consuelo espiritual, sino como un agente de transformación moral.

El mensaje de la Iglesia católica sobre la defensa integral de la naturaleza y el ecologismo humano, la solidaridad, la justicia, la coherencia, la honradez, la fraternidad y la paz sigue siendo un faro en medio de la tormenta. En un mundo donde el egoísmo y el populismo crecen, la Iglesia, a través de su mensaje de amor al prójimo, lucha por ofrecer una alternativa ética y humana frente a la desesperanza.

Si Marx veía en la religión una forma de opresión, hoy podemos ver en la Iglesia católica, lejos de ser un agente de control, una institución que promueve la justicia, la paz y la dignidad humana. En lugar de adormecer a las masas, la Iglesia sigue despertando conciencias y ofreciendo un camino hacia una vida más plena y justa, aquí y ahora.

Es hora de despertarse, de volver a la conciencia crítica y de asumir el control de nuestro presente y futuro. Es lo que Dios quiere y lo que siempre ha querido.

"LA INMENSIDAD DE LA PRESENCIA DE DIOS TIENE SU IMAGEN MÁS LUMINOSA EN EL MAR"

ESGLÉSIA EIVISSA I FORMENTERA. Julio 

Estamos en periodo estival y, particularmente, en este tiempo el mar adquiere un protagonismo especial. Esto lo sabemos bien quienes vivimos todo el año en Ibiza y Formentera. Pero este protagonismo tan singular hace que, quizá, muchos solo se acuerden del mar cuando llegan estas fechas. Sin embargo, los isleños llevamos el mar en nuestra identidad y reconocemos que el mar es un lugar de vida, trabajo, ocio y oración.

La palabra de Dios, en muchos pasajes, interpreta el mar como ese cúmulo de fuerzas ocultas que amenazan la vida de los hombres. También en otros aparece el mar como signo de vida. El Espíritu Santo nos muestra cómo la naturaleza nos habla de Él y de su amor. Dice la Escritura en el libro del Génesis que “el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas” (1, 2).

Todos los años contemplamos y vivimos cómo muchas personas se acercan al mar para disfrutar de sus beneficios del verano, aunque el mar nos acompaña durante todo el año. Ver el mar, no sólo ahora sino durante todo el año, es una experiencia hermosa e interrogante. Contemplarlo en su singularidad: en unas ocasiones, ruge furioso con esa fuerza que hace perder el equilibrio; en otras, reposa sereno y aquietado, dejando que la suave brisa refresque el ambiente. El mar tiene algo de misterioso, atractivo y seductor que mueve al asombro y la admiración. Se parece mucho a Dios, al que nos dirigimos con respeto y devoción cuando la adversidad amenaza nuestra existencia, y en el que confiamos de todo corazón, cuando sopla suavemente la bondad y ternura de su gracia.

Junto al mar, siempre podemos encontrar a muchas personas que pierden su mirada en el horizonte, recordando así la dinámica de oración continua. Junto al mar, también te encuentras con muchas familias, unas que trabajan para ganarse el sustento, otras que se divierten jugando, haciendo deporte o simplemente mirando, otras que ante la grandeza de las aguas marinas elevan su espíritu, otras sintiendo que el mar forma parte de sus vidas, de su historia, de su presente y de su futuro. Sea como fuere, el mar está ahí, con nosotros, junto a nosotros y para nosotros.

Ahora bien, la mirada ante el mar hace que nos preguntemos, más allá de lo que estamos viviendo, por nosotros mismos. Si fuéramos mar, utilizando dos imágenes bíblicas, ¿cuál nos identifica más, el mar de la vida: el mar de Galilea; o el mar muerto?

El sentido del cristianismo no es otro que apuntar al sentido de nuestras vidas, que es Dios. La esperanza es la confianza firme en que la existencia del ser humano tiene un objeto último. De no ser así, el cristianismo y toda la religión no serían más que una pérdida de tiempo. Pero nuestra fe no estriba en que debamos luchar denodadamente por abrirnos camino hacia Dios. Nuestra fe reside en que Dios ha salido en nuestra búsqueda y nos ha encontrado. Dios está verdaderamente presente en las vidas de todos los seres humanos, al margen de que pueda no ser nombrado y reconocido como tal. De modo que el objeto de nuestra esperanza, nuestro destino último, ya está ciertamente presente de alguna forma aquí y ahora. Los predicadores no llevamos a la gente hacia Dios; antes bien, nos limitamos a nombrar al Dios que nunca ha dejado de estar ante nosotros. Los cristianos sostenemos la creencia de que esta presencia de Dios entre nosotros se manifiesta bajo la forma de libertad, felicidad y amor. Y tanta inmensidad tiene su imagen más luminosa en el mar.

