En español la palabra Pentecostés no nos dice mucho, nos parece una palabra extraña; en efecto, se trata de una palabra griega que significa “cincuenta días después”, en este caso, cincuenta días después de la Pascua.

En los evangelios Jesús dice varias veces: “No os dejaré solos… os enviaré el Consolador, el Espíritu de la Verdad, recibiréis el Espíritu Santo”.

Pues bien, cincuenta días después de la Pascua, precisamente en la fiesta hebrea de Pentecostés, Jesús cumple su promesa, como hemos escuchado en la primera lectura.

En Evangelio de San Juan, coloca la donación del Espíritu Santo la tarde misma del día de Pascua, para dejarnos claro que el Espíritu Santo es el don más importante que nos hace Cristo Resucitado.

Podemos preguntarnos: ¿Por qué es importante el Espíritu Santo para la Iglesia, para nosotros, para cada uno de nosotros?

A    Pues bien, una primera respuesta es que Jesús envía el Espíritu Santo para que los Apóstoles, para que la Iglesia puedan continuar en el mundo la misión salvífica de Cristo, una misión que no está limitada a un tiempo y un espacio, sino una misión que ha de llevarse a cabo en todos los lugares y en todos los tiempos.

B    Esa misión no es sólo hablar del Evangelio, contar cosas. No, no es sólo eso. Sino que es hacer a las personas libres, libres de la esclavitud del pecado, hacer que las personas vivamos con la gracia. Y así, el Espíritu Santo viniendo a los Apóstoles para que ellos y sus sucesores puedan personar los pecados. El pecado hace sufrir a quien lo comete; la experiencia de confesor me lo demuestra.

C    En tercer lugar el Espíritu Santo nos es enviado para que la humanidad, dispersa, dividida, descompuesta a causa del pecado –y pecado es querer mandar, querer someter a los demás, etc.- pueda ser una sociedad unida, fraterna, donde todos estemos juntos y contentos de estar juntos, nunca unos contra otros, sino siempre todos a favor de todos, sin excluir a nadie. Y eso es la Iglesia, donde todos somos hermanos y formamos una sola familia.

Quiero destacar y que tengamos claro todos que el envío del Espíritu Santo no fue una cosa que sucedió una sola vez, en aquel primer día de Pentecostés de la historia de la Iglesia. No vino y sigue viniendo. Por ejemplo, si leemos los Hechos de los Apóstoles, allí el autor, el Evangelista Lucas nos narra esa venida del Espíritu Santo que hemos escuchado en la lectura que hemos hecho en la plaza de la Iglesia, pero nos cuenta también otros envíos, otras venidas del Espíritu Santo. Eso nos enseña que, si estamos bien dispuesto, Pentecostés no fue un día y basta, ya pasó; Pentecostés es un hecho que continuamente se repite y se renueva en la Iglesia, el Espíritu Santo es enviado continuamente a la Iglesia, a los cristianos, a nosotros.

Y entonces, nos preguntamos: ¿cómo y dónde podemos ver hoy a ahora actuar al Espíritu Santo? ¿Cuáles son las señales de su misteriosa presencia?

a)   Pues, bien, un caso lo tenemos viendo que el Espíritu Santo actúa en el Magisterio de la Iglesia. Asistida por el Espíritu Santo la Iglesia es maestra infalible de verdad, de la verdad de Cristo. En un mundo en el que se dicen tantos errores, la Iglesia ha sido y es siempre fiel a las enseñanzas de Jesús, a proponerlas y repetirlas. Es una verdad que el Papa y los Obispos son guiados por el Espíritu Santo cuando hablan en nombre de Cristo, cuando anuncian las verdades de la fe. Y quien sigue esas verdades camina por la verdad; quien se aparta de ellas va por los errores.

b)   El Espíritu Santo actúa también a través de los Sacramentos. En el Evangelio que ha sido anunciado Juan nos ha puesto en evidencia que la Iglesia puede absolver los pecados y la gracia, pero no por sus fuerzas, sino en virtud del Espíritu Santo que le ha sido dado. Y lo mismo puede decirse de los otros sacramentos: confirmación, ordenación.

c)    Y el Espíritu Santo actúa e tantas almas de cualquier tiempo, también de nuestro tiempo:

– así lo vemos en esas personas que hoy, aunque eso les suponga un sacrificio, actúan buscando el bien de todos, de aquellas personas que de forma discreta y silenciosa pero fuerte y tenazmente trabajan por la paz y la justicia.

– podemos ver cómo el Espíritu Santo actúa en almas privilegiadas, como la Madre Teresa de Calcuta, el Padre Pío, San Felipe Neri, personas famosos y conocidos, pero también en personas que con amor y sacrificio educan a sus hijos en la fe, se dedican al cuidado de los enfermos, a la asistencia de los necesitados, a la atención a los ancianos…

– podemos ver al Espíritu Santo operando en todos aquellos maravillosos y estupendos jóvenes que testimonian y difunden la fe, aún con riesgos y que a veces sufren la crítica, el linchamiento moral, y a veces también físico, aquellos jóvenes que saben caminar entre los muchos fraudes de este mundo manteniéndose fieles a Cristo.

– podemos ver al Espíritu Santo obrar en todos aquellos adultos que saben comportarse con integridad, rectitud y honestidad en el trabajo, en el ejercicio de la profesión, aunque haya corrupción y abusos por tantos otros sitios.

– podemos ver al Espíritu Santo en aquellas personas que saben amar incluso a quienes no les ama, que saben personar, que saben llevar con dignidad y fortaleza la cruz del sufrimiento.

– podemos ver al Espíritu Santo en aquellas almas que consagran su vida a Dios y a los hermanos a través del sacerdocio o de la vida consagrada, en aquellas parejas de esposos que saben formar familias cristianas, y en aquellos hijos que corresponden  el amor que les han dado los padres, que les asisten en la vejez hasta la muerte, incluso a veces con dificultad o sacrificios.

Me he referido a algunos casos, entre tantos que hay, para demostrarnos como el Espíritu Santo continua su acción en la Iglesia y en el mundo.

Por eso, como decimos en el Credo, afirmemos: Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria.

Y deseando su presencia, oremos pidiendo que venga y, viniendo que sea acogido por nosotros. ´

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén

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