Por ello, Dios quiso que en medio del mar real y de la vida resplandeciera la figura de la Virgen María. La Virgen del Carmen es una de las advocaciones marianas más populares. Es llamada Estrella del Mar y es patrona de los marineros. No hay que olvidar que los marineros, durante siglos, han utilizado las estrellas para guiarse en medio del mar.

El Papa Francisco, en la bula de convocación para el Jubileo del año 2025, que puso bajo el signo de la esperanza, afirma que “la esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto”. Añade Francisco: “No es casual que la piedad popular siga invocando a la Santísima Virgen como Stella Maris, un título expresivo de la esperanza cierta de que, en los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene y nos invita a confiar y a seguir esperando”.

“La vida humana es un camino”, dice el Papa. Y se pregunta: “¿hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo?”. Respuesta: “La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su ‘sí’ abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo? ¿Ella que se convirtió en el arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf Jn 1,14)?”

Os invito a vivir vuestra cercanía con el mar desde la esperanza, tan necesaria en estos tiempos convulsos y difíciles. Y que María, la estrella que ha puesto Dios en nuestras vidas, nos sostenga en nuestro mar de vida, trabajo, ocio y oración.

“QUEREMOS SER LEVADURA DE UNIDAD, DE COMUNIÓN Y DE FRATERNIDAD”

ESGLÉSIA EIVISSA I FORMENTERA. Junio 

El próximo día 29 de junio, coincidiendo con la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo, la Iglesia dirige su mirada al sucesor de Pedro. Este sucesor es, desde el pasado día 8 de mayo, el papa León XIV.

Aunque son muchos los medios que se han aventurado a vaticinar lo que será el pontificado del Papa León XIV, hemos de tener la paciencia suficiente para dejar que vaya delineando sus líneas programáticas a lo largo de los próximos meses. Es más, hay que esperar a su primer gran escrito, la encíclica con la que deje entrever como él, que es pastor de la Iglesia universal, entiende lo que debe ser la figura y misión del sucesor de san Pedro en el mundo actual.

Los papas tienen la misión de iluminar con su palabra, en fidelidad a la Sagrada Escritura y a la Tradición, a los cristianos del mundo sobre las cuestiones que afectan a la comprensión misma de la Revelación, a la liturgia, a la moral personal y social, y a todo lo referente a la vida misma del pueblo de Dios, en tanto que Iglesia universal. Todos ellos, podríamos decir, persiguen un mismo fin: animar al pueblo de Dios a comprender mejor en las circunstancias actuales el mensaje del Evangelio y a vivirlo de manera comprometida en lo personal concreto.

Uno de los grandes teólogos del siglo XX, Karl Rahner, decía que el Papa, en nombre de la Iglesia y para Iglesia, “habla en voz alta y tiene la valentía escalofriante de anunciar que esta llanura miserable que forma nuestra existencia actual tiene cumbres que se elevan hasta la luz eterna del Dios infinito, cumbres que todos nosotros podemos escalar. Y que esta triste y abismal llanura, que parece carente de cimientos, contiene, sin embargo, honduras que nosotros no hemos explorado todavía y que, allí donde nosotros pensamos que hemos experimentado y descubierto que todo es un absurdo, sigue habiendo profundidades que se encuentran llenas del mismo Dios». Un testimonio como ese, que tiene la valentía indescriptible de atreverse a ir en contra de todas las experiencias baratas de los hombres, debería elevarse como un único grito por encima de esta historia, diciendo: «¡Existe Dios, Dios es Amor! Su victoria ya se ha realizado y todos los torrentes de lágrimas y de sufrimiento que aún fluyen por nuestra tierra han sido ya vencidos y están secos en su fuente. Todas nuestras tinieblas son como la noche, que parece más oscura antes que amanezca el sol. Vale la pena que vivamos”.

Y esa voz que habla en alto y con valentía es la del Papa León XIV. En la homilía de la misa de la inauguración de su pontificado dijo: “Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro”. ¿Cómo entiende el Papa esté amor? «A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús».

El segundo gran concepto es el de unidad: «Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado».

«En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo!, ¡acérquense a Él!, ¡acojan su Palabra que ilumina y consuela!, escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo nosotros somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz».

Es bueno, que, siguiendo la voz del sucesor de Pedro, nos preguntemos: ¿qué espacio ocupa el amor en mi vida?, ¿qué sentido tiene la palabra unidad en mi existencia y en mis relaciones personales y sociales?

Quién no ama tal y como describe san Pablo en la carta a los corintios (13, 1-12) verdaderamente no ama. Se ha creado el espejismo del amor que la realidad con su fuerza acaba por desmontar, devolviéndonos, así, a las llanuras miserables del egoísmo y de soberbia que nos impiden reconocer la pobreza de nuestra de nuestra existencia.

Quién no busca, ni guarda, ni cuida la unidad vive sometido a la necesidad de criticar, de juzgar a los demás, de murmurar, de echarle la culpa de todo al prójimo, sin ser conscientes que tal forma de proceder es sembrar la discordia y la desconfianza, dejando que el orgullo campe a sus anchas. Cuando en una persona triunfan el egoísmo, la soberbia y el orgullo, significa que ese hombre o mujer ha entrado en un proceso de deshumanización de graves consecuencias.

Todos, en palabras del papa León XIV, «estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo».

“LA INJUSTICIA DEL MUNDO SE HA CONVERTIDO EN UN DESAFÍO PARA LA FE DE LA IGLESIA”

ESGLÉSIA EIVISSA I FORMENTERA. Mayo

“El sufrimiento que se ha hecho presente en la última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz en el mundo y la fraternidad entre los pueblos”. Son las palabras finales que se leen en el testamento del Papa Francisco y que vienen a resumir lo que ha sido su pontificado. Estas dos grandes preocupaciones han estado siempre presentes en su vida: la paz y la justicia social. Y estos dos pilares de la misión y de la actividad de la Iglesia, el Papa Francisco ha querido ponerlos ante los ojos del pueblo santo de Dios y, no sólo ante los creyentes, ante el mundo entero.

Así se cumplían las palabras del salmo 85: “La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan” (11). Y ese encuentro entre la misericordia y la fidelidad, y ese beso entre justicia y paz se hacen presente en el Evangelio. Así lo entendió, lo vivió y lo enseñó durante todo su pontificado.

Para el Papa, Cristo es el camino para el ser humano. De tal modo que todo hombre y mujer, sin exclusión, puede recorrer el camino de la existencia en compañía de Cristo, gozando de la verdad acerca de la persona y del mundo contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención.

Jesucristo no hace débiles a los hombres y mujeres, no los convierte en gente miedosa y víctima de la prepotencia de los otros, sino que más bien los hace capaces de luchar por la justicia y de resolver muchas cuestiones con la generosidad, más aún, con el genio del amor. Este es el signo de nuestra autenticidad humana y cristiana: tener amor unos para con otros.

Un amor ilimitado para con todos. Especialmente para con los pobres, los vulnerables, los inmigrantes, los encarcelados, los olvidados y desfavorecidos de la sociedad, los incomprendidos, los despreciados sociales. Para todos ellos el papa Francisco quiso ser portador de esperanza. No de una esperanza hecha sólo de palabras, una esperanza basada en los signos y en el compromiso. Ahí están tantos y tantos gestos suyos que quedarán en el recuerdo imborrable de la historia. Y cogiendo de la mano a cada uno de ellos, los llevó a la Iglesia para que sintieran que la casa de Dios siempre había sido su casa, aunque en algunas ocasiones no se le hubiera dejado entrar. Todos aquellos que se habían sentido extraños y forasteros en su propia casa, la Iglesia, sintieron que también ellos eran hijos de Dios, y que la casa del Padre había sido siempre su propia casa, aunque hubieran estado lejos y perdidos.

El Santo Padre, el papa Francisco, ponía de manifiesto, de este modo, que la injusticia del mundo se ha convertido en un desafío de primerísima magnitud para la fe de la Iglesia. También nosotros lo sabemos, aunque a menudo se nos olvida. La fe cristiana no es portadora de una idea o de un saber meramente teórico sobre la salvación de Dios. El núcleo de esa fe es la historia de Jesús de Nazaret. El cristianismo ofrece al mundo la Salvación realizada por y en Jesucristo (cf. Rm 4,25; Col 1,19-20), que actúa ya en la historia presente. Esta acción salvífica por parte de Dios encuentra en la categoría bíblica de justicia una de sus expresiones preferidas.

La flagrante injusticia que padecen millones de hombres y mujeres traslada la cuestión de la significación actual del Evangelio de la Salvación del marco de los debates teóricos al campo de las realizaciones prácticas. Pensemos en tantas de las cosas que ha hecho el Papa, calificadas por algunos como extravagantes.

Pero no seamos ilusos ni nos dejemos engañar por los poderes de este mundo, la negación del derecho y la justicia, de la verdad y la vida, del amor y la paz a tantos seres humanos, no afecta exclusivamente a la caridad cristiana, sino que atenta directamente al contenido del credo cristiano, en cuanto que parece desmentir esa soberanía de Dios que, como misericordia fiel, se va haciendo historia de nuestra historia y carne de nuestra carne en el envío del Hijo Jesucristo y de su Espíritu. ¡Esta es nuestra fe!

Sin embargo, el acceso a la fe cristiana reclama la educación de la mirada, es decir, “la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron” como dice José Saramago. Se trata de educar una mirada que devela la mentira sobre la realidad: habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre (Hch 5), para manifestar la presencia salvadora de Dios: el Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros matasteis (Hch 5).

Educar la mirada es también enseñar a dejarse mirar por el otro, por el pobre, por la víctima del sistema. Los sacrosantos intereses y las incontables necesidades (falsas y artificiales) del consumismo, constituyen “la viga” de nuestros ojos, que nos impide ver y conocer lo que tenemos delante (cf. Mt 7, 3). La honradez con la realidad reclama de nosotros una alteración de nuestra mirada, un movimiento sutil de nuestros ojos conducente a ponerse en el punto de mira del otro, cuya mirada me arranca del egoísmo que me ciega. Y esta experiencia provoca nuestra libertad para la fraternidad, si esta dormida, ́ y la libera si la tenemos encadenada por la “indiferencia” social.

Pero nada de esto se sostiene sin la presencia de Dios en la vida de la Iglesia y de los creyentes. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano (Jn 3). Esta es la conclusión última y definitiva de todo cristiano. Por ello le damos gracias a Dios por la vida y el ministerio del Papa Francisco, y en su muerte lo confiamos a las manos misericordiosas del Padre de Jesucristo, del Padre de todos, y a la ternura de Santa María, a la que tantas veces se encomendó durante toda su vida, como sacerdote jesuita, como obispo de Buenos Aires y como obispo de Roma. Descanse en paz. Amén.

“DEMOS EL SALTO DE LA MUERTE A LA VIDA, DE LA GUERRA A LA PAZ, DEL ODIO AL AMOR”

ESGLÉSIA EIVISSA I FORMENTERA. Abril

Hace tres años, por estas mismas fechas, escribía en esta publicación: “La guerra más corta es la que nunca comienza. A partir de ahí toda guerra es larga y de consecuencias trágicas y devastadoras. Se me hace difícil y duro de entender que lamentablemente tengamos que hablar de guerra”.

Ha pasado mucho tiempo y, lejos de desaparecer la realidad de la guerra y de la violencia, parece que ésta se recrudece en los países en conflicto y que, además, nuevas amenazas se ciernen sobre sobre el mundo. Con mayor insistencia se habla de la posibilidad de un conflicto a gran escala. E incluso se nos insta a que estemos prevenidos y preparados. Y aunque queremos vivir con normalidad y tranquilos, un halo de incertidumbre va creciendo entre nosotros. Y esta incertidumbre se alimenta al ver cómo actúan ciertos gobernantes que, lejos de ser grandes hombres de la política, son exponentes de la ambición desmedida, de la insensatez investida de poder, del orgullo que raya la locura y de la prepotencia que no respeta ni los derechos humanos, ni la historia ni los deseos de una humanidad que tiene anhelos de justicia, de paz y de un progreso ordenado y respetuoso con la naturaleza y su orden.

Siete siglos antes de Jesucristo, el profeta Habacuc escribía: “¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas?, te gritaré: ¡violencia!, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones? ¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia, y surgen disputas y se alzan contiendas? Por ello, la ley se debilita y el derecho jamás prevalece, el malvado acorrala al justo y así sale el derecho pervertido. Mirad, contemplad atentos a las naciones, llenaos de espanto, pues en vuestros días se hará tal obra que no la creeríais si os la contasen” (2-5). Parecen palabras que hayan sido escritas para nuestro tiempo.

Desde que el ser humano piensa sobre la política, la dualidad entre la fuerza y el derecho se ha presentado siempre como un problema primordial. No podemos olvidar que la política, y más, cuando esa manera de hacer política quiere llamarse democracia, es la instauración del orden y de la paz. Para que puedan reinar el orden y la paz, es necesario que la fuerza y el derecho se encuentren reunidos. Sin embargo, ¿cuál será el factor decisivo?, ¿es el derecho el que establece la fuerza, o es la fuerza la que determina el derecho? Analizada con calma, la misma pregunta es en sí una trampa que ha servido a muchos políticos y estadistas para legitimar el uso de la violencia. De esta manera, la ideología de la violencia, enmascarada hoy a través de las redes sociales y las mentiras que por ellas circulan, hace que se vea como el “único” recurso para mantener la identidad ya sea como persona, como pueblo, como nación. Como el “único” recurso para mantener la estabilidad de los privilegios de los que “todos” gozamos. Y es así, como, en su mediocridad, algunos políticos con gran influencia en el ámbito mundial proclaman que lo “primero” y lo más importante ya no es la persona humana, los hombres y mujeres, sino una idea manipulada del nombre por el que se reconoce un país.

¡Qué difícil se hace ir contra esta ideología sin medios ni recursos! ¿Esto significa que nada se puede hacer contra esta cultura de la manipulación que se nos quiere imponer?

El Papa Francisco nos propone otro camino: “Busquemos la verdadera paz, que es dada por Dios a un corazón desarmado: un corazón que no se empecina en calcular lo que es mío y lo que es tuyo; un corazón que disipa el egoísmo en la prontitud de ir al encuentro de los demás; un corazón que no duda en reconocerse deudor respecto a Dios y por eso está dispuesto a perdonar las deudas que oprimen al prójimo; un corazón que supera el desaliento por el futuro con la esperanza de que toda persona es un bien para este mundo”.

El desarme del corazón es un gesto que involucra a todos, a los primeros y a los últimos, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y a los pobres. A veces, es suficiente algo sencillo, como ‘una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito’. Con estos pequeños-grandes gestos, nos acercamos a la meta de la paz y la alcanzaremos más rápido; es más, a lo largo del camino, junto a los hermanos y hermanas reunidos, nos descubriremos ya cambiados respecto a cómo habíamos partido. En efecto, la paz no se alcanza sólo con el final de la guerra, sino con el inicio de un mundo nuevo, un mundo en el que nos descubrimos diferentes, más unidos y más hermanos de lo que habíamos imaginado(Mensaje a la Jornada Mundial de la Paz 2025)

Dentro de unos días celebraremos la Pascua, término de origen hebreo que significa ‘salto’ o ‘paso de un sitio a otro’. Aprovechando esta Pascua demos el salto de la muerte a la vida, de la guerra a la paz, del odio al amor, de la venganza al perdón, de la injusticia a la justicia, del temor a la alegría, de la enemistad a la amistad. En esta Pascua Dios nos invita a que demos el salto y pasemos al lado correcto: al lado del amor, de la verdad y del bien.

Con estos sentimientos, aprovecho para desearos de corazón ¡feliz Pascua en la Resurrección del Señor!

“SIGUIENDO A JESÚS SE AMA, SIGUIENDO A JESÚS SE SIRVE”

ESGLÉSIA EIVISSA I FORMENTERA. Marzo

La reciente celebración del Congreso de Vocaciones organizado por la Conferencia Episcopal Española, junto con  la Jornada del Seminario que celebraremos este mes de marzo, nos permiten reflexionar sobre este tema tan importante en la vida de la Iglesia y, en particular, en la vida de nuestra diócesis de Ibiza y Formentera.

La vocación es una realidad misteriosa, pero profundamente enraizada en la personalidad, en su estructura y en sus dinamismos. Es una realidad germinal que puede madurar y desarrollarse o bien atrofiarse y extinguirse. En la vida cristiana constituye un modo de integrarse y unificarse con Cristo, y de seguirle, de manera original y de acuerdo con los propios dones. Todo ello hace necesaria la intervención de la familia desde los primeros momentos de la existencia, de la acción educativa y del acompañamiento pastoral. Y, ciertamente, las comunidades cristianas han de estar dispuestas a acoger, respetar, cuidar y potenciar las distintas vocaciones para que todos podamos compartir la misión de Jesús. Por su parte, la pastoral de Juventud no puede menos de contemplar la dimensión vocacional como un aspecto esencial de su ser y de su quehacer.

La situación vocacional actual se caracteriza, de modo particular entre nosotros, por la gran desproporción existente entre la mies, cada vez más abundante, y nuestras fuerzas, cada vez más escasas. Y esta situación, es preciso reconocerlo con humildad, nos sitúa ante un problema gravísimo, realmente candente. Es inútil ya intentar taparlo o disimularlo; no es momento para aplicar paños calientes. Algunos piensan que los grandes problemas actuales de la Iglesia, también la crisis vocacional, se remontan al Concilio, como si antes todo fuera paz, luz, excelencia, y después del Concilio llegaran las tinieblas, la confusión y desorientación, y comenzara el derrumbe. Esta visión tan simplista y reductiva no se sostiene, aunque evidentemente no todo lo que haya venido después del Concilio haya sido acierto. No nos engañemos, el postconcilio no ha creado el ateísmo, la indiferencia religiosa o el relativismo moral; ni la crisis vocacional es su hija natural, aunque es cierto que sacudió́ a la Iglesia de forma especialmente virulenta en los años que siguieron inmediatamente al Concilio. Muchos fueron los abandonos y defecciones, y muy diferentes sus causas. Sin embargo, los estudios sociológicos muestran con suficiente claridad que la crisis vocacional había comenzado ya antes, que viene de lejos y tiene hondas raíces antropológicas, sociales y culturales. Pero la verdad es que, a pesar de algunas indudables mejoras, la crisis no remonta, y que la falta de nuevas vocaciones se hace sentir cada día más y de forma más tensa y dramática.

La disminución del número de vocaciones ha suscitado una reflexión cada vez más profunda en la Iglesia. Ha contribuido, sin duda, a clarificar mejor la verdadera naturaleza e importancia del problema y también a acrecentar la sensibilidad y el compromiso de las comunidades cristianas. Quizás nunca haya existido mayor claridad de ideas, mayor sensibilidad pastoral, mayor clima de oración por las vocaciones, más y mejores medios. Hemos de reconocer que no es posible mirar la actual situación de manera unilateral y pesimista. En esta actitud quiero situar esta reflexión para ayudar a profundizar en sus raíces y causas, que pastoralmente son siempre retos y estímulo. Quizá, como a Abraham, triste por no ver realizado el don de la descendencia, Dios nos invita a salir de nuestra pequeña tienda y a mirar y contar las estrellas del cielo, para llegar a interpretar y creer la historia y la promesa del Dios fiel.

Y es entonces cuando salimos de nuestra tienda y contemplamos las estrellas y la arena de nuestras playas, cuando descubrimos el sentido de la pregunta-lema del Congreso: ¿Para quién soy? Quizá alguien piense que caben muchas respuestas a esta pregunta. Pero la realidad es que sólo cabe una auténtica respuesta: soy para el amor. Y en ese momento se descubre el mensaje de las estrellas y la escritura sobre la arena: Dios es amor. Un amor que llama, un amor que invita, un amor que da sentido, un amor que dice: “Ven y sígueme”. Porque siguiendo a Jesús se ama, porque siguiendo a Jesús se sirve, porque siguiendo a Jesús se hace uno a sí mismo para los demás. En esto consiste ser sacerdote.

“ES IMPORTANTE ENCONTRAR UN EQUILIBRIO ENTRE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y EL RESPETO HACIA LOS DEMÁS”

ESGLÉSIA EIVISSA I FORMENTERA. Enero y febrero

A propósito de la apertura de la veda en torno a la libertad de expresión, ya viene sucediendo desde hace tiempo, pero las campanadas de fin de año en TVE marcaron el despropósito vergonzante del mal gusto y del todo vale. Cuando ha pasado un mes y parece que ya todo está olvidado, conviene reflexionar serenamente sobre lo que, ante aquella insensatez retransmitida a lo grande, nos jugamos.

La libertad de expresión es un derecho fundamental que permite a las personas expresar sus ideas, opiniones y creencias sin temor a represalias o censura. Este derecho es esencial para el funcionamiento de una sociedad democrática, ya que fomenta el debate, la diversidad de pensamientos y la participación activa de los ciudadanos en la vida pública. La libertad de expresión no solo se refiere a la capacidad de hablar libremente, sino también a la libertad de buscar, recibir y difundir información e ideas. Esto incluye el acceso a diferentes medios de comunicación y plataformas donde se pueden compartir pensamientos y opiniones. Sin embargo, es importante recordar que este derecho también conlleva responsabilidades. La expresión debe ejercerse de manera que no incite al odio, la violencia o la discriminación. En un mundo cada vez más interconectado, la libertad de expresión enfrenta nuevos desafíos, como la desinformación y la censura en línea. Por eso, es crucial defender este derecho y promover un entorno donde todas las voces puedan ser escuchadas y respetadas. Al final, la libertad de expresión es un pilar que sostiene la dignidad humana y el progreso social, permitiendo que cada individuo contribuya al diálogo colectivo y al enriquecimiento de nuestras comunidades.

Este derecho se basa, como todos los derechos, en el principio de libertad. Es decir, termina donde comienza la libertad de la otra persona y el respeto que merece. Sin embargo, este derecho también puede ser mal utilizado como una herramienta para insultar y ofender a otros. En muchos casos, la línea entre la libre expresión y el discurso de odio se vuelve difusa, lo que plantea importantes dilemas éticos y sociales. Cuando la libertad de expresión se utiiza para insultar, se corre el riesgo de deslegitimar el propio concepto de este derecho. Las palabras pueden tener un impacto profundo, y los insultos y ofensas no solo hieren a las personas individualmente, sino que también pueden perpetuar estigmas, divisiones y conflictos en la sociedad. En lugar de fomentar un diálogo constructivo, el uso abusivo de la libertad de expresión para atacar a otros puede crear un ambiente hostil y polarizado. Además, el uso de la libertad de expresión para ofender a menudo se justifica bajo la premisa de que todos tienen derecho a expresar sus opiniones, sin considerar las consecuencias que estas pueden tener. Esto puede llevar a la normalización de comportamientos tóxicos y a la creación de espacios donde el respeto y la empatía son relegados a un segundo plano. En este sentido, es crucial reflexionar sobre la responsabilidad que conlleva el ejercicio de este derecho. Y particularmente de aquellos que a través de los medios de comunicación y de las redes sociales se dirigen a personas concretas, con valores, ideales y creencias.

Es importante encontrar un equilibrio entre la libertad de expresión y el respeto hacia los demás. Fomentar un diálogo abierto y respetuoso puede enriquecer nuestras interacciones y contribuir a una sociedad más inclusiva. Al final, la verdadera libertad de expresión no debería ser un escudo para el insulto, sino una plataforma para el entendimiento y el respeto mutuo. Al promover un uso consciente y responsable de este derecho, podemos trabajar juntos para construir un entorno donde todas las voces sean escuchadas y valoradas, sin recurrir a la ofensa.

Pero el tiempo en el que vivimos no es este. Es el tiempo del todo vale, del insulto y de la ofensa impune, de la manipulación ideológica. En este sentido hay  quienes (con nombres y apellidos) creen que cuantas más tonterías se digan o se visualicen, cuanto más se insulte, cuanto más se ofenda, cuantas más etiquetas y estereotipos se construyan para denigrar al contrario, más libres somos, mayor libertad de expresión tenemos. Y caemos así en una falsa libertad de expresión.

La falsa libertad de expresión se refiere a situaciones en las que se promueve la idea de que todos pueden expresar sus opiniones libremente. Sobre todo cuando se trata de atacar a la Iglesia, a las cuestiones relativas a la fe, a los valores que dan sentido a la vida, y a otros modos de pensar que no se ajustan a ciertas normas o ideologías predominantes.

Cuando esta situación es promovida abierta u ocultamente desde las instituciones y medios del Estado, entonces la libertad de expresión se pone al servicio de la política partidista. La mentira política se ha convertido en un fenómeno preocupante que socava los cimientos de la democracia. En un sistema democrático, la confianza en los líderes y en las instituciones es fundamental para el funcionamiento adecuado de la sociedad. Sin embargo, cuando los políticos recurren a la desinformación, las promesas vacías o las manipulaciones, se genera un clima de desconfianza que puede deslegitimar el proceso democrático. Cuando los ciudadanos no pueden confiar en la veracidad de la información que reciben, se ven atrapados en un ciclo de desconfianza y cinismo que puede llevar a la apatia política.

Además, la mentira política alimenta la polarización y la división social. En lugar de fomentar un diálogo constructivo y el entendimiento entre diferentes puntos de vista, las falsedades pueden exacerbar los conflictos y crear un ambiente hostil. Esto no solo debilita la cohesión social, sino que también puede llevar a la radicalización de ciertos grupos, que se sienten justificados en sus creencias erróneas.

La desinformación también tiene un impacto directo en la participación ciudadana. Cuando las personas sienten que están siendo manipuladas o engañadas, es probable que se alejen del proceso político, lo que resulta en una menor participación en elecciones y en la vida cívica en general. Esto crea un círculo vicioso donde la falta de participación permite que las mentiras persistan y se propaguen, debilitando aún más la democracia. La mentira política representa un grave desafío para la democracia. Combatirla requiere un esfuerzo conjunto de ciudadanos, de quienes ocupan puestos de responsabilidad en instituciones políticas, sociales y religiosas, así como en los medios de comunicación para garantizar que la verdad prevalezca y que la democracia se fortalezca, permitiendo un futuro más justo y participativo para todos.

«La verdad os hará libres» es una afirmación de Jesucristo que recoge el evangelio de Juan (8,32) y ha resonado a lo largo de los siglos como un poderoso recordatorio sobre la importancia de la verdad en nuestras vidas. En su contexto original, Jesús se dirigía a sus seguidores, enfatizando que conocer la verdad espiritual y vivir de acuerdo con ella es fundamental para alcanzar la verdadera libertad.

Esta afirmación sugiere que la verdad no solo se refiere a la honestidad y la transparencia en nuestras interacciones diarias, sino también a una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. La verdad tiene el poder de liberarnos de las cadenas de la ignorancia, el miedo y la manipulación. Cuando abrazamos la verdad, somos capaces de tomar decisiones más informadas y de vivir de manera auténtica, alineando nuestras acciones con nuestras creencias y valores. Además, la búsqueda de la verdad puede ser un camino desafiante. A menudo, enfrentamos verdades incómodas que pueden desestabilizar nuestras percepciones y creencias. Sin embargo, es precisamente a través de este proceso de confrontación y reflexión que podemos crecer y evolucionar. La libertad que se deriva de la verdad no es solo una liberación de las mentiras externas, sino también de las limitaciones internas que nos impiden alcanzar nuestro potencial y desarrollarnos en plenitud.

En un mundo donde la desinformación y las falacias forman parte del entresijo de lo cotidiano, hacer nuestra la expresión «la verdad os hará libres» cobra aún más relevancia. Nos invita a ser críticos con la información que consumimos y a buscar la verdad en todas sus formas. Al hacerlo, desenmascaramos a tantos que, tras diferentes máscaras, siendo lobos, se han disfrazo con la piel del cordero, del buenismo, de la tolerancia, de respeto… Y en esto, todo, creyentes y no creyentes, practicantes religiosos y no practicantes, de una u otra religión debemos ir todos a una, porque a todo hombre y mujer “la verdad lo hará libre”.

AÑO 2024

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.